Sombras del Sahara: Un viaje por las huellas perdidas de España – 8/10

Sombras del Sahara: Un viaje por las huellas perdidas de España – 8/10

El camino de vuelta

Tocaba emprender la vuelta y para ello habríamos de recorrer, al menos hasta Agadir, los mismos pasos que ya llevábamos andados. Pero queríamos aprovechar e intentar avanzar mucho, pues había interés en este viaje de atravesar el Alto Atlas por el mítico puerto de Tizi N’Test. Todas las combinaciones que habíamos planeado previamente lo hacían complicado por los días que teníamos y los tiempos previstos para cada etapa, pero como íbamos a la aventura y sin hoteles reservados, pues tiramos millas hasta donde llegásemos. Además, habíamos ganado un día con la decisión del día anterior, así que las posibilidades se abrían.

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Algunas paradas a repostar y a hidratarnos tuvimos que hacer de lo que da testimonio estas imágenes.

Este día salimos de Dajla y llegamos hasta El Marsa a la hora de comer. Estábamos comiendo en el mismo sitio que cenamos días atrás y, mientras me lamentaba por no haber podido entrar a ver los restos del antiguo BIR Nº1, y sabiendo que nuestro camino de subida pasaría de nuevo por su puerta, Gabriel, pensativo, apostilló: “Si el militar te dijo que por el lateral podríamos verlo, ¡tú no te quedas con esa espinita clavada, vamos a verlo!”

Y así fue como llegamos de nuevo por la carretera lateral al montón de ruinas y escombros que un día fue aquel emblemático campamento de instrucción. Subimos por las dunas que cubren lo poco que queda de sus muros y pudimos al fin contemplar aquellos viejos barracones donde, tan lejos en el tiempo, nuestros padres y abuelos hicieron su instrucción militar al comenzar la mili.

Aún quedaban horas de sol y pensamos seguir adelante hasta Tarfaya para dormir allí. Por cierto, la bajada al Aaiún la hicimos por la N1 y la subida desde El Marsa la quisimos hacer por la carretera costera. Menudo acierto, qué espectáculo de interminables kilómetros rodeados de mar y dunas. No lo grabé en vídeo por desgracia, y es que contarlo no es lo mismo que verlo, pero si tuviera que volver no me cabe duda de que usaría esa carretera junto al Atlántico. La N1 al final se está convirtiendo en una autovía árida, perdiendo todo el encanto, mientras que por la costa tienes el océano siempre a tu vista.

El día nos había deparado muchos más kilómetros de los esperados. Llegamos a Tarfaya y había que buscar dónde dormir, pero allí sólo encontramos un par de opciones tirando de internet. El primer lugar por el que pasamos tenía pinta de almacén más que de alojamiento, ni preguntamos. Nos acercamos a ver la segunda opción, cuya cafetería de entrada era un fumadero mugroso. Pedí que me enseñaran las habitaciones mientras Gabriel y Miguel Ángel seguían buscando alternativas en la calle, pero aquello no inspiraba nada de confianza. Tarfaya, más allá del museo que visitamos, está en completa decadencia, así que nos replanteamos el tema y decidimos que aún nos quedaba luz suficiente para hacer algunos kilómetros más y encontrar algo decente.

Llegamos así a Akhfennir, la misma población donde paramos a comer unos días antes. Y allí, con vistas al mar, encontramos el hotel La Corniche. No era de lo mejor en el que habíamos dormido, pero estaba pasable y las vistas eran impresionantes. Ya estaba anocheciendo, así que no hubo más elección posible. Allí nos quedamos.

Fue el único hotel donde no tuvieron agua caliente, pagando mis doloridos riñones la ducha fría durante dos días, pero el esfuerzo bien mereció la pena.

725 km nos habían dado para avanzar mucho más de lo previsto inicialmente. Habíamos vuelto a ganarle tiempo al reloj y eso ya nos dejaba mucha más tranquilidad para afrontar el cruce del Atlas después de las kilométricas e interminables rectas que llevábamos hasta ahora.

Tras la ducha, cena en un restaurante cercano que ofrecía pescado fresco y a descansar.

Aquí no se me nota la cara de felicidad del día porque estaba encogido por el dolor de riñones. Nada que un Ibuprofeno no arreglara poco después.

Esta noche dormí con la conciencia tranquila. Había conseguido por fin uno de los pocos recuerdos que mi padre aún conserva intacto en su maltratada memoria. El viaje ya había valido la pena.

Continúa la historia en el siguiente capítulo…

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