Marruecos 2023 – Desde el Alto Atlas hasta Fez

Marruecos 2023 – Desde el Alto Atlas hasta Fez

El desayuno fue también austero y no tenía café. Eso, para mí, fue lo más complicado porque a las horas que acostumbro a levantarme para el curro, sino tomo un café no me espabilo. El resto, aunque mejorable, suficiente para llenar los estómagos a esa hora.

Cargamos las motos, salimos del hotel y nos dirigimos a Demnat que estaba apenas a cinco kilómetros con la idea de echar gasolina y con el mono de encontrar café.

La jornada de hoy debería llevarnos hasta Fez pasando por las Cascadas de Ouzoud.

Aproximadamente unos 440km teníamos de ruta que, fuera ya de las pistas del Alto Atlas, nos llevarían menos tiempo de recorrer.

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Primera parada en una gasolinera de Demnat, de las que tienen cafetería y lavadero de coches. Echamos gasolina mientras peguntamos por café. No hubo café. Era la tónica del Ramadán esos días. Algunos establecimientos de comida abrían tímidamente a esas horas y otros, si no era estrictamente necesario, no daban servicio. Se puede entender que, si no pueden beber ni comer nada hasta el atardecer es absurdo encender una cafetera todo el día por si algún despistado turista tiene esa necesidad imperiosa de tomar café. También es cierto que esto, en las ciudades más turísticas, no pasaba.

Algunos de los que llevábamos Cadena en vez de Cardan aprovechamos el lavadero para quitarle a la misma la tierra de las pistas del día anterior y engrasarlas de nuevo. Diez minutos y estábamos listos para continuar.

Saliendo de Demnat nos encontramos con otro arco de los que te da la bienvenida a la ciudad así que decidimos parar a echarnos la foto pertinente.

Teníamos todo el día por delante y la única visita turística que teníamos prevista era la de las cascadas así que decidimos evitar en la medida de lo posible cualquier carretera nacional o autovía. 

Queríamos seguir disfrutando de los pueblos pequeños y sus gentes. De los críos yendo o viniendo del colegio en tropel con sus uniformes y sus mochilas, nada de que los padres llevasen en coche a los críos hasta la puerta del cole. Queríamos disfrutar de esas calles principales donde tienes una pequeña tienda de comestibles junto a un taller mecánico con los coches amontonados en la puerta, sobre la acera, tirando aceite por un tubo y el mecánico dándole zarpazos con un martillo. Allí el tema del medio ambiente me temo que no es un concepto que se puedan permitir.

Fuimos alternando largos kilómetros de asfalto por donde no pasaba un alma con pequeños pueblos. 

Es normal en estos lares cruzarse por las carreteras con pequeños camiones cargados muy, pero que muy, por encima de todas sus dimensiones. Bien sean balas de paja, animales, envases, muebles o cualquier otra mercancía los camiones los cargan hasta reventar. Da miedo muchas veces adelantarlos porque los ves incluso circular tumbados más de un lado que para el otro pensando que, cuando estés a tu altura, el camión se va a volcar hacia ti y te aplastará.

Pasamos por pueblos donde un mercado de venta de animales mostraba un puñado de pequeñas camionetas cuya parte trasera era una jaula con los animales dentro y los pasajeros de más transportados sobre estas. Es un Marruecos donde las leyes de tráfico no tienes muy claras para qué están. Bueno, a estas alturas del viaje sabíamos al menos que los controles policiales a la entrada de los pueblos debían estar para otras cosas más importantes que para controlar que se cumpliesen las normas básicas de circulación, aunque también, porque ves cosas que te dejan patidifuso.  

Y seguramente son esas cosas las que nos atraen a los que vivimos en países cargados de imposiciones, prohibiciones y leyes absurdas en muchos casos, sometidos a multas hasta por respirar.

Es ese Marruecos que se toma la vida a otro ritmo lo que nos atrae a los que vivimos en un mundo de estrés. Ellos mismos lo dicen, “Amigo, la prisa mata”. 

