Sombras del Sahara: Un viaje por las huellas perdidas de España – 4/10

Sombras del Sahara: Un viaje por las huellas perdidas de España – 4/10

Día de partida, vamos a por el Ferry

19 de abril, viernes. Después de meses de preparativos, nervios y dudas ante la delicada salud de mis padres que amenazaba con truncar esta aventura, al fin llegó el día. Toda la documentación para cruzar la frontera estaba en orden, seguros de viaje pagados, carta verde en orden, las motos revisadas y listas para partir.

El ferry zarpaba desde Almería a las 23:30 horas, donde dormiríamos en el camarote hasta las 6:00 de la mañana, hora prevista de arribo a Melilla. En estos dos primeros días, Miguel Ángel y yo estaríamos solos, pues Gabriel había salido tres días antes para visitar algunos lugares fuera del itinerario planeado y saludar a amigos que uno va dejando cada vez que viaja al país vecino. Los tres nos reuniríamos el domingo a la altura de Agadir.

Por la tarde quedé con Miguel Ángel cerca de casa, tomamos un café rápido y partimos rumbo a Almería, donde cenaríamos junto al puerto antes de embarcar. Nos habían recomendado el Café Bar 900 Millas, donde nos dimos un buen homenaje gastronómico.

De ahí al puerto y a sufrir los tediosos trámites para poder abordar aunque en este embarque, al no haber frontera de por medio, es más rápido. Una vez en el camarote, a dormir la mona, pues el día siguiente sería largo, muy largo.

Sábado, de Melilla a Oualidia

Este día sería tedioso, kilométrico y eminentemente de tránsito sin más atractivo que recorrer unos 820km aproximadamente de eterna autopista de peaje, menos mal que en Marruecos los peajes son económicos.

Habíamos calculado esta jornada para cubrir la máxima distancia posible y poder encontrarnos con Gabriel cuanto antes.

El ferry llegó puntual a Melilla. Desembarcamos deprisa, siendo los primeros en pisar tierra. Nuestro primer paso fue llenar los depósitos de gasolina, que habíamos dejado casi vacíos antes de embarcar, pues sabíamos que allí la gasolina era aún más barata que en Marruecos.

Como ya conocíamos el percal del año anterior, paramos echando leches en la primera gasolinera Shell, rellenamos y volvimos a echar leches hasta la aduana antes de que se formara el caos habitual.

Papeles, colas interminables, más papeles, todo transcurre lentamente mientras pasas controles policiales españoles y luego los controles marroquíes que se toman las cosas con más calma aún, eternizando el cruce de frontera. Y eso que en los últimos años el papeleo se ha simplificado muchísimo. Puede que tardásemos unos tres cuartos de hora en pasar las aduanas.

Tras superar los trámites, salimos rumbo a Nador. Teníamos que desayunar y sacar efectivo. Decidimos acudir a un cajero antes que lidiar con los pesados cambistas callejeros que intentan estafarte si no estás avezado.

También deberíamos haber parado a comprar una tarjeta de teléfono pero traíamos los deberes hechos de casa y a un amigo que había estado unas semanas antes por el desierto de Merzouga le encargué que me trajera una, que realmente son económicas. Por unos 4€ tienen tarjeta con 5Gb de datos.

A esa hora temprana, Marruecos apenas estaba despertando y el tráfico era ligero. Encontramos un bar abierto y allí mismo paramos a desayunar.

Como ni Miguel Ángel ni yo hablábamos árabe ni francés, nos apañamos con el idioma universal de los gestos. Nosotros pedíamos café y tostadas; el marroquí nos enseñaba un huevo por si queríamos tortilla, muy típica en sus desayunos, pero al negar con la cabeza nos mostró una naranja y la palabra “juice”, lo que sí entendimos y asentimos. En resumen, entre varios intercambios de gestos sin que aquello quedara claro, nos sirvió un desayuno “imperial”, nombre que me acabo de inventar: café, pan marroquí, miel, mermelada, quesitos, yogur, un vaso grande de zumo de naranja recién exprimido, aceitunas y una botellita de agua. Todo un festín por apenas 3,5 euros al cambio.

Mientras desayunábamos Miguel Ángel intentaba averiguar como conectar nuestros dos intercomunicadores, ambos de marcas distintas. Decir que no lo conseguimos en todo el viaje.

Salimos deprisa de allí cuando comenzó a llover. Empezábamos bien el día, con la temperatura entre 13º y 15º grados inusual para esas fechas. Paramos en una gasolinera para enfundarnos los trajes de agua y continuar por la autopista hacia la costa.

Nos estuvo lloviendo casi hasta el mediodía, incluso por unos momentos empezó a caer granizo de pequeño tamaño que nos obligó a refugiarnos bajo un puente de la autopista unos minutos.

Para llegar al hotel de destino en Oualidia, teníamos que atravesar Rabat y Casablanca, pero las rodeamos por la autovía, aunque eso no evitó que nos viéramos atrapados en el tráfico abrumador e infernal de Casablanca, con constantes retenciones. También notamos una diferencia sustancial respecto a cuando viajas por el interior: allí los vehículos eran más nuevos y de gama media-alta, evidenciando la riqueza invertida en esas urbes.

El día terminó en el hotel Sheashell en la población costera de Oualidia, muy cerca de la playa. Un hotel en muy buen estado con garaje interior y a un precio más que razonable.

Decir que en este viaje no llevábamos nada reservado porque no teníamos ni idea de cuánto tiempo nos llevarían las largas jornadas que nos íbamos a marcar así que las reservas las fuimos haciendo sobre la marcha.

Habíamos logrado recorrer unos 820 kilómetros aproximadamente, llegando poco antes de las 20:00 con luz de día aún. Tras las llamadas obligadas a la familia para informar, bajamos al restaurante a cenar.

Estando tan cerca del mar, lo normal era degustar una cena típica de costa, así que nos deleitamos con una cazuela repleta de gambas, pulpo, calamares, almejas y mejillones acompañada de una salsa deliciosa para mojar el pan marroquí. Tras eso, y la paliza de kilómetros recorridos, nos fuimos a dormir, pues el día siguiente también sería una larga jornada.

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Continúa la historia en el siguiente capítulo…

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