Marruecos 2023 – Desde Dades hasta el Alto Atlas por la R307

Marruecos 2023 – Desde Dades hasta el Alto Atlas por la R307

Llevo días dándole vueltas al asunto de explicar lo que sería esta etapa. Me es difícil encontrar todas las palabras que necesito expresar por ello, y como en los artículos anteriores, he tenido que dedicarle mucho tiempo a ordenar mis ideas, trayectos y sensaciones a la vez que surfear por internet para ser más preciso en las descripciones de los entornos y paisajes porque, de no ser así, casi seguro que escribiría cada artículo con algún escueto “fue la ostia”, “El paisaje era la leche”, “La grandiosidad del desierto”. En fin, que me he ido esmerando para completar con precisión ese conjunto de sensaciones y placer vivido durante este viaje e intentar trasmitirlo al lector lo más fielmente posible.

Hoy tendríamos que atravesar de nuevo el Alto Atlas y queríamos que fuese una experiencia inolvidable.

La ruta

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Antes de emprender la ruta con vosotros os dejo este extracto que ayudará a entender el trayecto.

El Alto Atlas, una imponente cadena montañosa ubicada en el centro de Marruecos, es un tesoro natural y cultural que cautiva a quienes lo visitan. Con sus imponentes picos nevados, valles verdes y profundos desfiladeros, el Alto Atlas ofrece paisajes de una belleza indescriptible. Hogar de antiguos pueblos bereberes, este lugar es un testimonio vivo de la cultura y la tradición de la región. Sus aldeas tradicionales, construidas con adobe y piedra, se integran armoniosamente en las montañas, y sus habitantes acogen a los visitantes con una generosidad y hospitalidad incomparables.

Dicho lo cual, volvamos a la etapa de hoy. 

Desde el Riad de Dades teníamos que emprender la vuelta hacia el norte, dirección Fez. Varias eran las opciones que nos ofrecía el mapa:

Una era dirección Uarzazate, la meca del cine de Marruecos donde puedes encontrar los escenarios de muchísimas y reconocidas películas rodadas allí y, pasado este, coger la nacional N9 hasta Marrakech por la que ya habíamos descartado pasar desde el principio de la organización del viaje, además de tener que dar demasiado rodeo para llegar al destino que habíamos marcado.

La segunda opción era retroceder hasta Tinerhir y subir por Agoudal e Imichil por la nacional N12 tramo del que también nos habían hablado muy bien pero que implicaba retroceder muchos kilómetros de los ya recorridos y volver a Todra para seguir adelante, lo que no nos convencía.

Y había una tercera opción más que le habían recomendado encarecidamente a Gabriel, que era atravesar el Alto Atlas por un trazado menos concurrido y turístico que las nacionales anteriores como era recorrer la carretera R307 pasando por Demnate dirección después hacia Beni Melal y más al norte, Fez.

Ya nos habían dicho que esa carretera era bastante solitaria y aislada. Que posiblemente encontráramos tramos en muy mal estado y que, dado que aún quedaba algo de nieve en los picos del Alto Atlas, quizás tuviésemos complicaciones para atravesarla. Y aún así, nos la seguían recomendando si queríamos vivir el Marruecos profundo, el de las aldeas y gente de las montañas. El del contraste de paisajes ocres, verdes y blancos nevados.

La idea era irresistible así que dijimos “que sea lo que dios quiera, pero huyamos de lo turístico y probemos suerte”

Miguel, con el que llevo rodando años y con el que hemos hecho alguna que otra incursión en entornos hostiles, Igual me he pasado, digamos que hemos hecho muchas pistas sencillitas, tenía claro desde que se empezó a organizar el viaje que prefería huir de los tópicos turísticos. Prefería sacrificar lugares de postal para poder recorrer entornos más rurales y auténticos, aunque sabía de las limitaciones que tendría si nos metíamos en alguna pista complicada llevando a Andrea de paquete, pero no puso reparos a este recorrido.

Juan lo tenía claro, alguno de esos días que aparecía por el grupo de WhatsApp y hablábamos de este tema él decía “yo os sigo”. Durante los días del viaje fue igual. Cada vez que planteábamos algún sitio qué visitar o alguna pequeña variación de lo previsto decía “yo os sigo” y otra vez nos daba para echar unas risas.