Fue en este trayecto donde en una de las paradas a reponer líquidos Gabriel se dio cuenta de que las horquillas de su moto rezumaban aceite. Pese a lo aparatoso del asunto se tomó el problema con calma. La moto aún iba bien de suspensión, seguramente el traqueteo de las pistas del día anterior y el polvo se habría metido por los retenes y por ahí perdería aceite,

En el peor de los casos si seguía perdiendo aceite la moto perdería suspensión y tendría que circular con más cuidado, pero eso no impediría llegar a casa y, una vez allí, llevarla al mecánico a que los revisase.

¿Per no visitaríamos las Cascadas de Ouzoud? Pue sí, y ya estábamos lo suficientemente lejos de ellas como para volver.

El hecho de hacer un viaje así es que te puedes permitir hacer variaciones de este sobre la marcha. Esa mañana, revisando los kilómetros y el trazado que nos marcaba Google Maps, a pesar de haberlo revisado durante los preparativos del viaje, vimos que para visitarlas teníamos que hacer un rodeo importante además del tiempo que perderíamos para visitarlas que nos obligaría a rodar después más rápido para llegar a Fez de día. Para más inri sabíamos de sobra que allí había monos, otra vez los mismos monos puñeteros asalta turistas que tan poca gracia le hacían a Andrea. Así que, sobre la marcha, nos replanteamos pasar olímpicamente de las cascadas y poder así hacer todos los kilómetros hasta Fez con más tranquilidad, sin prisas.

Se acercaba el mediodía y el hambre empezaba a apretar. Aún nos quedaban algunas provisiones en las motos. No sabemos cómo ni porqué, pero por más que sacábamos de la moto de Juan siempre aparecían más de ellas. Tenía una mina ahí.

Una vez estás en la zona norte del país, Atlas arriba, el paisaje se vuelve más verde. Rodábamos por una carretera estrecha, de curvas con un asfalto medio decente, pero en el que había tráfico de camiones y pequeñas furgonetas que no nos dejaban avanzar muy rápidos. No nos quedarían muchos kilómetros para llegar al siguiente pueblo cuando un enorme camión se nos plantó delante a veinte por hora. El muy puñetero no fue capaz a lo largo de un montón de kilómetros de facilitarnos el adelantamiento por lo que las motos, una vez más, empezaron a sufrir con la temperatura.

Primera, segunda, acelera, primera segunda, frena que viene la curva. Primera, segunda, puto camión que nos lo vamos a comer. Andábamos desesperados cuando, por última vez, la moto de Fer volvió a pararse. Era inevitable dada la situación. Paramos, miramos el mapa, estábamos cerca del siguiente pueblo. La mitad del equipo tiró al pueblo en busca de atisbo de vida, una gasolinera donde repostar que a todos nos hacía falta o algún taller por si esta vez no arrancaba. A los pocos minutos la moto se enfió y Juan, Fer y yo continuamos al pueblo, estaba a apenas un kilómetro.

Allí nos esperaban, en la pequeña gasolinera que había al entrar, Miguel y Juan, no tenía gasolina el tío. Gabriel se había acercado a la salida del pueblo en busca de otra gasolinera, por suerte encontró una muy buena estación de servicio con restaurante. Durante todo el trayecto Gabriel delante, y yo casi siempre el último, íbamos hablando por los intercomunicadores, lo que facilitaba la organización cuando de algún problema se trataba. 

Estando en la gasolinera esperando a Gabriel este me habló por el intercomunicador.

  • – Según habéis entrado al pueblo girar a la derecha y continuad que vais a salir del pueblo y os encontráis en nada con la estación de servicio. Estoy aquí.

Estaba muy cerca porque los intercomunicadores más de un kilómetro de distancia no daban.

Llegamos exhaustos después de la corría que nos había pegado el camión. De una pequeña oficina de la gasolinera salió a atendernos una señora, que a ojo no tenía más años que yo, en un perfecto español. La cocina del restaurante la tenía cerrada por el Ramadán, pero nos dijo que podíamos hacer uso de la terraza, a la sombra, para comer nuestro “Jalufo”. Aunque no tuviese la cocina abierta tenía bebidas frescas, repostería industrial y una cafetera que, esta vez sí, tuvo la amabilidad de ponerla en marcha para después de comer. 

La señora, que parecía la jefa de todo el complejo por la autoridad con la que le hablaba a los empleados, nos estuvo contando que había vivido muchos años en España, de ahí su perfecto español, y que si a ella aquí le habíamos respetado sus tradiciones no nos iba a prohibir a nosotros las nuestras en su país. 

