
Camino de Leyenda: De Villas Medievales a Paisajes de Ensueño 1/4
En capítulos anteriores habíamos conquistado Portugal de sur a norte hasta alcanzar Chaves. Desde esta ciudad fronteriza lusa, iniciábamos ahora el camino de vuelta a casa, en un viaje que se estaba convirtiendo en un fascinante compendio de culturas, paisajes asombrosos, villas medievales con encanto y evocadores retazos de historia. A partir de este punto, rodaríamos de nuevo por carreteras españolas, y durante los cuatro días siguientes, descubriríamos juntos lugares que, sin duda, dejarían una huella imborrable en nuestra memoria viajera.
En el ecuador de nuestra travesía, el cansancio de los kilómetros acumulados y la lucha contra las cambiantes condiciones meteorológicas comenzaba a hacerse notar. Sin embargo, la llamada de la carretera era más fuerte, así que, tras un merecido desayuno en el hotel de Chaves, volvimos a montar en nuestras fieles compañeras de dos ruedas.
La ruta de hoy nos llevaría hasta la histórica Ciudad Rodrigo, ya en territorio español y muy cerca de la frontera portuguesa. Para ello, debíamos reencontrarnos con el majestuoso río Duero, allí donde cruza nuestra querida España y serpentea por Portugal hasta desembocar en el Atlántico.
A diferencia del viaje de ida, donde la N2 fue nuestra guía principal, Gabriel decidió que el descenso hacia la frontera lo realizaríamos ahora por carreteras secundarias del país vecino. ¡Bendita elección! Nada más dejar Chaves, nos sumergimos en un paisaje salpicado de pequeñas villas con encanto, rodeados de una naturaleza exuberante. Las vistas desde lo alto de la carretera nos permitían contemplar la inmensidad del terreno que habíamos recorrido.

Una vez más, aparcamos la cámara para deleitarnos en vivo y en directo con los paisajes que Portugal nos ofrecía como despedida. En la introducción de este post encontraréis el mapa detallado de la ruta en Wikiloc, para aquellos que quieran explorarla virtualmente o, mejor aún, animarse a recorrerla in situ, porque realmente merece cada kilómetro.
Algunas paradas estratégicas para estirar las piernas y aliviar la vejiga hicieron el trayecto más llevadero.
Alrededor del mediodía, llegamos a la pintoresca aldea de Barca de Alba, enclavada en el corazón del Parque Natural del Duero Internacional, justo en la confluencia del río Águeda con el imponente río Duero. Estos ríos marcan la frontera natural entre España y Portugal en este tramo.
Allí nos recibió la inmensidad del cauce del Duero, sobre cuyas aguas navegaban algunos cruceros repletos de turistas ansiosos por admirar la majestuosidad del río.

Tras cruzar el puente, encontramos un modesto bar donde hicimos una parada para comer. En el Chico’s Bar, un local sin grandes pretensiones, pedimos unas hamburguesas. Aunque la simpatía de la camarera no fue su punto fuerte, el disfrute de los kilómetros previos nos permitió saborearlas en paz a un precio razonable.
Con el estómago lleno, retomamos nuestro camino. A menos de dos kilómetros estábamos de nuevo en España, y setenta kilómetros más nos separaban de nuestro destino del día.
Ciudad Rodrigo se alzó ante nosotros como una imponente ciudad amurallada de origen medieval, un enclave clave en la defensa del oeste peninsular. Su proximidad a la frontera con Portugal la convirtió en escenario de dos asedios durante la Guerra de la Independencia Española contra Napoleón. Su majestuosa catedral, la histórica Plaza Mayor y el parador nacional ubicado en su antiguo castillo la convierten en un destino con un encanto histórico innegable.

Llegamos temprano, sobre las cinco de la tarde, con la intención de tener tiempo suficiente para explorar este enclave medieval, ya que al día siguiente continuaríamos nuestra ruta de regreso.
Nos alojamos en el Hotel Arcos, situado en pleno casco histórico, junto a la imponente Catedral de Santa María. Tras aparcar nuestras motos en el parking del hotel y disfrutar de una ducha reparadora, nos dispusimos a recorrer las estrechas calles del casco antiguo, sus encantadoras plazas y los palacios con impresionantes portones. A continuación, caminamos a lo largo de sus murallas, dando una vuelta completa a la ciudad y contemplando el paisaje desde las alturas. Descendimos de las murallas junto a la catedral, descubriendo al mismo tiempo la rica historia de este lugar.



Una vez completada la visita, tocaba encontrar un buen bar donde celebrar la ruta del día y cenar algo. Fue en la animada Plaza Mayor donde encontramos consuelo, un buen refugio y unos contundentes platos de huevos rotos con patatas, variados tipos de chorizo, un sabroso cachopo y otras delicias de nuestra tierra que nos revitalizaron rápidamente.
He de reconocer que la gastronomía que habíamos probado en Portugal, aunque no fue desagradable, no alcanzaba el nivel de la cocina de nuestra tierra. Al probar los sabores auténticos de España en este bar, confirmé sin dudarlo que superaba con creces lo degustado en los días anteriores.

Finalmente, ya de noche y cerca del hotel, brindamos por el día. En mi caso, opté por una infusión de poleo; después de tantos días de viaje y algunos excesos, mi cuerpo necesitaba un respiro para regular el estómago.
La visita a Ciudad Rodrigo nos había dejado gratamente sorprendidos por el excelente estado de conservación de esta joya medieval, así que nos fuimos a la cama contentos con el balance final de la jornada.