Fernando tampoco puso objeciones, con su estatura y su Trail ligera de peso podría meterse en cualquier berenjenal sin problemas.

Yo también lo tenía claro, más que el agua. Quería diversión y Gabriel también.

Esta carretera tenía precisamente todos los ingredientes, pero también el de la sorpresa pues ni en Google Maps se podía ver el estado real de la misma, ni conseguimos información suficiente sobre cómo nos la íbamos a encontrar. A los más intrépidos ya nos tenía ganados todos los puntos con todas las referencias que he contado, pero aún nos quedaba un pequeño inconveniente, la moto de Joaquín no era una Trail, además era una clásica de las que hay que cuidar con pinzas y mucho mimo. Si nos encontrábamos algún marrón por ahí arriba Joaquín lo iba a pasar mal con su moto.

Tuvimos mucho tiempo durante los preparativos para decidirnos y al final pudo más la sinrazón que la razón. Si se ponía complicada la cosa daríamos la vuelta y ya veríamos qué hacer. ¡Tiramos para adelante!

Y como no sabíamos lo rápidos o lentos que podríamos rodar este día, ni las complicaciones con las que nos encontraríamos, decidimos dividir la ruta en dos etapas. La primera nos llevaría hasta el Alto Atlas, y la segunda hasta Fez el día siguiente.

Salimos de Dades tras habernos despedido de la encantadora pareja del Riad, Said y Aziza.

Antes de empezar la ruta necesitábamos parar en algún cajero a sacar dinero pues por el Alto Atlas casi con toda seguridad no habría donde sacar un dírham e íbamos justos de pasta.

Volviendo del Riad nos detuvimos nada más coger la N10 en la ciudad de Boumalne Dades donde había Banco y cajero en la vía principal que atraviesa la ciudad. No eran las diez de la mañana aún pero ya había bullicio por las calles, más de lo que nos habíamos encontrado en otros sitios a esas horas. Había locales abiertos, cafeterías, tiendas, tráfico y algún que otro motorista que venían o iban buscando las mismas aventuras que nosotros.

Aprovechamos que había una panadería abierta para comprar agua y pan, pero pan no tenían todavía, aunque sí unos dulces de miel con muy buena pinta por lo que compramos algunos para probarlos antes de dejar la ciudad.

Volvimos a ponernos en marcha dirección Uarzazate y echamos gasolina de nuevo enseguida.

El desvío que tomaríamos para subir el Atlas estaba a unos 19km antes de entrar a Uarzazate.

Uarzazate era otra de esas ciudades que, pese a su renombre, teníamos claro que no visitaríamos. Total, ver unos decorados de cartón piedra, pagar por ello y perder media mañana allí no era algo que nos llamara la atención ni nos apeteciera teniendo por delante una subida al Alto Atlas que nos habían asegurado llena de diversión.

Según te acercas a Uarzazate una luz potente, muy potente, sobre una torre te deslumbra a lo lejos, sobre todo si el día está despejado. A modo del ojo de Sauron del Señor de los anillos, la luz, si no sabes lo que es, te inquieta a la vez que te atrae poderosamente. Según hacíamos kilómetros y nos acercábamos, más potente y alta se elevaba la luz sobre la torre, como si de un faro gigante se tratase en medio del desierto.

Una vez cogimos el desvío hacia la R307 la torre nos seguía acompañando por la izquierda y la intriga crecía más aún. 

Algunos sabíamos lo que era, bien porque los descubrimos del viaje anterior o bien porque en España ya hay algunas de estas construcciones, aunque difíciles de ver. En cualquier caso, a todos se nos antojaba algo muy moderno para un viaje que donde buscábamos justo lo opuesto.

Estamos hablando de la planta termoeléctrica solar Noor 3 Solar Power Station. En ella miles de espejos sobre el suelo dispuestos de forma que todos concentren la luz del sol sobre la parte superior de la torre como si de una lupa se tratase, hacen que esta coja una temperatura elevada suficiente para calentar un fluido que, mediante un ciclo termodinámico convencional, produce la potencia necesaria para mover un alternador para generación de energía eléctrica.

