Marruecos en moto 1/6
Esta aventura comienza un lunes a mitad de abril de 2019, en plena Semana Santa.
A través de Kalandra-k, una agencia especializada en viajes en moto que había visto por las redes sociales con una oferta muy tentadora, me decidí a realizar esta aventura por el mero hecho de retarme a salir de mi estado de confort y, por supuesto, a descubrir un país que me llamaba poderosamente la atención desde hacía mucho tiempo.
El viaje con la agencia realmente comenzaba el martes a las 7:00 de la mañana en el puerto de Tarifa pero mi viaje comenzó un día antes ya que debía recorrer los casi 600 km que distaban desde casa hasta Tarifa. Pero esto os lo contaré en otra entrada.
Puntualmente a las siete de la mañana estábamos en el puerto de Tarifa esperando al resto de motoristas con los que compartiríamos el viaje. A las ocho y poco estábamos embarcando las motos en el ferry que nos cruzaría el estrecho de Gibraltar hasta Tánger. Del papeleo no os contaré mucho puesto que la agencia lo llevaba todo arreglado y fuimos directos con todos los deberes hechos. Así que, tras presentar documentos varios y el pasaporte allá dónde nos lo requirieron, motos y pilotos subimos al ferry sin muchas complicaciones.
Por lo que nos contaron, ahora los papeles para subir el vehículo al ferry se han simplificado mucho y todo lo necesario se rellena al momento en el mismo puerto.
No tardamos mucho en desembarcar en Tánger, poco más de una hora y, tras pasar otra vez varios controles en la aduana y hacernos una ficha de entrada del vehículo, proceso relativamente sencillo, nos dejaron salir del puerto. Oficialmente ya estábamos en Tánger.
Era el momento de cambiar dinero para movernos con la moneda local. En Marruecos usan el Dirham que nos cambiaron aproximadamente a 1€ = 11 Dirham. El cambio nos lo proporcionaron en unas furgonetas aparcadas al salir del puerto. Sí, como lo oyes, en un aparcamiento público están los agentes de cambio en unas furgonetas un poco cutres trapicheando con la pasta para cambiarte. Ni qué decir tiene que la sorpresa y desconfianza fue mayúscula, pero al ir en grupo y ver a la gente cambiar con naturalidad, para algunos no era su primera vez en el país vecino, di por hecho de que la situación estaba controlada y era una actividad “legal”. El guía nos dijo que con ellos perdemos menos en el cambio que si cambiamos en un banco o en una oficina de cambio de Tánger.
Aprovechando esto diré que, aunque yo no hice uso de mi tarjeta de crédito, se supone que en las grandes ciudades hay cajeros automáticos dónde funcionan perfectamente la misma tarjeta que usas en España. El mismo cajero te calcula el cambio y te da los dinares. Pero también es cierto que hubo quien quiso pagar en algunas gasolineras con su tarjeta y en ellas no admiten pagos con tarjetas así que lo mejor es curarse en salud e ir con el dinero suficiente que pretendemos gastar allí.
Nuestro destino era Azrou, ciudad de paso antes de retomar la ruta que nos llevaría a atravesar el Atlas y al mismísimo desierto. Ello nos obligó a salir de Tánger por autopista de peaje y rodar lo más raído posible ya que nos distaban unas 6 horas de viaje, incluyendo las paradas obligatorias para descansar, comer o repostar gasolina.
Tánger la atravesamos muy temprano, no nos detuvimos en ella, allí era una hora menos que en España, por lo que a esa hora no había demasiado tráfico. Tánger se nos presentó, por ponerle un símil, como una especie de Benidorm. Una ciudad costera con grandes edificios con vistas al mar. En general, desde la moto, la ciudad pintaba muy bien con zonas ajardinadas muy bien cuidadas, sin embargo, ya se apreciaba que Marruecos no es España, y eso se nota mucho en las construcciones. Si bien el tipo de edificios que rigen la ciudad guardan parecido a los de España, sus fachadas no son tan “lujosas” como las de aquí, se nota la austeridad en ellos y, en algunos casos, se apreciaba el desgaste en muchas de las fachadas dónde no les dan un repaso con la frecuencia que se hace en zonas turísticas de España.
Como otras tantas cosas a lo largo de este viaje no pudimos parar a visitar la ciudad y según arrancamos las motos la atravesamos lo más rápido posible.
