La Transpirenaica: Del Mediterráneo al Cantábrico – 5/5

La Transpirenaica: Del Mediterráneo al Cantábrico – 5/5

Vuelta a casa · Albarracín y Serranía de Cuenca

Introducción

La Transpirenaica había quedado cumplida. El Mediterráneo y el Cantábrico estaban ya en nuestras espaldas y, aunque la aventura principal había terminado, aún nos quedaba el regreso a casa.

La vuelta rara vez ofrece la épica de la ida: menos paisajes sorprendentes, menos emoción, más kilómetros por gastar. Pero en este viaje decidimos darle un sentido propio, dividiendo la vuelta en dos jornadas. En la primera, atravesaríamos la Sierra de Albarracín para descansar en un camping. En la segunda, aprovecharíamos para visitar el nacimiento del Tajo, uno de los caprichos pendientes de Enrique, antes de encarar el último tirón hacia casa, que no podíamos negarle puesto que en todo el viaje se había quejado de los planes que íbamos haciendo.

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Día 1 · Ascain → Albarracín

Dormí mejor esa noche y me levanté con ánimo renovado. El plan era claro: rodar hasta Albarracín, donde ya teníamos reservado un bungalow. El desayuno casero en el hotel rural de Ascain, con productos de la tierra, fue un lujo inesperado que nos cargó de energía antes de partir.

Decidimos evitar autopistas y peajes, así que el GPS se encargó de improvisar. El primer tramo fue una delicia: por la NA-1310 atravesamos un pequeño puerto de montaña con la vegetación empapada por la lluvia de la noche anterior. El aire fresco, el olor a bosque mojado y las curvas reviradas convirtieron aquel inicio en un regalo. La espalda protestaba, pero disfruté cada giro.

El tránsito por la N-121-A hasta Pamplona fue menos agradecido, con tráfico denso y pocas vistas. Atravesar la ciudad fue un pequeño suplicio, y al dejar atrás Olite vimos de lejos el cartel del castillo tan fotografiado por moteros, pero ya era tarde para desviarnos.

Antes de llegar a Caparroso, el cielo se cubrió. Aprovechamos una gasolinera para repostar y, junto a ella, descubrimos el Restaurante Casa Domingo. Eran las once y pico y el estómago mandaba. Cervezas frías, bocatas contundentes y unos torreznos de acompañamiento nos devolvieron la energía.

La ruta siguió con ritmo constante, sin más pausas que las necesarias para repostar. El parte meteorológico hablaba de una DANA, y la tormenta arreció cerca de Teruel. Por suerte, el GPS, en modo evitar autopistas, nos desvió justo en sentido contrario. Pasamos por Alfaro, Ágreda, Calatayud y Calamocha sin detenernos, acumulando kilómetros mientras la tormenta quedaba a nuestra izquierda.

El desvío hacia Albarracín nos regaló un último tramo exigente. El aire se volvió bochornoso, subiendo la temperatura de golpe al menos diez grados. Por la A-1512, siguiendo el curso del río Guadalaviar, entramos en la sierra bajo un calor asfixiante. A las cinco de la tarde llegamos al camping agotados, con los cuerpos pidiendo tregua.

El bungalow nos acogió y lo primero fue brindar con cervezas frías en el restaurante del camping. Ya duchados y descansados, volvimos allí para la cena: tapas variadas, patatas bravas, tablas de queso y más cerveza, rematando con un chupito. La temperatura había bajado, la noche en la sierra era amable, y hasta el sofá cama con colchón ancho me permitió dormir mejor que en noches anteriores.

Día 2 · Albarracín → Serranía de Cuenca → Casa

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Madrugamos de nuevo, como era costumbre. El aire fresco de la mañana, apenas diez grados, nos acompañó en la salida. La primera meta del día era especial: el nacimiento del río Tajo, en Fuente García, a 1 575 m de altitud.

El lugar, rodeado de pinos, nos recibió con un silencio solemne. Allí se alza la escultura del artista José Gonzalvo Vives (1974), conocida como el «Padre Tajo». Tres figuras humanas representan simbólicamente a las provincias por las que pasa el río en sus primeros kilómetros: Teruel, Cuenca y Guadalajara. Es un rincón cargado de historia y simbolismo, inicio del río más largo de la península. Estábamos solos, lo que hizo que la visita tuviera un aire íntimo y casi ritual.

Tras las fotos de rigor, seguimos disfrutando de la serranía y sus curvas hasta Uña, donde al fin pudimos desayunar: café, tostadas y zumo. Desde allí alcanzamos Cuenca y, sin detenernos, seguimos por la N-420 hasta La Almarcha, donde nos vimos obligados a tomar la autovía.

El último golpe de calor llegó tras pasar Hellín: el mercurio escaló hasta los 40 grados sofocantes. El tramo final, bajo el sol murciano, se convirtió en un infierno. Con los cuerpos al límite, aún hicimos la habitual parada en el restaurante Garcerán, nuestro punto de despedida. Pero esta vez no hubo cervezas ni brindis: lo que necesitábamos eran granizados y Aquarius para calmar el sofoco. Entre sorbos y lamentos por aquel final tan duro, nos despedimos. Cada uno tomó su camino directo a casa, con una ducha fría como primer y único objetivo.

Cierre de la vuelta

Así terminó la ruta de regreso. Dos jornadas largas y poco lucidas en lo paisajístico, pero necesarias para cerrar un viaje que nos había dado tanto.

La vuelta no tuvo la magia de los Pirineos, pero sí nos regaló la Sierra de Albarracín, el nacimiento del río Tajo y la última lección del viaje: el calor, la fatiga y el cuerpo siempre ponen límites, y saber escuchar esos límites es también parte de ser motero.

Habíamos completado la Transpirenaica y vuelto a casa. Ahora, con la calma del hogar, tocaba hacer balance. El viaje nos había dado una de cal y otra de arena: calor abrasador, tormentas esquivas, carreteras interminables y paisajes inolvidables. Una experiencia intensa y positiva que, sin duda, repetiría… aunque con algunos cambios, sobre todo en la duración. Tres días del Mediterráneo al Cantábrico se quedan cortos para disfrutar la cordillera como es debido.

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