Cantabria y País Vasco – Etapa 5
Maldita predicción del tiempo
Nuestra quinta etapa inicialmente no era la que realmente terminamos haciendo sino que la idea era acercarnos a los Pirineos dirección Este. Habíamos previsto algunas combinaciones por esa zona como pasar por Zugarramundi o recorrer el Valle del Baztán en ruta circular hasta volver a Arano. Zona, una vez más, de espléndidos y majestuosos paisajes pero a unos días de partir la previsión del tiempo se empezó a trastornar por toda la zona, no solo esta última que recorreríamos del norte, sino la de los Picos de Europa también. Por suerte en Picos de Europa nos escapamos del agua, más allá de la que pillamos llegando, pero según pasaban los días la previsión de la parte de Navarra iba empeorando y empezamos a improvisar un plan B por si las moscas.
Para más Inri, la previsión empeoraba exactamente por la zona que queríamos recorrer en esta jornada, mal dolor le hubiera dado al tiempo, cagoendié, que al final la previsión no falló y tuvimos que tirar del maldito plan B, que no es que fuese malo pero no era tan bonito como el que habíamos planeado.
Dicho esto, finalmente optamos a última hora por hacer un recorrido por la costa desde San Sebastián hasta Ondárroa.
Así pues, tras un desayuno relajado en la casa, nos dispusimos a empezar nuestra ruta.
San Sebastián
La primera parada deberíamos hacerla en San Sebastián para echar gasolina. Ya esta entrada a la ciudad nos iba a marcar que una ciudad tan grande como esta nos iba a putear un poco en el tema tráfico. Tras unos días recorriendo los más recónditos y solitarios lugares, a excepción de Cangas de Onís, nos volvíamos a encontrar con una ciudad atestada de tráfico, semáforos, rotondas, policías dirigiendo el tráfico y mil recovecos tanto para entrar como para salir.
Tras el agobio inicial quisimos dirigirnos a un mirador que habíamos encontrado en Google Maps y que, aparentemente, era buen sitio para contemplar la ciudad y la playa desde lo alto del monte.
Conseguimos llegar a él sin demasiada dificultad, sin embargo, aunque indicado mediante un cartel, este obligaba a recorrer un estrecho camino cercado por las fincas colindantes que parecía no tener fin. Tampoco había mucho sitio dónde dejar las motos y la carretera que, quizás debería llevar hasta él, terminaba en una finca por lo que tampoco había posibilidad de llegar sobre las motos. Vamos que, aunque señalizado por Google, se estaba complicando encontrar realmente el supuesto mirador.
Es cierto que tras llegar al final del camino se abría un claro que apuntaba a la costa pero no a un mirador, y menos aún que ofreciera una panorámica de San Sebastián. Fue una pena porque apuntaba maneras según la ubicación que marcaba Google.
Tras el chasco decidimos seguir la ruta. Pasamos por Ório dirección a Zarauz, dónde tiene el restaurante el famoso cocinero Carlos Arguiñano. Ya en Zarauz continuamos la N-634 por toda la costa, pegados al mar. Hay que reconocer que ver el mar después de tantos días de viaje también fue un soplo de aire fresco. Tras muchos kilómetros de interior y frondosos bosques vislumbrar el Cantábrico nos ofreció un contraste de paisaje maravilloso. El buen tiempo en esa dirección también nos estuvo acompañando.
Pasamos Zumaya, atravesando el Río Urola. Deva, atravesando también su río con el mismo nombre hasta su desembocadura. Motrico, donde a la vuelta pararíamos en su puerto que desde la carretera por la que circulábamos se apreciaba un puerto pequeño pero muy curioso.
Y finalmente llegamos a Ondárroa dónde encontramos un restaurante para comer junto al río y a un puente romano que nos dejaba unas vistas del lugar al más estilo veneciano.
