
La Transpirenaica: Del Mediterráneo al Cantábrico – 3/5
Vielha → Jaca
Si la primera jornada dentro de los Pirineos nos había llevado del Mediterráneo al corazón del Valle de Arán, la segunda prometía ser el día grande: una auténtica sucesión de colosos pirenaicos, nombres grabados en la historia del ciclismo y en la memoria de todo viajero que se adentra en estas montañas.
La ruta nos conduciría por la vertiente francesa, donde la vegetación se abre paso en los valles para contrastar con las cumbres peladas que parecen tocar el cielo. Peyresourde, Aspin, Tourmalet, Aubisque y Portalet: cinco nombres que, más que puertos, son hitos que marcan el mapa de los Pirineos.
Pero no todo serían paisajes de postal. El calor volvió a ser un compañero incómodo, y mi espalda empezaba a recordar que los viajes sin días de descanso tienen un precio. Aun así, lo que nos esperaba era demasiado grande como para dejar que nada empañara la experiencia.
Después de dos jornadas intensas, agradecimos que el día empezara más tranquilo. El desayuno del hotel en Vielha nos permitió salir con calma, sin el madrugón de los días anteriores. Estómago lleno, equipaje de nuevo en las motos y todo listo para afrontar una etapa que prometía ser espectacular: cruzaríamos al lado francés de la cordillera y recorreríamos algunos de los puertos más míticos del Pirineo.
Cascade Sidonie y Col de Peyresourde
Nada más cruzar la frontera francesa, la carretera nos llevó por un valle exuberante, con la vegetación cubriéndolo todo. Fue allí donde apareció la Cascade Sidonie, cayendo junto a la carretera. Apenas paramos unos minutos para hacer una foto rápida, lo justo para guardar recuerdo de ese rincón de agua y verdor que marcaba el inicio de la jornada.

El primer gran reto fue el Col de Peyresourde (1 569 m), al que llegamos hacia las diez de la mañana. El puerto nos recibió con sus carteles característicos y praderas abiertas que se desplegaban a ambos lados de la carretera. El sol aún no castigaba, y el aire de altura hacía más llevadero este primer ascenso del día.


Café en Arreau y Col d’Aspin
Desde la cima descendimos hasta Arreau, unos 25 kilómetros más abajo. El pueblo nos sorprendió con una plaza encantadora atravesada por el río Neste du Louron. Eran ya las diez y media pasadas, así que decidimos detenernos. En la terraza de las Galeries Auroises nos tomamos un café mientras repasábamos el trayecto recorrido y lo que aún quedaba por delante. Fue allí donde la molestia en la espalda volvió a asomar. Moderada, pero lo suficiente como para tener que tomar un calmante y poder seguir disfrutando de la ruta sin problema.

Con energías renovadas encaramos el Col d’Aspin (1 489 m). En la cima, la escena era auténtica: ciclistas y turistas haciéndose la foto de recuerdo junto al cartel del puerto, mientras las vacas pastaban a su aire alrededor. La montaña se compartía entre todos, y ese contraste le daba un encanto especial al lugar.



El coloso: Tourmalet
El siguiente objetivo era el mítico Col du Tourmalet (2 115 m). El tráfico era algo más intenso y el calor empezaba a notarse, pero nada empañaba la grandeza de este puerto. En mitad de la subida tuvimos que detenernos unos minutos porque un grupo de ovejas bloqueaba la carretera. Fue una pausa inesperada que añadía un punto pintoresco al ascenso.
En el Tourmalet también descubrimos otra curiosidad: fotógrafos profesionales apostados tanto en la subida como en la bajada, captando a ciclistas y moteros en plena curva para después vender esas imágenes por internet. Una prueba más de la importancia de este puerto en la historia del ciclismo y el motociclismo.
La cima nos recibió con su estatua del ciclista y un paisaje que quita el aliento. Pedro, apasionado de la geología, no dejó escapar la ocasión de fotografiar las imponentes cumbres que nos rodeaban. Allí arriba uno se siente diminuto, rodeado de esas moles de piedra que parecen eternas.



Aunque en la cima hay una cafetería, el tráfico y la falta de espacio no invitaban a detenerse. Así que preferimos continuar el descenso y, todavía en la bajada, paramos en el restaurante Le Bastan, cuya terraza apuntaba directamente a la cumbre que acabábamos de dejar. Eran ya las 12:30 y el calor apretaba: aquellas cervezas frías fueron poco menos que medicina.


Argelès-Gazost y Col d’Aubisque
Seguimos hacia Argelès-Gazost, donde llegamos sobre las dos de la tarde. El calor, otra vez, rozaba los 34 °C, y la hora pedía una pausa para comer. Nos detuvimos en el restaurante La Forge, que ofrecía pizzas y hamburguesas. La comida nos vino bien, aunque el ambiente no tanto: en la terraza hacía calor y en el interior el aire acondicionado no funcionaba. Antes de salir, aproveché para mojar la chaqueta en una fuente cercana, buscando un poco de alivio.
La carretera nos llevó entonces hasta el Col d’Aubisque (1 709 m). El ascenso volvió a regalarnos paisajes impresionantes, y en la cima nos esperaba su símbolo más reconocible: las enormes bicicletas de colores, foto obligada para todo el que pasa por allí. Otro hito que añadíamos al día.



Portalet y llegada a Jaca
El descenso nos ofreció todavía alguna parada breve para inmortalizar las cumbres dejadas atrás, pero el camino hacia el Portalet (1 794 m) fue más discreto. El paisaje seguía siendo bonito, aunque tras Peyresourde, Aspin, Tourmalet y Aubisque, el listón estaba muy alto y este tramo se sintió más como un enlace hacia nuestro destino final.

Entramos en Jaca alrededor de las 17:30, con el calor aún presente. El hotel Oroel nos esperaba con garaje para las motos, algo que se agradeció después de tantos kilómetros. Una ducha larga y ropa fresca nos devolvieron al mundo, aunque mi espalda volvía a recordarme con fuerza que este viaje no sería como los anteriores. Otro calmante, y a seguir.

La jornada había sido un auténtico festival de montaña: cinco puertos míticos en un solo día, cada uno con su carácter y su estampa, unidos por valles interminables, carreteras legendarias y paisajes que te dejan sin palabras. Fue, sin duda, uno de esos días que justifican por sí solos emprender la Transpirenaica.
Pero mientras en Jaca celebrábamos la ruta con una buena cena, era imposible ignorar lo evidente: el cansancio acumulado y las molestias de espalda empezaban a pesar más de lo esperado. No había jornadas de descanso en este viaje, por desgracia el tiempo no daba para más, y esa pequeña punzada se convertiría pronto en un compañero incómodo.
Aun así, al cerrar los ojos aquella noche, la balanza era clara: los paisajes conquistados y la satisfacción de haber recorrido algunos de los puertos más emblemáticos del Pirineo valían cualquier esfuerzo. El día siguiente nos esperaba con nuevos retos, y había que encararlos con la misma ilusión con la que habíamos salido de Vielha esa mañana.
Continúa en el siguiente capítulo…
2 comentarios en «La Transpirenaica: Del Mediterráneo al Cantábrico – 3/5»
Este artículo me ha encantado, ¡qué emoción describiendo esos puertos míticos! La forma en que cuentas cada ascenso, con los detalles del paisaje y las anécdotas, como las ovejas o los fotógrafos, lo hace muy vivo. Me identifica mucho, ya que también he recorrido la Transpirenaica y sé lo que cuesta cada metro. ¡Un relato lleno de pasión por la montaña!
Gracias