Nuestra primera parada saliendo de Tánger la hicimos en una gasolinera dónde aprovechamos para llenar nuestros depósitos y comprar unas tarjetas de teléfono marroquíes con un bono de datos que los mismos dependientes de la tienda nos iban poniendo en nuestros teléfonos y configurándonoslos. Yo pensaba que ese tema nos iba a costar más solventarlo, pero nada más lejos de la realidad, en media hora estábamos todos servidos y por unos 8€ al cambio, sino recuerdo mal, tuve datos en mi móvil para estar comunicado con mi familia en España durante toda la semana. Por lo visto estas tarjetas las venden en casi todas las gasolineras. La verdad es que desconozco cuántos Mb tendría la tarjeta en el bono, pero no llegué a consumirlos todos. También se puede comprar bono de llamadas, pero no fue necesario. Además, hoy en día con los datos se pueden hacer llamadas por WhatsApp sin problemas.
A mitad de camino hicimos la primera parada gastronómica en un bar a orillas de la carretera. Aquí pude comprobar algunas cosas que serían la tónica durante todo el viaje:
- Si eres escrupuloso con la comida no vengas a Marruecos.
- El cordero y el pollo lo hacen bastante bien.
- Para todo usan las mismas especias en todos lados.
- Olvídate de la cerveza o el vino, aunque la hay a escondidas, es cara y cuesta encontrarla.
Parada a comer: https://goo.gl/maps/UAubsoDyuyi6GUVY6
Durante casi todo el viaje en las comidas nos acompañó de primero una ensalada de tomate, pepino y cebolla, en algunos casos, cortados a dados pequeños y muy especiada, el pan de pita que es el mismo que se consume en todo el país y el, cordero, ternera o pollo adobados. También nos ponían un pequeño bol a modo de aperitivo con una salsa picante con un sabor que no me llegó a agradar y que no supe identificar sus ingredientes.
Otra cosa que choca muchísimo es que, en muchos de los puestos, bien sean de comida callejeros o carnicerías tienen las piezas enteras de carne colgadas en la calle, junto al puesto. Nada de vitrinas ni cámaras. Ahí, a pelo, con sus moscas y la gente pasando alrededor. Es lo que tiene el país. O te rallas y no comes o das por hecho de que es así y comes lo que te pongan que, al fin y al cabo, el producto está bueno.
Con el estómago repuesto era cuestión de seguir el viaje hasta Azrou, nuevamente por la autopista de peaje y sin detenernos mucho.
He de decir que los peajes de ida y vuelta no nos llegarían a costar en total más de 50€ al cambio, y atravesamos incontables peajes, hasta aburrirnos.
Y otro detalle importante, las carreteras están en perfectas condiciones en casi todo el país, por lo menos en las zonas que transitamos. Hasta el mismo desierto las carreteras están en buen estado y son excepciones dónde encontramos tramos en obras o algo deterioradas.
A Azrou llegamos por la tarde, aún no había anochecido. Según nuestro guía tuvo que cambiar Ifrán, que era el destino inicial, por Azrou a última hora debido a que unos días antes el puerto de montaña que lleva hasta Ifrán estaba cortado por la nieve y no podía confirmar que lo hubieran abierto al llegar nosotros. Se supone que dicho puerto de montaña, e Ifrán mismo, le daban mil vueltas a Azrou como destino turístico.
Azrou: https://goo.gl/maps/fDL93sGhtsY4yWWb7
Azrou es una importante población bereber en el interior del Medio Atlas donde viven más de 80.000 habitantes. Más conocidos que la ciudad son los bosques de cedros que la rodean y los monos que en ellos habitan. Azrou se encuentra en un importante cruce de caminos que une la región con el desierto a través de la carretera de Midelt, Er Rachidia, Erfoud y Merzouga, con Marrakech, a 400 Km. a través de la carretera Khenifra, Beni Mellal. Es una población cercana a las ciudades imperiales de Fez y Meknes.
Azrou, el pueblo, no nos ofreció gran cosa, entre otras cosas porque ya era tarde, estaba oscureciendo y apenas teníamos tiempo para recorrerlo. Con una calle principal más comercial pero dónde las calles colindantes se veían en bastante mal estado, muy deterioradas, tanto las aceras y asfalto como las propias construcciones. Aún estábamos haciéndonos al país, su cultura y sus gentes por lo que no puedo negar que esta estampa, de noche, y con los prejuicios que siempre traemos los turistas a estas tierras, me dio un poco de grima.