  • – En España se me ha tratado muy bien, podéis comer vuestro jamón, chorizo o lo que llevéis en mi terraza sin ningún problema. Por cierto, vosotros hacéis un postre que siempre que lo recuerdo se me hace la boca agua, el arroz con leche. Y cuando terminéis de comer os preparamos el café sin problemas.

Ohú! Una vez más, allí perdido de la mano de dios, la hospitalidad de sus gentes nos tenía abrumados.

Nos acoplamos a la sombra unas mesitas y las sillas necesarias. Gabriel, que había sido precavido y yo no lo sabía, había encargado en el hotel de la anciana bajita y arrugada de ceño fruncido unos bocadillos antes de salir por si teníamos dificultades para encontrar comida. 

Entre los bocadillos, el jamón en blíster que aún nos quedaba, latas de paté y demás reservas nos pusimos las botas en un momento.

Tomamos café que ya lo necesitaba en vena, le compramos a parte de las bebidas un montón de bollería industrial para acompañar el café y rematamos la sobremesa. Al final, bebidas dulces y café nos cobró dos duros.

Quedamos agradecidos a la señora y continuamos el viaje. Aún nos quedaban unos doscientos kilómetros en los que ya no tendríamos problemas de tráfico. 

Fez

Poco antes de llegar a Fez hicimos una última parada a estirar las piernas, aflojar líquidos y a las 18:00 estábamos aparcando en la puerta del Riad de Fez.

La entrada a la ciudad la hicimos en hora punta. Había mucho tráfico, pero menos del que nos esperábamos. Por suerte el Riad estaba en la zona más al norte de la ciudad lo que facilitó circunvalarla y entrar por una avenida principal en vez de tener que callejear por toda la ciudad.

No faltó en un semáforo el típico buscavidas en ciclomotor que se empeña encarecidamente en guiarte hasta el hotel para que no te pierdas por un módico precio. Gabriel iba delante con el GPS y no teníamos problemas para encontrar el Riad así que le costó unos cuántos semáforos quitarse al buscavidas de encima.

El Riad Damia estaba dentro de los muros de la medina, por suerte pegado al mismo porque circular por ese entorno es harto complicado. 

Entramos a la medina por Bab Ziat, es una entrada menor a través de las murallas de Fes el-Bali, ubicada justo al este de Bab Hadid. Hasta donde he buscado, no he encontrado información suficiente de la entrada, lo que puede significar que no es una puerta antigua.

La calle que daba al Riad era estrecha, empinada, con fachadas muy descuidadas. Llegamos a pensar que estábamos en un suburbio antes de entrar al Riad. Tuvimos que dar la vuelta a las motos con bastante dificultad, las paramos en casi en medio obstaculizando el tráfico para descargar las maletas antes de llevar las motos a un garaje cercano que el hotel nos había buscado a un buen precio.

Cuando entramos al Riad, después de ver el aspecto exterior, no dábamos crédito de lo que estábamos viendo. 

Quizás lo he comentado en demasiadas ocasiones en estos artículos, pero Gabriel había llevado casi todo el peso de la organización, y en mayor medida de la reserva de hoteles y demás. Nosotros, al igual que Juan, nos dejamos llevar pues la confianza en su criterio después de dos viajes por el norte de España era plena.

Eso significa que, al menos en lo que a mí respecta, no había buscado en internet el hotel cuando Gabriel nos comunicó el elegido. Andaba liado de médicos los últimos meses antes del viaje con mis padres y no me dejaba mucho tiempo para investigar así que cuando entramos por la puerta y nos encontramos dentro de un palacete, el asombro fue máximo. El Riad Damia es un pequeño palacio de principios del siglo pasado, decorado al estilo morisco-andalusí.

Su patio interior, donde antaño debía haber una fuente, te da la bienvenida. Sus decoración y altos techos nos dejó perplejos. Es bien conocido que en la cultura marroquí está mal vista la ostentación y posiblemente sea ese el motivo por el que, por fuera, su fachada exterior cochambrosa y con abundantes desconchados de la pintura, no reflejan la majestuosidad de su interior.

