Sombras del Sahara: Un viaje por las huellas perdidas de España – 7/10

Sombras del Sahara: Un viaje por las huellas perdidas de España – 7/10

Desde El Marsa a Dakhla y el Trópico de Cancer

Hoy nos esperaba otra jornada maratoniana. La noche anterior, tras pasar por El Aaiún, fuimos directos hacia El Marsa, la población costera donde desembarcaban a los reclutas para realizar la instrucción en el campamento BIR Nº1 antes de asignarles su destino definitivo. Así adelantábamos kilómetros con la intención de ver el BIR y desde ahí emprender los más de 600 kilómetros que nos separaban del punto más alejado de nuestro viaje.

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Habíamos dormido en el Hotel Beauport que, según nos habían aconsejado los militares del control policial a la entrada de El Aaiún, estaba muy bien ubicado.

Partimos directos al BIR, otro de esos destinos que debía visitar sí o sí por su significado. Allí nos contaba mi padre las perrerías que les hacían pasar a los reclutas recién llegados, cómo tenían que hacer sus necesidades en la playa por la falta de infraestructuras en el cuartel, y cómo sólo les dejaban bañarse una vez a la semana en la playa o incluso lavar su uniforme en el agua del mar.

La desilusión vino al encontrarnos un militar apostado en la entrada de lo que, actualmente, es un montón de escombros y ruina.

No nos dejó entrar por la puerta principal, aunque nos aconsejó que fuésemos por el lateral para poder ver los restos de los antiguos barracones. Así hicimos, tomando la carretera paralela al recinto. Al llegar a la altura de los barracones, las dunas cubrían parte del poco muro que quedaba en pie, permitiéndonos acercarnos sin problemas. Sin embargo, no nos fiamos del todo de las instrucciones del militar y no quisimos indagar dentro de los propios escombros por si se mosqueaba.

Así que con mucha pena y un desazón que no sabría explicar, echando sólo cuatro fotos de lejos, nos despedimos del BIR Nº1, ese lugar cargado de historia familiar. Un poco más adelante se encuentra otro barco varado a pie de playa, oxidado, otra triste ruina humana abandonada a su suerte.

Nos despedimos de El Marsa poniendo rumbo a Dakhla. Ese día, a nivel personal, lo arrastré con esa espina clavada por no haber podido vivir esa conexión como esperaba.

Hasta Dakhla te encuentras una carretera nacional en perfecto estado de conservación, nueva, impecable diría yo, ideal para poder correr sin límites. Sin apenas tráfico, sin radares, desierto a ambos lados y a la derecha nuevamente te acompaña el Atlántico con unos impresionantes acantilados junto a la vía. Y entre tanto, te cruzas con algunas manadas de camellos que campan a sus anchas por la zona, incluso en medio de la carretera, por lo que había que circular con mucha precaución.

Cabo Bojador

De camino a Dakhla pasaríamos por Cabo Bojador, otra de esas ciudades que tuvieron una relevancia crucial en el siglo pasado.

Entrada a Cabo Bojador

Cabo Bojador fue descubierta por los portugueses en 1434. Su importancia radicó en ser un enclave estratégico que España estableció de manera más efectiva como protectorado bajo su soberanía a partir de 1884, cuando se declaró la zona costera al sur del cabo como tal. En 1956, tras la independencia de Marruecos otorgada por Francia, el nuevo país reivindicó el territorio del Sahara Occidental como parte integral de su nación. La disputa por el control de esta región generó tensión entre Marruecos y España, hasta que finalmente esta última se retiró en 1975 tras la Marcha Verde, poniendo fin a su presencia en Cabo Bojador y el resto del Sahara.

Lo más destacado dentro de la ciudad es su emblemático faro.

Su construcción por parte de España se realizó entre 1886 y 1887, buscando mejorar la seguridad marítima en la zona y facilitar la navegación en torno al peligroso cabo. En 1958 la torre original fue demolida por las autoridades locales y se construyó una nueva de hormigón armado de 35 metros de altura, que entró en servicio al año siguiente. Está compuesta por una torre de mampostería octogonal con linterna y galería, unida a la casa del torrero.

Y es así como atravesamos Cabo Bojador, descubriendo su magnífico faro, y continuamos hasta Dakhla tras comprar algo de pan en las tiendas locales para poder comer por el camino, ya que preveíamos que no habría nada donde hacer un alto hasta llegar a nuestro destino.

Durante gran parte del trayecto, la carretera discurre muy cerca del mar, atravesando acantilados que dejan al descubierto inmensos kilómetros de playas vírgenes e impoluta belleza bajo tus pies. Merecía la pena parar y deleitarse con ello un rato.

