Marruecos 2023 – Fez

Marruecos 2023 – Fez

Este blog habla de viajes en moto y de las experiencias que uno vive sobre ella, pero a veces, estos viajes en moto implican una parada en el tiempo, un instante en el que dejas la moto aparcada y te dedicas a explorar y visitar la ciudad a la que has llegado sobre dos ruedas.

El dilema viene cuando lo que quieres contar no implica ruta en moto, pero forma parte de ella. ¿Lo cuento o no lo cuento?

Pues lo voy a contar, obviamente, y el lector es libre de leerse el tocho o saltárselo si así lo prefiere. En el siguiente artículo vuelve a salir la moto a rodar, no te quepa duda.

En los viajes tan largos merece la pena dejar descansar la moto alguno de los días para tomarse el tiempo necesario de visitar una ciudad, un monumento, algún templo histórico o, simplemente, descansar y reponer fuerzas.

La idea de hoy en Fez era visitar su medina. Nos hubiera gustado visitar la ciudad entera, pero os aseguro que un día casi no da ni para visitar la medina al completo, cuánto menos la ciudad entera.

¿Y por qué tanto interés en visitar la medina de Fez? Pues aquí un texto extraído de internet que te dará una dimensión de la importancia de esta:

“La Medina de Fez, también conocida como Fes el-Bali, es una de las medinas más antiguas y fascinantes de Marruecos. Es considerada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y es un centro histórico y cultural de gran importancia.

Se extiende sobre una extensa área y está rodeada por altas murallas. Dentro de sus laberínticas calles estrechas, los visitantes pueden perderse en un mundo de encanto y tradición. La arquitectura de la medina refleja siglos de historia y cuenta con magníficos ejemplos de mezquitas, palacios, madrazas (escuelas coránicas) y riads (casas tradicionales convertidas en alojamientos).

La medina también alberga lugares emblemáticos como la Universidad de Al Quaraouiyine, fundada en el siglo IX y considerada la universidad en funcionamiento más antigua del mundo. Otro lugar destacado es el Mausoleo de Moulay Idriss II, un importante sitio religioso.

Pasear por la medina de Fez es como retroceder en el tiempo, ya que conserva la autenticidad y el espíritu de su pasado. Sin embargo, también es un lugar vivo y habitado, donde los residentes locales continúan sus vidas cotidianas y mantienen vivas las tradiciones ancestrales.”

Abdul

Era el momento de adentrarnos en dicha urbe. Nos habían recomendado encarecidamente visitarla con un guía y, ciertamente, no se equivocaban. La medina es compleja y densa. Es un laberinto sin orden en el que es tan fácil perderse como difícil encontrar la salida. Teníamos un teléfono de un guía local que nos habían recomendado, Abdul. A la hora en punto que quedamos con él, tras el desayuno en el Riad, nos estaba esperando en la puerta de este.

Abdul, un hombre de unos sesenta años aproximadamente, de estatura media y muy bien conservado, culto y amable, hablando un español perfecto, vestido con una túnica blanca llamada djellaba. La djellaba es una túnica larga y suelta que puede ser de diferentes colores y está confeccionada con tejidos ligeros y transpirables. La vestimenta tradicional de los guías en la medina de Fez no solo cumple una función práctica para adaptarse al clima y a las tradiciones locales, sino que también ayuda a identificar su rol como guías oficiales.

Y ojo con esto último porque cobra especial importancia en la visita de hoy.

Abdul estuvo con nosotros toda la mañana. Nos acompañó por el interior de la medina explicándonos con detalle cada una de las zonas de esta, la cultura, el correr de los siglos sobre ella, nos estuvo enseñando las madrazas, la mezquita, aunque no pudiésemos entrar en ella, las puertas de entrada principales a esta y su historia, la fábrica de pieles que precisamente es el pilar más importante de la economía de esta medina.

Nosotros recorríamos las estrechas calles atentos a sus explicaciones. Aunque había mucha gente y muchos comercios abiertos, durante la mañana no era agobiante el transitar por sus calles. El laberinto por el que nos llevaba, en apariencia, era sencillo si seguíamos sus pasos. A cada esquina nos encontrábamos algún detalle merecedor de las explicaciones oportunas.

Como buen guía local, y buscavidas, también estuvo llevándonos a los comercios específicos donde, no me cabe duda, se llevaba comisión por venta conseguida. Que si la tienda de telas a mano hechas con telares antiguos con siglos de historia. Que si la tienda de perfumes y especias donde vendían el mejor aceite de Argán del mundo, prueba de ello “sus manos tersas y suaves para su edad” que todos los días se impregnaban de dicho oro líquido comprado es esa tienda en concreto, porque allí lo hacían de forma artesanal. Ya me entendéis ¿no?

