Marruecos 2023 – Desde Fez a Tanger-Med
El viaje se acababa, hoy era nuestro último día en tierras marroquíes. Exceptuando Gabriel que cogería un ferri distinto al nuestro, el resto lo cogeríamos en Tanger-Med, por la noche. El Ferri nos llevaría durante toda la noche hasta Motril.
Esto nos venía bien porque así podríamos parar en Chauen a visitarla y comer allí con más calma. Chauen es una ciudad pintoresca ubicada en el noroeste de Marruecos, en las estribaciones de la cordillera del Rif. Es famosa por su arquitectura única y sus calles empedradas de color azul brillante, lo que le ha valido el apodo de “La Ciudad Azul”. Esta encantadora ciudad tiene una rica historia que se remonta a la época medieval. Fue fundada en el siglo XV por refugiados moriscos y judíos que escapaban de la persecución religiosa en España. El diseño de la ciudad refleja su herencia andaluza, con calles estrechas y laberínticas que serpentean por las colinas y casas pintadas de azul, creando una atmósfera mágica y única.
Era uno de los destinos que me apetecía mucho visitar, y sí, sabía que era de los más turísticos cosa que íbamos evitando durante todo el viaje, pero planificamos la visita corta por lo que no debía ser un problema.
Desayunados como reyes cargamos las motos en el parking. Hoy el dueño, seguramente porque hacía pocas horas que había comido antes de que saliera el sol, estaba de mejor humor, lo que no quita que tras el pollo que nos montó el día de la llegada su buen humor nos lo pasamos por el forro.
Sacamos las motos y salimos dirección Chauen. Hoy tendríamos unos 300km aproximadamente de ruta. Hasta Chauen lo hicimos por carretera nacional, no había muchas más opciones.
Llegamos a Chauen sobre las 13:00. Entramos con las motos hasta casi el mismo centro pensando en aparcar cerca, qué ilusos. Estaba hasta las trancas de vehículos y de gente. No nos fue posible aparcar cerca del centro por lo que a Gabriel se le encendió la bombilla y nos dirigimos, muy cerca del mismo, a un hotel en el que había estado alojado unos meses antes en una pequeña incursión de fin de semana.
Encontramos la puerta del garaje del hotel abierta y preguntamos al chico de este si podíamos guardarlas allí el rato que tardásemos en comer y dar un paseo por el pueblo a lo que accedió sin problemas. Nos dijo que 100 dírham, yo pensé que serían 10€ por moto y no, no era así. Nos cobraba 10€ por todas las motos. Coño, chollazo.
Las metimos dentro, dejamos los cascos y chaquetas sobre las motos porque no cabían en las maletas y no era plan de cargar con ellas, pensando que la puerta del garaje se cerraría.
Salimos y subimos las empinadas calles hasta llegar al centro todo pintado de azul. Es tal y como aparecen en todas las fotos que verás por internet.
Gabriel había aprovechado para reservar mesa en un restaurante de la zona así que, antes de hacer la visita, preferimos ir a comer.
Al entrar al restaurante y ver el ambiente que se cocía lleno de turistas españoles, el acento casi andaluz del que nos tomó la reserva, así como el menú comprendimos que este, de marroquí, le quedaba poco. Se parecía más a un restaurante de la zona costera de Benidorm que a uno marroquí.
Comimos bien, no lo puedo negar. Tras la comida hicimos la visita por sus estrechas y empinadas calles azules repletas de pequeñas tiendas que vendían desde todo tipo de suvenires. Curiosamente encontré bolsos de cuero a mejor precio que los que nos habían intentado colar en Fez.
Tras las compras de última hora y las fotos de postureo que quedaron muy guapas volvimos a por las motos.
Antes de subirnos a ellas se nos ocurrió preguntar al del hotel si tenía café, nos dijo que sí. Sería nuestro último café en compañía del equipo al completo.
Nos pusieron café de cafetera italiana, que llegaba a la mesa en varias tandas según iba la cafetera haciéndolo sobre un pequeño hornillo de fuego. Nos pusieron sin pedirlo unos dulces típicos de acompañamiento y cuando terminados y pedimos la cuenta, no quisieron cobrarnos. Otra vez te ves en esa tesitura del cruce de cultura y hospitalidad. Debieron de parecerle mucho los 10€ que nos cobró por guardar todas las motos en su garaje porque otra explicación no le encontramos a que no quisieran cobrarnos el café y las pastas. Perplejos les dejamos un dinero como propina suficiente como para pagar todo lo que nos habíamos tomado. El agradecimiento infinito fue nuestro.