Ya nos tenían preparados hasta un té de bienvenida, pero antes debíamos guardar las motos. Andrea se quedó en el recibidor del Riad donde dejamos todas las maletas de las motos y nos fuimos al parking que estaba al inicio de la calle. Allí el grosero dueño de este, quizás con todo el día de ayuno ya no estaba muy en condiciones, se acababa de pillar un rebote con nosotros por el precio pactado con el hotel. El del Hotel nos había dicho 2€ por día y moto, más o menos, y el tío decía que, de eso nada, que eran 2€ más de lo pactado. Como Gabriel, que estaba discutiendo con el tipo, sabía que estaba probando a colárnosla, típica estrategia para sacarnos algo más de pasta, se empezó a mosquear, y el tío del parking más alto gritaba y más mosqueado se ponía. Faltó poco para que le sacáramos las motos. Al final íbamos muy cansados para aguantar esa discusión así que zanjamos el tema y le dejamos las motos dentro. 

Volvimos al Riad y ahora tocaba el reparto de habitaciones. 

¿He dicho habitaciones? Cada una de ellas parecían suites nupciales. Unas habitaciones enormes, con unos techos altísimos, lámparas pomposas, camas de reyes, aseos con todo lujo de detalles.

Gabriel, ¡por dios! ¿cómo has encontrado esto? Es un espectáculo.

A Miguel, tanto para bien como para mal, lo llevaron todo el viaje confundiendo, por mucho que lo explicase, a su hija Andrea con su mujer. Podéis haceros la idea, una chica joven con un señor mayor llamaba la atención donde fuésemos, era el “puto amo”. Yo creo que en ningún hotel se tragaron que fuera su hija.

Cuando el chaval que nos hacía el reparto de habitaciones, que ya teníamos concertadas de antemano, se dio cuenta de que Miguel compartiría él sólo habitación con Andrea el tío dijo que le iba a dar la mejor habitación del Riad, aunque no era la que Gabriel había reservado.

El momento fue un poco tenso para Miguel mientras que para el resto nos estábamos partiendo de risa por dentro. Sabíamos que eran momentos incómodos para él las veces que le había pasado. Además, Miguel estaba preocupado porque no quería que lo tratasen mejor de que al resto porque al final había pagado lo mismo que los demás. A nosotros no nos importó en ningún momento durante el viaje pues todas las habitaciones que habíamos pillado eran un lujo. Finalmente, después de que Miguel discutiera con el tío no tuvo nada que hacer, le cascó la mejor habitación, la “suite nupcial”. Una habitación con salón recibidor, lo menos cinco camas, un cuarto de aseo que parecía un campo de fútbol. Vamos, que me faltan palabras para poder describir la habitación.

Si es que no hubo una sola habitación en la que no nos sintiéramos como unos auténticos marajás en este Riad palacete.

Todo un acierto por parte de Gabriel que al cambio nos costó dos duros por cabeza. 

Aún era pronto, nos duchamos, nos pusimos cómodos y antes de la hora de la cena nos dio tiempo a pasear un poco por las calles de la medina sin separarnos mucho del Riad por si no lográbamos encontrarlo a la vuelta.

Llegamos hasta la puerta más famosa de la medida, Puerta de Bab Bou Jeloud, nos adentramos un poco por sus calles que a esa hora estaba llena de vida y turistas cenando en las terrazas de las calles.

Dejamos un rato desde que escuchamos la llamada al rezo hasta que volvimos al Riad a cenar para darle tiempo al personal a comer algo y reponer fuerzas tras todo el día ayunando.

La cena, en un lateral del patio interior del Riad, fue consistente acompañada de carne, tajines, y otros productos típicos marroquíes. Una cela deliciosa que tras el largo día sobre las motos nos recompuso de nuevo.

Tras la cena ¿os imagináis que hicimos? Pues claro, pedimos unos tés y el camarero nos indicó que subiéramos a la terraza del Riad que nos los serviría allí. Subimos hasta arriba del todo, salimos a la terraza, era ya tarde y hacía un poco de fresco, pero desde la terraza teníamos una vista panorámica de la medina iluminada. A pesar del cansancio, el té y la charla que siempre lo acompañaba, fue un momento memorable para establecer lazos de amistad.

El día había terminado, fuimos a descansar. La jornada siguiente no habría motos. Decidimos quedarnos todo el día para visitar la ciudad y conocer en profundidad su medina.

Continúa en el capítulo 10 de este viaje…..

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