El “Puente Zubi Zaharra” o puente romano, es uno de los sitios más emblemáticos, en 1330 era un puente levadizo de madera y en 1795 se construyó el actual en piedra. A un lado está la “kofradia Zaharra”, reformado por el arquitecto Pedro Guimón en 1919, en la fachada contigua hay un bonito reloj semicircular de arenisca oculto en su escudo.
Comimos en el asador Erretegi Jose Manuel. La experiencia gastronómica fue de lujo. Un local altamente recomendable para degustar los productos de la tierra. Buena presentación de los platos, y una calidad del producto excelente.
Tras el festín recogimos el carrete y nos dispusimos a regresar el camino por nuestros mismos pasos. Esta vez paramos en el pequeño pueblo de Motrico para hacer unas fotos. Esto nos llevó a meternos en un pequeño atolladero por el casco antiguo de calles estrechas y adoquinadas prácticamente intransitables hasta que llegamos a una calle con dirección prohibida y con coches de frente apretándonos para que nos quitásemos y de la que, al menos a mi que soy de patas cortas, me costó horrores dar la vuelta con bastantes dificultades, lo que recuerdo porque pasé un mal trago para poder hacer la operación en plena digestión. Tras salir del atolladero vislumbramos una pendiente hacia el puerto que, afortunadamente, nos llevó hasta él sin más sobresaltos.
Tras las fotos oportunas retomamos el camino. Esta vez íbamos sobrados de tiempo y decidimos parar en la playa de la Concha para poder visitarla.
Hora punta a la que entramos a San Sebastián, el tráfico era horrible, tardamos una eternidad entre semáforos y semáforos para acercarnos a la playa y, una vez en los alrededores la odisea era encontrar dónde aparcar las motos lo que se convirtió en misión imposible. El tráfico seguía siendo más denso y eso provocó que el grupo empezara a disolverse entre semáforo y semáforo por la dificultad de mantenernos juntos. Para colmo, cada vez que encontrábamos algún hueco en zona azul para dejar las motos aparecía la misma tiparraca de la Zona Azul, que para mí que estaba en cinco manzanas a la vez, y nos abordaba de malas maneras indicándonos que, aún siendo zona azul, las motos no podíamos aparcarlas ahí. Que diéramos la vuelta a la calle dónde, supuestamente, había sitio para ellas en otra Zona Azul “especial”. ¡LOS COJONES! dábamos vueltas a la zona y el sitio de las motos “especial” seguía sin aparecer. Encontrábamos otro hueco en zona azul y ahí que aparecía la misma tipa que, antes siquiera de poder aparcar las motos, nos volvía a echar un rapapolvo de cojones amenazándonos con que a la próxima, nos multaba.
Para ese momento el grupo ya se había dividido en dos. Estábamos todos perdidos. El intenso tráfico nos lo ponía si cabe más complicado para sacar las motos del hueco del que nos había echado la última vez la tipa y poder salir de aquél atolladero. Las motos se estaban calentando y el calor aún me agobiaba más. Por un momento perdí completamente los nervios y ante tal situación y la imposibilidad de aparcar y visitar la playa decidimos pirarnos de San Sebastián.
Al final conseguimos por teléfono comunicarnos y darnos instrucciones para que, estuviéramos dónde estuviéramos, tirásemos para Hernani y allí nos reencontraríamos. Reconozco que fue el momento más tenso y agobiante que pude pasar del viaje y que me condicionó el resto del día.
Pon un Vasco en tu vida
Ya el Joseba nos lo dejó claro la noche anterior, a excepción de la tipa de la Zona Azul, los Vascos son gente de puta madre, tanto es así que hace muchos años que conozco a mi gran amigo Felipe, residente en Jumilla y Vasco de toda la vida. Y digo grande por que lo es en todos los sentidos, grande como el Joseba y grade de corazón. Nacido y criado en Hernani, barrio obrero y de gente humilde de toda la vida.