El alojamiento que nos buscó la agencia de viajes era una especie de albergue con un aspecto pésimo y mal cuidado, según la agencia lo único que pudieron encontrar al tener que variar la ruta de forma improvisada, y la verdad es que debieron de colársela a ellos también porque el organizador las pasó canutas hasta que todo estuvo más o menos en orden.
Habitaciones con mucha dejadez, ducha con el agua caliente averiada, algunos váteres sin tapas, sin toallas para asearse, sin jabón. El caos inicial y el cabreo de algunos de los que íbamos tardó un buen rato en pasar hasta que el dueño del establecimiento, un hombre de unos cincuenta años junto con su hijo, como buenamente pudo, puso orden en algunas de estas deficiencias. Según el dueño es que no le había dado tiempo de adecentarlo todo antes de que llegásemos.
La mitad de las motos pudimos guardarlas en el mismo albergue, en un pasillo lateral que tenía, y el resto las llevaron a una cochera que disponía el dueño unas calles más atrás.
Una vez dentro pudimos comprobar que les gusta mucho la decoración interior. Alfombras y telas cubriendo mesas, sillones, sofás y cualquier pollete para sentarse es lo habitual. Y muchos cacharros de cocina también de decoración, cuencos, teteras, vasijas. La impresión siempre fue la misma, un exterior muy austero contra un interior muy decorado y recargado. Por supuesto, había wifi. En todos lados había wifi.
El marroquí es muy hospitalario y allí a donde vas lo primero que te ofrecen es un té. Al viajero, nada más entrar, le sacan las teteras con el té recién hecho, ardiendo, y los correspondientes vasos para que te sirvas.
Mientras se hacía la hora de la cena nos fuimos a visitar la calle principal que a esa hora aún tenía vida. Las cafeterías estaban abarrotadas de paisanos charlando o viendo el fútbol. No es ningún secreto que en el mundo árabe la mujer suele estar en casa y el hombre es el que hace más vida social. Sin embargo, y chocando con lo anterior, en la calle si que había muchos adolescentes para ser martes, coqueteando y flirteando con las muchachas y, curioso también, aunque la gran mayoría llevan velo sí que había chicas sin él.
El tramo que recorrimos de la calle principal estaba repleto de comercios como ferreterías, puestos de comida, confiterías y hasta tiendas de electrodomésticos o cerámica. Por remarcar algo diría que el aspecto de estos no es pomposo y se evidencia esa aura de austeridad que rodea todo el país. También es cierto que estábamos en un pueblo y no en una ciudad. Los precios no son caros, pero tampoco hay mucha diferencia con los nuestros. En la confitería, que sí mantenía un aspecto limpio y cuidado, nos abastecimos de dulces típicos de la zona que nos zampamos mientras se hacía la hora de la cena, todo el día rodando en moto había consumido nuestras energías y no veíamos la forma de reponerlas.
Llegados a este punto puedo contar otro aspecto que me chocó mucho de la cultura y que, sinceramente, no me esperaba. Los árabes que conviven en España son muy cerrados, muy suyos. Les cuesta integrarse y relacionarse con nosotros. Son, en la mayoría de los casos, aunque gente amable y educada, poco abiertos y muy serios. Sin embargo, allí, en su ambiente, son gente alegre, amable, derrochan simpatía y, sobre todo, se esfuerzan muchísimo por atenderte. Se esfuerzan por darte servicio, por entender nuestro idioma, por hablarte en español. A lo largo y ancho del país hablan o chapurrean el español, y el francés principalmente, lo suficientemente bien como para que puedas entenderte con ellos. Ah, y no van a robarte ¡Malditos prejuicios!
Para la cena nos sirvieron una especie de caldo calentito espeso que no sabría decir que llevaba pero que estaba bueno y el Tajín típico de Marruecos cocinado en vasija de barro con tapa en forma de cono. Dentro, pollo cocido muy tierno acompañado de verduras varias. Té para beber o agua y bebidas gaseosas. La coca cola no falta por donde vayas.
Tras la cena en el albergue nos fuimos a la cama a reponer fuerzas para el día siguiente, que os contaré en la siguiente entrada, donde nos esperaba realmente la verdadera aventura de Marruecos.
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