Que si la fábrica de pieles donde nos dejó un buen rato para que nos pensásemos si nos llevábamos algún bolso, cartera o chaqueta de los mejores cueros del mundo. Claro, el precio allí es el “típical turist te la voy a clavar”.

A media mañana, llegó la hora del rezo y Abdul nos dejó visitando las instalaciones donde dormían los estudiantes en una de las madrazas más antiguas de la ciudad mientras iba a la mezquita a rezar. Es curioso, pero a la llamada del muecín muchos de los comercios cerraban sus puertas para irse al rezo. Durante unos minutos la medina se había convertido en un transcurrir acelerado de gente dirección a la mezquita hasta parecer que el tiempo se había detenido. Unos minutos después, tras el rezo, de nuevo otro montón de gente corriendo por las calles se dirigían a abrir sus comercios. Otros, sin embargo, permanecieron abiertos durante el rezo.

Para nosotros, más o menos creyentes, practicantes o no, o ateos como yo, todo eso nos parece bastante rocambolesco, sin embargo, el haber compartido algunas conversaciones durante el viaje con los paisanos que nos fuimos encontrando, guía incluido, nos ayudaron a entender, que no compartir, los motivos por los que son tan devotos y creyentes de su religión. 

Y más curioso aún es darte cuenta del significado que para ellos tiene el practicarla, que es muy distinto a cómo se nos trasmite a los occidentales. 

También es verdad que muchos nos transmitieron su preocupación por los radicales, personajes que han existido en todas las religiones y culturas, por desgracia. Su religión es una fe de paz, pero reconocen que hay fanáticos radicales, cuyas ideas no comparten el 99% de la población, y que les perjudica a todos. 

Voy a divagar en unas reflexiones personales: No creo en religiones, pero tengo amigos que las practican. Concretamente me voy a permitir el lujo de hablar de un misionero cristiano con el que he compartido muchos y muy buenos momentos. Durante un viaje hablamos largo y tendido sobre la historia real que hay detrás de la religión católica, el cómo algunos pueblos han sido perseguidos a lo largo de los siglos y cómo ello ha ido confeccionando la fe cristiana. No me habló de la biblia ni de los curas sino de como la comunidad cristiana practica la ayuda a los desfavorecidos. Ciertamente me pareció una lección de historia sublime, infinitamente mejor de cualquier lección que me hubieran dado en el colegio. Y lo admiro por ello porque tiene motivos reales de fe y de AYUDAR AL PRÓJIMO, que son valores importantísimos en las personas. 

Pues en marruecos, tratando de tu a tu con las personas tuve exactamente la misma sensación. Te hablaban de compartir, de dar al necesitado, del significado del ramadán cuyo esfuerzo diario durante un mes es un ejemplo para que se pongan en el pellejo del que no tiene para comer. Para que sientan en sus carnes la desolación del pobre, del hambriento. Es un esfuerzo de fe que, según ellos, les hace mejores personas para con los demás.

Las religiones traen fanáticos que las hunden y echan por tierra el gran trabajo de muchas personas de a pie. Tanto en unas como en otras, además, las altas esferas, pierden el sentido de la religión en cuánto se rodean de poder y riqueza. Ahí también reside el peligro de las religiones, pero, insisto, el ciudadano de a pie, el que realmente cree en su fe y se desvive por el prójimo, para mí tiene todos mis respetos sea de la religión que sea.

En Marruecos he podido compartir esas vivencias. Yo pienso que no se necesita venerar a un dios para compadecerte del prójimo o del que lo esté pasando mal en un momento dado, pero eso ya es otro cantar.

Finalmente llegamos al restaurante. Teníamos mesa reservada. Era otro hotel tipo palacete con otro patio interior de altos techos y una decoración exquisita.

Abdul nos dijo que, mientras nosotros comíamos, él se echaría una siesta en un saloncito frente a nuestra mesa y esperaría a que terminásemos para devolvernos de nuevo hasta el Riad. Le dijimos que no era necesario porque queríamos, ya por nuestra cuenta, perdernos por la medina para aprovechar la tarde y hacer algunas compras. Aun así, él se esperó a que terminásemos de comer. Obviamente sabíamos sus intenciones, hasta que no pagamos la cuenta no se despidió de nosotros y se fue. Llevaba comisión allí también. 

Realmente no nos importó porque el precio a pagar por sus servicios fue muy asequible para haberse tirado toda la mañana con nosotros, se había ganado el sueldo y las pocas comisiones extras que sacaría. Al fin y al cabo, es su trabajo y su forma de ganarse la vida.

Era el momento de perdernos por la medina sin guía, de recorrer sus estrechas calles a nuestro antojo, y de buscar algunos suvenires que queríamos traer a casa.

El primer síntoma de que ya no nos acompañaba un guía uniformado fue que de golpe y porrazo empezaron a aparecen de debajo de las piedras vendedores ambulantes con pulseras u otros objetos atosigándonos detrás nuestra para que le comprásemos algo.