Cuando le conté que íbamos a pasar por su tierra para llegar a la casa en la que nos alojábamos, no dudó ni un momento en llamar a los dueños del bar La Cepa, amigos suyos de toda la vida, junto a donde se había criado y dónde él mismo había regenteado un bar contiguo, para indicarles que íbamos a pasar por allí a que nos preparasen unos bocadillos. Esta vez sí que no nos iba a pillar el toro y encargamos unos bocatas VASCOS, para llevarlos a la casa y allí dar cuenta de la cena tranquilamente.
Cuando llegamos al bar, tras habernos reunificado en una gasolinera de Hernani, nos estaban esperando con los brazos abiertos. Fue como si nos conociesen de toda la vida. Tal que “si sois amigos de Felipe aquí sois como de la familia” y así nos trataron el ratico que estuvimos allí. Mientras nos preparaban los bocadillos echamos unas cañas y unas tapas para reponernos, hablamos de la vida en el barrio y de cómo había cambiado en los últimos años, de lo que mi gran amigo Felipe significaba para ellos. Mientras tanto seguía apareciendo gente del barrio que a la de “estos son amigos de Felipe”, se acercaban a saludarnos y a darnos la bienvenida y a contarnos alguna anécdota de Felipe. Qué queréis que os diga, si desde que lo conozco ha sido una gran persona, con lo que nos llevamos de su tierra natal no hizo más que reforzarlo.
Ya empezaba a oscurecer y teníamos que tirar para la casa a la que ya llegaríamos de noche. Llegando hicimos una pequeña parada en el pueblo de Arano para intentar visitarlo ya que a la mañana siguiente no tendríamos tiempo de hacerlo. Se nos estaba haciendo muy tarde y hubo que apretar al personal para llegar a la casa ya que los bocadillos se nos iban a enfriar, y tras esta jornada el cuerpo ya me estaba pidiendo a gritos una ducha y ponerme cómodo.
Llegamos a la casa, y que me perdone Joaquín que no se lo merecía aunque sea tarde para disculpas, pero quería echar una de sus fotazas nocturnas con las motos y nosotros posando, pero fue tal el agotamiento que llevaba y el hambre, más el mal trago que arrastraba del tráfico de San Sebastián, que no tuve la paciencia suficiente y me puse borde negándome a echarme la foto. Y fue una pena porque Joaquín tiene mano para hacer unas fotos muy guapas, prueba de ello la que nos hizo sobre el puente romano de Cangas de Onís.
Nos duchamos, nos pusimos cómodos lo que agradecí y me relajó por completo, y nos dispusimos a dar cuenta de los bocatas y el vino disfrutando, una vez más, de la tertulia de lo que había dado la jornada, sabiendo que esta noche era la última que el grupo se mantendría unido ya que al día siguiente tocaba regresar para casa y, Gabriel con su hijo tomarían una dirección y el resto, para Cartagena, otra distinta.
La vuelta hasta casa no queríamos hacerla de un tirón pues el cansancio después de tantos días y tantas emociones no es. buen consejero para hacer kilómetros y kilómetros sobre dos ruedas. Por delante unos 832kms y casi 10 horas sin contar con las paradas. Mucho para un solo día por lo que planificamos hacerlo en dos etapas. La primera de unos 450kms hasta el pueblo de Libros, Teruel, donde haríamos noche y a la mañana siguiente de un tirón para casa.
Las vueltas son aburridas, tristes, además empalmas más autovías de las que quisieras para llegar a casa cuánto antes, aunque es este tramo, y a pesar de todo, tuvimos nuestra pequeña anécdota que, chaparrón incluido y problemas con la reserva en Libros, el cúmulo de imprevistos nos llevaran a disfrutar, no solo del trayecto, sino también del pequeño pueblo. Son de esas cosas que suceden cuando viajas en moto y que, si el tiempo me da para ello, contaré en la entrega 6 de este viaje.
Por lo pronto os dejo con la última foto que nos quedaría en el País Vasco antes de partir del caserío dónde habíamos pasado dos noches. Motos preparadas, equipajes puestos, las últimas despedidas y……..carretera y manta.
Etapas de este viaje
Cantabria y País Vasco – Etapa 1
Cantabria y País Vasco – Etapa 2
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