Y hasta aquí la parte industrial tecnológica, sacada de internet, pues yo no entiendo una leche de estas tecnologías, de este viaje al pasado por tierras marroquíes. Continuemos con nuestra verdadera historia que es la que el lector quiere leer de vedad.

Subida al Alto Atlas

Desde este punto teníamos unos 130 km aproximadamente hasta el hotel dónde dormiríamos hoy. Pocos kilómetros comparados con que llevábamos haciendo el resto de las etapas pero que nos costaría prácticamente todo el día recorrerlos. Antes de dejar la “linterna mágica” echamos la siguiente foto que refleja, tras nosotros, la ruta y paisajes que nos esperaban.

El ascenso al Alto Atlas por esta zona empiezas a hacerlo con el desolado paisaje desértico que nos venía acompañando desde Dades. La carretera hasta la primera aldea estaba bien asfaltada pero cuando paramos en ella, sobre las doce del mediodía con idea de beber algo y de un segundo intento frustrado de comprar pan para el camino, ya pudimos apreciar que esto quedaba muy lejos de las zonas turísticas que veníamos recorriendo durante el viaje.

Apenas un par de tiendas con cuatro paisanos tomando la sombra sobre sus terrazas sin nada que hacer. Cámaras frigoríficas medio cochambrosas que no enfriaban donde mezclaban las piezas de cordero llenas de moscas con las coca-colas medio calientes. Aquí el español ya no se hablaba y el francés que dominaba Gabriel, muy poco o nada.

Una escuela, unas gallinas por allí sueltas, poco tráfico. Esto prometía. Tomamos las coca-colas para reponernos del calor y continuamos el ascenso. 

A medida que avanzábamos, el asfalto comenzaba a desmoronarse, revelando un paisaje lleno de desafíos. Tras cada curva, encontrábamos fragmentos de asfalto llenos de baches, combinados con tramos donde la pista de tierra había ganado terreno, dejando poco rastro del antiguo pavimento. Era evidente que el paso del tiempo y las condiciones adversas habían dejado su marca en el camino. Al fondo, en la lejanía, restos de nieve en las cumbres más altas.

Empezamos a rodar lentos, el calor apretaba con fuerza, a medida que ascendíamos el paisaje se transformaba ante nuestros ojos revelando la imponente cadena montañosa del Atlas en su vertiente sur, completamente desprovista de vegetación. Solo algunos matorrales se aferraban a las áridas laderas de las montañas. Desde lo alto divisábamos, a muchos metros por debajo, los vestigios de las ramblas, los cauces secos que en ocasiones arrastran las tierras y piedras sueltas de estas montañas. Era un panorama que evocaba una sensación de serenidad y una conexión con la vastedad del desierto que se extendía más allá. A pesar de la aridez y la aparente desolación, encontramos una belleza singular en este paisaje áspero y sublime.

Primera, acelera, segunda, acelera, curva, primera otra vez, segunda, acelera. El trazado y el calor estaba poniendo a prueba nuestras motos cuando de pronto, Fernando tuvo que parar la suya. El testigo de temperatura se le había encendido y el radiador empezó a soltar líquido por abajo. Estábamos en una zona muy aislada como para tener problemas mecánicos, pero era un tema que ya habíamos hablado largo y tendido durante los meses que duraron los preparativos.

Si nos pasa algo por ahí arriba, lo primero, calma. Lo segundo, buscar soluciones. Somos un equipo, no llevamos vehículo de apoyo y si el plan se tuerce deberemos tener paciencia para solventarlo sin perder los estribos.

Paramos, revisamos los móviles y, por suerte, a pesar de lo aislada de la zona, teníamos cobertura lo que añadía un plus de tranquilidad. Esperamos un rato a que la moto se enfriara dando por hecho de que el calor y el esfuerzo al que estábamos sometiendo las motoso no lo llevaba muy bien. De hecho, ya en dos ocasiones durante los meses anteriores había tenido problemas iguales que nos había obligado a parar unos minutos para que se enfriase.

Aunque la K75 es la que luce, estábamos detrás de ella, al fondo, esperando que se enfriase la de Fer

Al rato le tiró al arranque y la moto se puso en marcha de nuevo sin ningún otro aparente síntoma de daño que impidiera seguir rodando.

