Camino de Leyenda: De Villas Medievales a Paisajes de Ensueño 2/4

Camino de Leyenda: De Villas Medievales a Paisajes de Ensueño 2/4

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Tras la enriquecedora parada en Ciudad Rodrigo, era el momento de encarar una de las rutas que más satisfacción nos tenía reservada en este viaje de contrastes: la inmensidad de paisajes y las fascinantes visitas que nos aguardaban.

Estos eran los puntos clave que marcaban el rumbo de nuestra jornada:

  1. Sierra de Francia
  2. La Alberca
  3. Museo de la Moto Clásica de Hervás
  4. Puerto de Honduras
  5. Valle del Jerte
  6. Sierra de Gredos

Como cada mañana, el desayuno temprano fue nuestro particular «calentamiento de motores» antes de dejar atrás la encantadora villa medieval de Ciudad Rodrigo. En apenas media hora de carretera, ya estábamos inmersos en la belleza natural del Parque Natural de Las Batuecas-Sierra de Francia.

Atravesar la Sierra de Francia en moto es una experiencia que se tatúa en la memoria a golpe de curva. La carretera serpentea con gracia entre bosques densos, donde robles y castaños entrelazan sus ramas formando túneles naturales por los que la luz se filtra en destellos fugaces. El aire huele a tierra húmeda y a la calidez de la leña, y cada ascenso nos regala panorámicas impresionantes sobre valles esmeralda y pueblos que se aferran a las laderas de la montaña. La moto se adapta al ritmo de la sierra, ágil en las curvas cerradas y tranquila en los tramos más abiertos, donde solo el latido del motor y el canto lejano de algún ave rompen el silencio.

La Alberca

Llegamos a La Alberca temprano, uno de los pueblos más emblemáticos de la Sierra de Francia, merecidamente declarado Conjunto Histórico en 1940. Su arquitectura tradicional de casas entramadas, sus arraigadas costumbres ancestrales y su privilegiado entorno natural protegido lo convierten en un lugar único. Fue, además, el primer municipio rural de España en obtener la declaración de Monumento Histórico-Artístico.

Aparcamos nuestras monturas a la entrada y nos dedicamos un buen rato a perdernos por sus estrechas y empedradas calles, admirando la peculiar arquitectura de sus casas, la bulliciosa Plaza Mayor y sus pintorescos comercios, hasta que nos topamos con la Iglesia Nuestra Señora de la Asunción.

Erigida en el siglo XVIII sobre los cimientos de una anterior iglesia románica, su sobrio exterior de granito alberga una joya singular: un magnífico púlpito tallado en una sola pieza de granito, una rareza en España por sus dimensiones y la maestría de su ejecución. En su interior, las bóvedas de crucería y los retablos dorados ofrecen un inesperado contraste de solemnidad y calidez. Entrar en ella es como viajar en el tiempo y sumergirse en la historia viva de un pueblo que ha sabido preservar su alma intacta.

Impresionados por la belleza interior de esta iglesia, regresamos a nuestras motos y, como el paseo nos había abierto el apetito, decidimos que un breve avituallamiento sería bienvenido. Un bocadillo rápido y una cerveza helada fueron suficientes para recargar energías y prepararnos para el siguiente tramo de la ruta.

Salimos por el extremo opuesto de la Sierra de Francia, admirando una vez más el espectacular paisaje que dejábamos atrás, y pusimos rumbo a Hervás, nuestro siguiente punto de interés marcado en el mapa.

Hervás

Hervás nos recibió con la calidez de sus tejados rojizos y su característico aire serrano. Pero antes de perdernos por su famoso barrio judío, teníamos una parada obligada para cualquier amante de las dos ruedas: el Museo de la Moto Clásica. Habíamos incluido esta visita en la ruta desde el principio, y no defraudó en absoluto. Nada más cruzar el umbral, nos envolvió un embriagador aroma a metal y a historia.

Más de un centenar de motocicletas perfectamente restauradas nos aguardaban como testigos silenciosos de otra época dorada del motociclismo. Desde las míticas Montesas y Bultacos que marcaron una era, hasta elegantes modelos británicos e italianos que inevitablemente despertaron animadas conversaciones entre nosotros, recordando viejas historias de carretera. Un rincón impregnado de pura pasión motera, de esos lugares que se graban en la memoria mucho después de que el viaje termina.

Con el estómago reclamando atención, nos acercamos al centro de Hervás en busca de un lugar donde saciar nuestro apetito. Tras recorrer sus pintorescas calles, el Mesón La Vaca Brava nos inspiró la confianza suficiente para detenernos a degustar su apetitoso menú. Al cruzar sus puertas, fuimos recibidos por el tentador aroma de las brasas de leña de encina, presagio de una experiencia culinaria memorable. Un local altamente recomendable, con productos de la tierra, una calidad innegable y precios asequibles. 

