
La Transpirenaica: Del Mediterráneo al Cantábrico – 4/5
Introducción
Tras dos jornadas intensas, llegaba el día de cerrar la Transpirenaica. La ruta que nos había llevado desde el Mediterráneo hasta el corazón de los Pirineos tenía por delante su último gran objetivo: alcanzar el Faro de Higuer, en Hondarribia, el punto más occidental de la cordillera, ya frente al Cantábrico.
El plan era ambicioso: salir de Jaca, visitar la histórica estación de Canfranc, atravesar bosques húmedos y valles navarros hasta cruzar a Francia, llegar al pequeño pueblo de Ascain y, si el tiempo lo permitía, coronar la aventura ese mismo día en el faro. La meteorología anunciaba lluvia y el cansancio acumulado ya pesaba, pero nada podía eclipsar la ilusión de alcanzar la meta.
Jaca → Canfranc → Jaca
El día comenzó temprano, con un desayuno en un bar frente al hotel: café, zumo de naranja y tostada a un precio razonable, un detalle que agradecimos. La noche, en cambio, no había sido buena. Como suele ocurrir cuando reservamos habitación para tres, una cama supletoria entró en juego. Y, como siempre, fui yo quien la ocupó, por decisión propia. Ni Pedro ni Enrique tuvieron nada que ver: era mi elección, para evitar tener que echarlos a suertes y porque yo siempre encajo bien en camas pequeñas. Pero el colchón fino, sumado al dolor de espalda que ya arrastraba, me hizo arrancar el día tocado y con un calmante en el cuerpo.
A las ocho salimos de Jaca y, media hora después, estábamos frente a la estación internacional de Canfranc. Antes de entrar, una humareda sobre el valle y un helicóptero con depósito de agua nos hicieron temer lo peor: otro incendio forestal, como tantos de ese verano. Al llegar, nos tranquilizaron: se trataba de un camión en llamas, ya bajo control.
Sí pudimos acceder con las motos hasta la estación, aunque la carretera hacia el norte estaba cortada. Nos hicimos las fotos de rigor frente a aquella imponente fachada, hoy reconvertida en hotel, pero no entramos: el tiempo mandaba. Tras unos minutos, regresamos de nuevo hacia Jaca para encarar la etapa definitiva.


Jaca → Sigüés → Isaba → Ochagavía
Un tramo breve de autovía nos llevó hasta el desvío de Sigüés. Allí la ruta recuperó su esencia: el asfalto se retorcía en el cañón del río Esca, rodeado de altas paredes de piedra. El cielo estaba encapotado, cayeron algunas gotas que no llegaron a mojar, y las temperaturas suaves nos hicieron olvidar el calor sofocante de jornadas anteriores.
A las diez y media apareció el Bar Restaurante El Portal del Pirineo, junto a la carretera. Era el momento perfecto para almorzar: un bocadillo de tortilla espectacular y las bebidas necesarias para reponer fuerzas. Fue un alto sencillo pero agradecido. Para mí, además, significó otro calmante: la espalda seguía recordándome su presencia.


Continuamos hacia Isaba y desde allí tomamos dirección este hasta Ochagavía (Otsagabia, en euskera). El paisaje era diferente: bosques frondosos, humedad, verde intenso y aire a monte fresco. El pueblo nos sorprendió con una postal preciosa: el río Anduña atravesándolo, un puente medieval uniéndolo a la otra orilla, casas de piedra y madera con balcones floridos y calles empedradas que parecían sacadas de otro tiempo. Paramos unos minutos para contemplar la escena y seguir grabando recuerdos.

Ochagavía → Luzaide/Valcarlos → Ascain
Seguimos por la NA-140, uno de los tramos más frondosos de todo el viaje. Curvas, árboles, humedad y un aire de naturaleza salvaje nos envolvían por completo. Fue un placer para las motos, aunque durante varios kilómetros un enorme camión delante nos obligó a contener el ritmo y nos robó parte del disfrute. Con la espalda ya molestando más de lo que quería reconocer, tampoco me sentía con la destreza suficiente para arriesgar un adelantamiento. Aun así, el valle mereció la pena.