Con entusiasmo, nos pusimos en marcha, y al tomar la siguiente curva, nos encontramos con una grata sorpresa, una sección del asfalto había sido parcialmente reparada, algo que ninguno de nosotros esperaba encontrar en ese lugar. Las motos aceleraron un poco más, lo cual fue un soplo de aire fresco para el radiador de la moto de Fernando. Sin embargo, a pesar del intento de arreglo, el asfalto aún nos brindaría algunas sorpresas encontrándonos algunos desprendimientos de gran magnitud. En los costados de la carretera enormes rocas, grandes como un automóvil, soportando el peso de montones de ellas más pequeñas entorpecían el trazado dejando apenas suficiente espacio para que otro vehículo pudiera pasar. El trazado de la carretera no dejaba de sorprendernos en cada momento, manteniéndonos alerta y atentos a cualquier obstáculo inesperado que pudiera aparecer en nuestro camino.

Se hacía la hora de comer, en los kilómetros que llevábamos apenas había vestigios de civilización. Alguna aldea diseminada en ruinas a lo sumo y dos o tres vehículos que se cruzaron en nuestro camino y un par de autocaravanas. Buscábamos alguna zona donde parar a tirar de nuestras viandas cuando nos encontramos por casualidad un tramo con máquinas reparando la pista de tierra y otro desprendimiento, gente trabajando y algún que otro paisano sobre sus burros lo que vaticinaba de que algo habría cerca.

Efectivamente, pasadas las excavadoras, en lo alto de la montaña, a unos 1.800m de altitud, nos encontramos una pequeña aldea, en ella una tienda con las puertas medio cerradas y el tendero en su puerta “cazando moscas”. Un halo de esperanza nos envolvió. Al menos podríamos comprar bebida fresca y pan, pensamos. Con eso y con el embutido que aún llevábamos en las motos nos apañaríamos para comer.

Paramos frente a la tienda, el tendero abrió las puertas completamente. Era una de esas tiendas dónde tienen lo imprescindible, ya habíamos visto muchas de ellas. Bebidas, dulces, latas de conservas, olivas que nunca faltan en Marruecos, y algo de aseo como jabón o champú, poco más.

Como ya nos pasó unos kilómetros mas abajo, el español en por estos lares no se habla. Tirando de Google encuentro que en esta zona se hablan principalmente dos idiomas: el árabe, idioma oficial de Marruecos, y el tamazight. El tamazight es una lengua bereber que se habla en diferentes variantes en toda la región del Atlas, incluido el Alto Atlas. Esta lengua bereber tiene una rica historia y es hablada por la población local, especialmente en las áreas rurales. O sea, que no tenemos ni idea de en qué idioma hablaban, pero eso no impidió que nos entendiéramos perfectamente en una mezcla de todo junto con idioma universal que nunca falla.

Vimos que tenía una mesa de plástico en la puerta y, justo enfrente, al otro lado de la estrecha carretera, una casa que parecía inhabitada y la ladera del monte daban sombra, por lo que le pedimos al tendero si nos hacía el favor de prestarnos la mesa para poder comer ahí.

Y una vez más, en una zona tan remota como aislada, con unas gentes que parecían no tener donde caerse muertos, en pleno Ramadán que les mantenía sin poder tomar una gota de agua con el calor que hacía, habiéndole comprado solamente la bebida para hacer uso de nuestra comida ¡de jalufo! para colmo, viene el tipo, llama a su hermano que estaba enfrente, nos coloca la mesa a la sombra, nos empiezan a sacar sillas de plástico del almacén de debajo de la casa y nos ofrecen lo poco que tienen.

Nosotros no dábamos crédito. En España siéntate en una terraza de un bar y sácate tu bocadillo, a ver lo que tardan en darte un estufío para que, consumas del bar o te las pires.

Ante nuestro asombro decidimos que por cortesía debíamos hacerle algo más de gasto así que le pedimos algunas cosas más para picar y algunos refrescos extras. También nos prepararon pan, aquello estaba siendo una fiesta. Tenían aseo que pusieron a nuestra disposición. Lo que iba a ser una comida tirados sobre algún pedrusco a la solana se había convertido en una comida con todas las comodidades que no imaginábamos tendríamos allí arriba.

También por cortesía, antes de sacar nuestro “jalufo” le habíamos preguntado si no le importaba que comiéramos de nuestras reservas a lo que no opusieron objeción alguna.