Subimos a las motos ya con el desánimo en el cuerpo, salimos de Chauen por una carretera cuyos primeros kilómetros estaban hechos una mierda.
Era sábado 1 de abril. La Semana Santa había llegado a España y con ello la horda de turistas que bajaban al moro se nos cruzaban por el camino en dirección opuesta.
Ya lo habíamos notado saliendo de Fez, pero desde Chauen, los 100km que nos separaban hasta el puerto, aún era más evidente.
Grupos de motos bajaban felices como perdices en su primer día de viaje por Marruecos. Convoyes de camiones y 4×4 bajaban a toda leche. Casi nos daban ganas de darnos la vuelta y empezar de nuevo.
Cerca de Tetuán paramos por última vez en una gasolinera para despedirnos de Gabriel. Abrazos, palmaditas en las espaldas, muchos ánimos, a por el siguiente, alguna lagrimica y las mejores bendiciones para todo el grupo. Las despedidas siempre son complicadas.
Último empujón. El ferri no saldría hasta las 23:30 aproximadamente. A puerto llegaríamos con tiempo de sobra y habría de cenar. No teníamos ni pajolera idea de si hubiese algo donde picar una vez pasáramos los controles así que había que pillar agua y pan porque, no os lo vais a creer, en las maletas de Juan aún quedaban algunas provisiones que habían aguantado toda la semana carreteras bacheadas, pistas, calor y un sinfín de complicaciones, pero ahí estaban las últimas provisiones que, a buen seguro, nos salvaban la cena,
En el último pueblo, ya casi de noche, encontramos una tienda a punto de cerrar. Cargamos agua, pan y, por si acaso, algunas latas de atún. Realmente tampoco sabíamos qué quedaba en las maletas.
Llegamos ya de noche a puerto, pasamos al punto de recogida de los billetes. Aún quedaba tiempo para que el ferri llegara y nos hicieran pasar por todos los controles aduaneros.
Por suerte había cafetería con terraza donde, tras pedir permiso, usamos esta para desplegar nuestras viandas y zascarnos una cena más que suficiente mientras seguían apareciendo blíster y latas de paté de las reservas que teníamos. Con tiempo aún de sobra le hicimos algo de gasto al señor de la cafetería y nos tomamos el último té de este viaje.
Poco después nos avisaron de que ya podíamos pasar los controles para embarcar. No fue complicado, era tarde y el puerto de Tanger-Med es un puerto de transporte de mercancías más que de turistas. Los controles fueron rápidos, el embarque sin embargo se hizo eterno.
Primero tuvieron que entrar a la bodega del ferri una ristra de tráileres enorme hasta llenarla. Cuando pasó el último nos dieron la orden de pasar nuestras motos y un turismo que estaba esperando también.
Subimos a cubierta, nos asignaron los camarotes y tras la ducha pertinente nos encomendamos a Morfeo sabiendo que el viaje había terminado.
La noche transcurrió en calma y, al menos yo, dormí de un tirón. Llegamos a Motril por la mañana, esta vez fuimos los primeros en desembarcar.
Pasamos los controles aduaneros españoles en un momento sin ninguna complicación. Salimos de puerto y paramos todos unos kilómetros más allá de Motril a repostar gasolina, y en el pueblo más cercano paramos a tomar un almuerzo español con Cerveza de la de verdad. Brindamos por el pedazo de viaje que nos habíamos marcado y nos despedimos de Migue Ángel y Andrea que cogerían la autovía directa para casa ya que querían llegar antes de comer mientras que Fer, Juan, Joaquín y un servidor nos tomamos la llegada a casa con un poco más de calma por la costa.
Ahora sí, finalmente, el viaje había terminado.
Mis agradecimientos a Gabriel por todas y cada una de las gestiones y organización del viaje, fue de sobresaliente o más. A Fer porque no me hubiera perdonado el viaje sin él y por presentarnos en su momento a Juan y Joaquín. A Juan por ponernos el toque de humor constante durante todo el viaje que tanda vidilla nos dio. A Miguel Ángel por traerse a Andrea o a Andrea por traerse a su padre, ambos pusieron cada uno su puntito y Andrea su simpatía infinita y buen humor que tanto aportó al grupo. Y a Joaquín por la cantidad de fotos guapas que nos estuvo echando.
Este, sin duda, fue un viaje en total armonía con un equipo bien avenido y una experiencia inolvidable.