Entre Cabo Bojador y Dakhla encontramos una gasolinera con una pequeña tienda-restaurante. No teníamos esperanzas de encontrar nada por el camino, así que ya llevábamos nuestras provisiones. Habíamos pasado las dos de la tarde y decidimos hacer un alto allí. Compramos en la tienda bebidas y algunas latas para contribuir un poco, y pedimos permiso para sentarnos a comer nuestro picnic en una de sus mesas exteriores, a lo que no se opusieron.

Tras llenar el buche y tomar el reconfortante té que les pedimos, continuamos dirección a Dakhla.

Llegamos antes de lo esperado al control militar que separa la carretera, yendo a Dakhla por la derecha o siguiendo recto hasta Mauritania, trazado por donde se pasa por el mismísimo Trópico de Cáncer.

Aún nos quedaban algunas horas de luz y, aunque el cartel estaba a unos 60 km que luego habría que retroceder para ir a Dakhla, decidimos echarle huevos y llegar hasta él.

La línea imaginaria del Trópico de Cáncer marca el punto más septentrional de la Tierra donde el Sol alcanza su cenit al mediodía durante el solsticio de verano.

Fue así como llegamos al memorable cartel, nos hicimos las famosas fotos con la satisfacción de haber llegado tan al sur, y de allí nos fuimos a Dakhla, donde aún nos quedaban cosas por ver y explorar en esta apasionante aventura.

Villa Cisneros, actual Dakhla

Dakhla era el punto final del día y, como en todo este viaje, es necesario ponerla en contexto histórico.

En 1884 España estableció una factoría comercial y un puesto militar en la península de Cabo Bojador, a la que bautizó como Villa Cisneros, en honor al Marqués de Cisneros, regente de Castilla durante la minoría de edad de Carlos I. Un año después, se firmó el Tratado de Wad Ras con las tribus locales, por el que España adquirió derechos territoriales sobre la región.

La iglesia católica de Dakhla, también conocida como Iglesia de Nuestra Señora del Carmen, se construyó en 1946, enmarcándose dentro de la labor evangelizadora que la Iglesia Católica llevaba a cabo en las colonias españolas.

Con el poco tiempo del que disponíamos, ya que llegaríamos demasiado tarde sólo podíamos perder el tiempo en visitar la iglesia, que teníamos bien localizada en el mapa.

Encontramos una ciudad en pleno auge y expansión inequívocamente orientada al turismo internacional. Kilómetros de playa y viento que hacen las delicias de los surfistas, skysurf y demás deportes relacionados. Hoteles, lujo y demás por doquier. Marruecos está haciendo una inversión brutal en Dakhla.

Llegamos directos a la iglesia, paramos las motos para echarnos las fotos de rigor y en ese momento salió de la misma un señor en silla de ruedas que se nos acercó para entablar conversación.

A este señor ya lo había visto en internet hace años en vídeos del Miquel Silvestre. Es un saharaui que cuida la iglesia y que vive allí dentro. Bouh, que así dijo que lo llamásemos, es también el guardián de dos de las tres tapas de alcantarilla originales de la época española con la inscripción de “Villa Cisneros” que nos enseñó y nos dejó fotografiar.

Nos obsequió con unas botellas de agua mientras nos contaba la historia de la región, la iglesia y su pueblo, y nos regaló un pin del Sáhara a cada uno.

Tras esto nos acompañó por unas calles aledañas a enseñarnos la tercera tapa de alcantarilla que queda in situ y que nos indicó que no tardaría en desaparecer.

La experiencia fue única, el trato de Bo excepcional y nos conmovió el alma. Dormimos en un hotel cercano desde donde teníamos unas vistas completas de la iglesia, habiéndoseme pasado el mosqueo que traía por lo sucedido en el BIR en El Marsa.

Salimos a cenar en un pequeño restaurante cercano de estilo subsahariano con dos chicas de color que nos prepararon unos platos exquisitos. Como no tenían té, nos lo terminamos tomando en el hotel antes de dormir.

Habíamos decidido sobre la marcha que, como la carretera hasta allí era buena y nos había permitido hacer muchos más kilómetros de los calculados inicialmente sin cansarnos en exceso, saltarnos un día de descanso en Dakhla y retomar al día siguiente el camino de vuelta para intentar adentrarnos por rutas alternativas a la autovía atravesando el Atlas de nuevo dónde le teníamos echado un ojo a un exquisito y maltratado puerto de montaña.

Continúa la historia en el siguiente capítulo…

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