Como curiosidad, ¡no servían café! Y la explicación del camarero fue aún más sorprendente: «Estoy solo para el servicio de mesa y no puedo atender la barra, ¡no preparo cafés!». Este peculiar detalle empañó ligeramente la excelente calidad del menú, obligándonos a buscar un café en otro bar cercano.

Después de comer, nos adentramos en el laberíntico barrio judío de Hervás, uno de los mejor conservados de España. Sus estrechas callejuelas, de trazado intrincado, invitan a perderse sin prisas, descubriendo rincones llenos de encanto. Las casas de adobe y madera, adornadas con balcones floridos y singulares escaleras exteriores, conservan intacta el alma sefardí del lugar. Caminábamos en silencio, inmersos en la historia, con el suave murmullo del río Ambroz como banda sonora de nuestros pasos. Cada rincón parecía susurrar una historia: un arco de piedra, una inscripción antigua, un patio escondido a las miradas. Fue un paseo tranquilo y evocador, que nos reconectó con la esencia más profunda de nuestro viaje.

Sin duda, este enclave, al igual que La Alberca y la histórica Ciudad Rodrigo del día anterior, habían superado con creces nuestras expectativas. Volvimos a nuestras motos, listos para acometer el siguiente tramo que nos llevaría hacia la imponente Sierra de Gredos.

Dejamos atrás Hervás con el rugido de nuestros motores resonando entre las montañas, poniendo rumbo al Valle del Jerte por una de las carreteras más espectaculares de la jornada: el Puerto de Honduras. Esta estrecha y serpenteante vía de alta montaña conecta el Valle del Ambroz con el Valle del Jerte, ascendiendo hasta los 1.440 metros de altitud. A cada curva, el paisaje se volvía más salvaje y grandioso, entre majestuosos robledales, extensos prados y vistas panorámicas que se abrían de repente como un impresionante escenario natural. En la cima, una parada era obligatoria: el silencio sobrecogedor, el aire puro que llenaba nuestros pulmones y las vistas infinitas hacia ambos valles merecían ser inmortalizadas en unas cuantas fotos… y, sobre todo, grabadas en nuestra memoria viajera. Es un puerto de montaña poco conocido, pero que todo motero con alma aventurera debería cruzar al menos una vez en la vida.

Aquí Gabriel haciendo malabares para poder sacarnos la foto

¡Ojo a la bajada! El asfalto se estrechaba considerablemente y el tráfico rodado nos puso en apuros en más de una ocasión. Afortunadamente, la pericia al manillar nos libró de cualquier percance, aunque estuvimos cerca de llevarnos algún susto.

Desde la cima del Puerto de Honduras iniciamos un suave descenso, envueltos por un paisaje que iba mutando ante nuestros ojos: de los densos bosques del norte a los valles abiertos que anunciaban la proximidad de la meseta castellana. La carretera seguía retorciéndose entre las montañas, con la fresca caricia de la altitud en nuestros rostros y el constante murmullo de los ríos acompañando nuestro avance. A medida que nos acercábamos a Gredos, el horizonte se abría majestuosamente y, de repente, allí estaban: las imponentes cumbres de la sierra, aún salpicadas de nieve, recortándose blancas contra el cielo azul.

Hoyos del Espino

Fue una imagen de postal, tan inesperada como impactante, que nos obligó a detenernos para capturarla en unas fotografías que intuíamos serían de las más especiales de este viaje. Llegar a Hoyos del Espino fue como alcanzar un refugio natural, el lugar perfecto para descansar tras una de las etapas más completas: curvas emocionantes, paisajes sobrecogedores, historia fascinante… y esa inigualable sensación de libertad que solo se experimenta a lomos de una moto.

Esta noche nos alojamos en el Hotel Rural El Milano Real, una acertada elección de Gabriel. Un alojamiento acogedor cuya estampa desde la ventana de nuestra habitación eran las espectaculares cumbres nevadas de Gredos. Un salón clásico con una reconfortante chimenea invitaba a disfrutar de una cerveza al caer la tarde, y unos cuidados jardines traseros con un frondoso césped completaban el encanto rural del lugar.

Tras una ducha reparadora que nos devolvió la energía después del intenso día, salimos en busca de un lugar para cenar y encontramos el Bar Gredos. Allí, unas buenas viandas y platos calientes nos reconfortaron del fresco de la noche. 

Sin duda, estos dos últimos días, en cuanto a visitas culturales, la grandiosidad del paisaje y el encanto de los pueblos medievales, se habían posicionado como unos de los más disfrutados del viaje, superando incluso el recorrido por Portugal de unos días antes.

Hoy, Morfeo no tardaría en reclamar su merecido tributo tras un día tan magnífico.

Continúa en el siguiente artículo…

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