Mientras comíamos llegó un microbús cargado de pasajeros donde algunos de ellos viajaban sobre la vaca de este y otros en su interior. De él se bajaron un par de críos que eran los hijos de estas buenas gentes que por lo visto venían del cole.

Saciamos los estómagos mientras contábamos lo que habíamos disfrutado los kilómetros que nos habían llevado hasta allí cuando uno de los chicos nos dijo que, si queríamos té, también tenían y nos lo preparaban.

Una vez más ¿cómo negarnos después de tanta hospitalidad? Lo correcto era hacerle ese pequeño gasto que, para nosotros era una nimiedad, aparte de que ya le habíamos cogido el gusto a tomarlo. ¡Té para todos, por favor!

Mientras tomábamos el té, uno de los hermanos intentaba explicarme, móvil en mano mostrándome lo que parecía un contrato de trabajo, con expresión de orgullo en su cara cómo el próximo mes se iba a trabajar a Italia. Estaba orgulloso porque no iba de inmigrante sin papeles, tal y como nos contó, sino que iba con contrato legal lo que para esas gentes debía ser como que te toque la lotería.

Lo repetiré mil veces, lo que nos cuentan o nos pensamos los europeos que son los “moros” está muy alejado de la realidad. Sólo hay que salir de nuestra burbuja para darnos un baño de humildad.

El día estaba saliendo redondo, pero aun nos quedaban unos setenta kilómetros hasta Demnat y esperábamos que fueran tan buenos como los recorridos hasta aquí.

Hacia el Col D’Azwin 

Nos despedimos de los dos hermanos y continuamos el camino. El trazado ahora cambiaba de aspecto, seguíamos ascendiendo. En esta zona empiezas a encontrarte con algunas aldeas que, a pesar de que la hora que era no había un alma en sus calles, sí que tenían apariencia de haber vida en ellas. 

Las laderas de los montes empiezan a tener más vegetación y las obras de reparación del trazado se sucedían con más frecuencia. Algunos de los kilómetros que recorrimos hasta Demnat estaban en obras. Las estrechas pistas de tierra se combinaban alternativamente con otras algo más anchas donde la maquinaria pesada había repartido uniformemente una especie de gravilla, pero sin atisbo aún de asfalto.

El paisaje, una vez más, te iba dejando atónito, una curva te mostraba las verdes laderas norte del Atlas, la otra te mostraba el marrón desértico de la ladera sur desde dónde veníamos y entre medias se dejaban ver los picos más altos nevados. Un mundo de contrastes para nuestros sentidos.

Estábamos llegando a la parte más alta de la ruta y las obras dejaron paso nuevamente a un estrecho, revirado y empinado trazado de pista que nos obligó a reducir la velocidad vaticinando lo que, inevitablemente, ocurriría de nuevo. Tras otra curva, la BMW de Fernando volvió a pararse y, como en la vez anterior, empezó a soltar líquido por el radiador. El hecho de que aún nos quedasen algunos kilómetros cuesta arriba no hacía sino preocuparnos más aún. A eso le sumas que había perdido en dos ocasiones líquido del radiador tampoco ayudaba.

Estábamos en medio de ninguna parte, no había ningún pueblo cercano y apenas se divisaban a lo lejos un par de casas de piedra o adobe que parecían semiabandonadas.

Las opciones eran escasas, decidimos esperar de nuevo un poco a ver si la moto se enfriaba y arrancaba. De no hacerlo ya barajábamos varios planes B por si acaso. 

Fue en ese momento, revisando las posibles causas, cuando descubrimos que el problema venía del ventilador del radiador que por algún motivo no se ponía en marcha al elevarse la temperatura. Intentamos moverlo a mano introduciendo una rama por si estuviese atascado, pero giraba. Estaba claro que el problema era más complicado como para resolverlo y ya dábamos por hecho de que igual había que tirar de grúa u otra alternativa dada la zona.

Al rato de estar parados, de las casas semiabandonadas salió un muchacho joven en un scooter viejo que vino a interesarse por nuestro problema.

Tampoco hablaba español, pero nuevamente el que quiere entenderse, se entiende.