Joder, ni diciéndoles que no mil veces se despegaban de ti. Cansinos como ellos mismos. Te quitabas uno y aparecían cuatro más. Era insufrible. Cuando empezaba a caer la tarde empezaron a abrir muchos de los comercios que a la mañana estaban cerrados, sobre todo los de comida, venta de carne, verduras y demás.

Andrea la pobre tuvo que sufrir el síndrome de “ayúdame a elegir algo para mi hija o mi señora”. Si es que algunos, lo reconozco, somos muy torpes parar estas cosas. Y ella con su paciencia y el buen rollo que nos estuvo transmitiendo durante todo el viaje nos echó una mano con mucho gusto. 

En un momento empezó a salir gente de todos lados y aquello se convirtió en un bullicio sobre el que no había forma de moverse. Entre los vendedores que te perseguían, los turistas y los cientos de marroquíes que salían a realizar la compra para preparar la tan ansiada cena aquello era un hervidero. Para colmo, las enrevesadas y retorcidas calles hacían que una y otra vez apareciéramos en el mismo sitio. ¿Otra vez aquí? ¡Pero si ya hemos pasado cien veces por el mismo sitio! Probemos por aquella. Al rato, otra vez en el mismo punto de partida. ¡Dios! No había forma de salir de allí. 

Sacabas el móvil del bolsillo, ponías el GPS dirección al Riad y en ese momento se volvían a echar encima un montón de buscavidas preguntándote a dónde querías llegar ¿La puerta azul? ¿Riad? – Yo te llevo amigo, vente, vente. Así uno tras otro. Obviamente tras esa intención estaba la de sacarte la pasta, pero tras lo de la pareja de la mañana veníamos vacunados contra ellos.

Además, sufro de agorafobia y, a pesar de que era consciente del marrón en el que me iba a meter, no era plan de joder al resto del grupo, así que intenté llevar mi penitencia lo más disimuladamente posible que pude. Nadie se imagina el gran esfuerzo que tengo que hacer en estos casos, aunque hay límites que ni yo soy capaz de controlar.

Me estaban empezando a entrar los sudores fríos, me estaba agobiando, la tensión por las nubes. ¿Otra vez en la misma calle? ¿Es que no hay forma de salir de aquí? A punto estaba de que me diera un parraque cuando encontramos una zona abierta entre tanta callejuela. Salimos a una plaza donde el gentío estaba más disperso.

Se hacía tarde, teníamos que volver al Riad ya que cenábamos en él. Yo no quería volver a entrar a las enrevesadas calles de la medina, pero tampoco había muchas opciones para salir de ella. Por suerte según cayó la tarde y tras el rezo, la medina empezó a despejarse. La gente se iba a casa a cenar con la familia y nos fue un poco más sencillo movernos por allí.

Seguimos caminando, buscando un sitio dónde sentarnos a tomar algo. ¿Dije cerveza? Bueno, nuestra intención era pecar en pleno ramadán. En Marruecos el alcohol está prohibido por ley y por la religión para ellos. Solo unos pocos establecimientos a lo largo del país están autorizados a vender cerveza entiendo que, bajo unos impuestos caninos, a los turistas. Pero en ramadán había sido imposible encontrarla a lo largo del viaje hasta que un tipo nos salió de una esquina. Sshhh shhhh! ¿Cerveza? ¡Por aquí amigos, por aquí!

¡Ostia! aquello sonó en ese momento como un cántico para nuestros oídos, aunque aquello parecía como a que nos estaban vendiendo droga a escondidas, le seguimos, nos subió a la terraza de un bar, en el rincón más recóndito que tenían. Le preguntamos si las tenía frescas porque sabíamos que el concepto de frío en las bebidas allí no es igual que el nuestro. 

  • – Si, amigos, las tengo fresca, no preocuparos, frescas, muy frescas.

El tío cabrón nos subió las cervezas ya sobre los vasos de cristal, por lo que no pudimos saber qué cervezas nos iban a clavar, y CON UN CUBITO DENTRO DE CADA UNA. “Pa verlo matao

Eso si que había sido un sacrilegio en toda regla. Cansados, secos, abrumados, el tío nos había hecho ilusiones y nos las jodió unos minutos después. Aquello no había quién se lo bebiera. En fin, era ramadán. Se las pagamos caras y emprendimos el camino de vuelta al Riad, esta vez si conseguimos orientarnos rápidos y lo encontramos tras unos minutos. 

Lo demás fue igual que la noche anterior. Nos duchamos, nos pusimos cómodos, cenamos otra vez los productos típicos que nos supieron a gloria y, tras el té en la terraza del Riad, nos fuimos a dormir que la jornada siguiente sería la última que pasaríamos en el país vecino.

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