En Luzaide/Valcarlos, justo antes de cruzar a Francia, repostamos en la estación de servicio Avia. Allí, entre gasolina y conversación, revivimos la delicia que había sido ese tramo. Nos dimos cuenta de que llevábamos tiempo ganado respecto al plan previsto.
De hecho, aunque habíamos acordado con el hotel llegar sobre las 18:00, continuamos directamente hasta Ascain, donde llegamos a las 14:00. El pequeño hotel rural nos recibió con las llaves listas, aunque sin restaurante abierto. Siguiendo la recomendación de los dueños, nos acercamos a un supermercado y compramos provisiones para comer y cenar tranquilos. La idea era clara: un día de calma tras tantas curvas.


Ascain → Faro de Higuer → Ascain
Pero aún quedaba una meta pendiente: el Faro de Higuer, en Hondarribia. Apenas treinta kilómetros nos separaban de él, y no quisimos aplazarlo.
En el camino, la lluvia apareció de nuevo, ligera pero constante. Al entrar en Hondarribia nos encontramos con un tráfico infernal: retenciones interminables y controles policiales intentando organizar el caos. Nos costó mantenernos juntos, pero lo logramos. Y, al fin, tras casi una hora, estábamos en nuestro destino: el Faro de Higuer, vigilando el Cantábrico, el punto más occidental de los Pirineos.
Habíamos hecho una proeza: recorrer de faro a faro, del Mediterráneo al Cantábrico, casi 800 kilómetros en apenas tres días. Allí nos hicimos las fotos de rigor, testimonio de lo conseguido.

La vuelta a Ascain fue igual de complicada: tráfico y una lluvia que ganó fuerza en algunos tramos. Una vez en el hotel, una ducha caliente y ropa seca nos reconfortaron. Como la habitación era demasiado pequeña, improvisamos la cena bajo una carpa en la parte trasera del hotel. La llovizna caía suave, la temperatura era perfecta y, con nuestras provisiones del supermercado, celebramos en calma el final de la Transpirenaica.

Fue entonces cuando llegó el momento más difícil. El dolor de espalda, que ya ni los calmantes lograban mitigar, me obligó a sincerarme con mis compañeros: no me veía capaz de seguir curveando en la moto durante la vuelta, como habíamos planeado. Les dije que mi intención era acompañarlos hasta Teruel aproximadamente y después tirar directo para casa.
La noticia no cayó bien de primeras y el ambiente se tensó. Enrique, que había visto día tras día cómo empeoraba mi estado, no vio tan descabellada la idea. Pedro, en cambio, se resistió de inmediato, pero fue él quien finalmente me convenció de que lo que pretendía era una locura en mi situación. Tras esos instantes de tensión y cansancio acumulado, logramos calmarnos y replantear juntos el regreso con más serenidad.
Con el tiempo lo agradecí: de haber insistido en forzar, probablemente no habría sido capaz de llegar en condiciones.
Cierre Transpirenaica
La Transpirenaica estaba cumplida. Desde el Mediterráneo hasta el Cantábrico, tres días de ruta, puertos, valles y paisajes que quedarán grabados para siempre. Habíamos llegado al Faro de Higuer, nuestro punto final, y el objetivo estaba alcanzado.


No fue fácil: el calor de los primeros días, la lluvia de la última jornada y, sobre todo, las molestias de espalda que me acompañaron durante todo el viaje, fueron un recordatorio constante de los límites del cuerpo. Pero también fue una lección: la importancia de adaptarse, de saber frenar a tiempo y de valorar la compañía de quienes viajan contigo.
El Pirineo nos había dado lo mejor de sí mismo: montañas, valles, bosques, carreteras de ensueño. Y aunque el viaje aún no había terminado —nos esperaba la vuelta a casa por Albarracín y la Serranía de Cuenca—, el corazón de la aventura ya estaba escrito.
Si quieres saber cómo fue la ruta de vuelta a casa lo verás en el próximo artículo…….