El muchacho nos dijo que la ciudad con taller más cercana quedaba a unos 50km, hablaba de Demnar hacia donde nos dirigíamos, pero quedaba lejos aún para esta parte del trazado además de que ese estaba haciendo tarde, y nos ofreció quedarnos en su casa a pasar la noche y a la mañana siguiente con una furgoneta de su padre nos llevaría la moto hasta el taller. ¿No es sorprendente? Por lo visto la familia debían ser pastores y sin conocernos de nada el chico nos ofreció todo lo que tenía.

Éramos muchos como para invadir su casa y no quisimos abusar de su hospitalidad. Le agradecimos el gesto y esperamos un poco más a que la moto se enfriase. Por suerte, volvió a arrancar y con más miedo que otra cosa decidimos avanzar otro poco más.

Unas curvas más arriba llegamos al punto más alto de esta carretera, el Col D’Azwin con sus 2.100m de altitud. A partir de ahí volvieron a aparecer los restos de obras en la carretera y, aún siendo gravilla, nos permitió acelerar el paso y que la moto de Fernando no se calentase, por suerte, en lo que quedó de día.

Empezamos el descenso del puerto con paso acelerado pues se nos echaba la tarde encima y aún debíamos encontrar el hotel que estaba a unos kilómetros antes de llegar a Demnat, en una zona rural y un poco escondido. Pocos después apareció el asfalto y comprendimos que la aventura y la diversión habían terminado dejándonos una experiencia inolvidable.

Por cierto, ¿ninguno os habéis preguntado por la K75 de 30 años de Joaquín? Pues lo único que tuvo que hacerle un par de días antes fue amarrar con un pulpo las maletas laterales para que no se les abrieran con tanto bache, pero la jodía aguantó el chaparrón para sorpresa de todos. 

Let Petit Jardín

Llegamos al hotel cerca de las seis de la tarde, nos costó un poco encontrarlo. Tras dejar un camino rural encontramos otro estrecho de tierra sin salida y, al fondo, la vieja puerta de hierro de entrada al hotel.

Tras llamar varias veces apareció una señora mayor, pequeña, arrugada, en bata de andar por casa hablando en un idioma que ninguno sabíamos entender. Palca en palabras y con cara de pocos amigos.

Por gestos nos hicimos entender, pero nos costó una barbaridad. Nos dijo que las motos se tenían que quedar fuera, en el camino, pero nos empeñamos en meterlas dentro del recinto, aunque no hubiese mucho espacio para ellas. Nos costó convencerla, pero lo hicimos. 

De la puerta de hierro de doble hoja sólo habría uno de los lados y la estrechez del camino junto al poco espacio que dejaba la puerta hizo que tuviéramos que desmontar las maletas para que pudieran entrar las motos. Total, después de lo que llevábamos recorrido esto era una nimiedad.

Finalmente entramos las motos, le entregamos los pasaportes, nos dio las llaves de las habitaciones y la señora se perdió por el piso superior del pequeño establecimiento.

En lo que quedó de noche y el desayuno de la mañana fue complicado sacarle las palabras a la señora. En el pequeño hotel, dónde sólo estábamos alojados nosotros, había más gente del servicio que escuchábamos hablar por la cocina pero que no vimos en todo el tiempo, solo a la pequeña señora arrugada de ceño fruncido con pinta de pocos amigos. Fue este el único sitio y la única persona con la que nos costó que hubiera una interacción fluida en todo el viaje. Nos lo puso bastante difícil, aunque no imposible. 

Fuera como fuese el resto del día había sido tan bueno que estos detalles quedaron en nada, una simple anécdota sin importancia. Nos duchamos, nos pusimos cómodos, salimos a la calle a pasear un poco mientras escuchábamos la llamada al rezo y dábamos tiempo para que el personal de servicio pudiera cenar antes de volver al hotelillo.

Nos pusieron la cena en una terraza exterior en la planta superior y, aunque la cena fue austera, fue suficiente para recomponernos. Tras ello y como habíamos tomado por costumbre todas las noches de este viaje, le pedimos unos tés que acompañaron a la tertulia posterior donde recordar el día tan bueno y preparar la jornada siguiente. 

El día había acabado y la satisfacción que nos llevamos en toda la jornada fue una de las mejores experiencias de todo el viaje.

Continúa en el capítulo 9 de este viaje…..

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