Sombras del Sahara: Un viaje por las huellas perdidas de España – 5/10

Sombras del Sahara: Un viaje por las huellas perdidas de España – 5/10

A partir de hoy, el viaje comenzaría a ponerse realmente interesante, pues dejaríamos atrás las autopistas para adentrarnos en un terreno que, hasta entonces, nos era desconocido.

Nuestro día debía terminar en Sidi Ifni, y para poner en contexto la historia de esta localidad, diremos que fue fundada en 1478, en época de los Reyes Católicos, con el nombre de “Santa Cruz de la Mar Pequeña“, pero fue abandonada en 1524 debido a los constantes ataques bereberes. En 1934 se volvió a ocupar definitivamente, junto a Tan Tan, Smara y El Aaiún, esta última una zona totalmente desértica y de pastos. Con la Guerra Civil española, la colonización se paralizó brevemente y se retomó tras su finalización.

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Madrugamos, cargamos el equipaje en las motos y a las 8:00 ya estábamos listos para desayunar, pues estaba incluido en el precio de la habitación. Entramos a la cafetería del hotel y no había ni un alma. El camarero ni siquiera había encendido la cafetera. El día anterior nos dijeron que a esa hora ya podríamos desayunar, pero el empleado nos informó que la cocina no abriría hasta las 9:00. Ante nuestro estupor y la prisa que llevábamos, insistimos en que teníamos que partir cuanto antes. El hombre, apiadándose de nosotros, se puso manos a la obra y nos preparó un buen desayuno marroquí como sería costumbre en todo el viaje, salvo excepciones contadas.

Tras ello, sacamos las motos del garaje y paramos en un comercio local cerca del hotel para comprar algo de pan para el camino, pues llevábamos provisiones de comida en las maletas por si se nos complicaba parar a comer poder preparar un picnic donde pudiéramos.

Emprendimos camino hacia Agadir. Teníamos dos opciones: seguir por la costa pasando por Essaouira, lo que pensamos ralentizaría el día, o adentrarnos por el interior combinando tramos de peaje con uno de carretera nacional. Para quien haga el mismo trayecto, el último tramo de peaje por la A3 está plagado de radares fijos, así que ojo con exceder los límites de velocidad.

A mitad de camino paramos en Douar Oulad Brahim para tomar aire, estirar las piernas y comprobar que Gabriel iba al punto de encuentro acordado.

Tras ello, nada más salir de donde habíamos aparcado, un guardia de tráfico nos detuvo haciéndonos apartar. Volvimos al idioma universal de los gestos: el hombre nos pidió la documentación y el pasaporte al percatarse de que éramos extranjeros. Después de revisarlos, me preguntó si hablaba árabe o francés. Le respondí que si no nos entendíamos en español, sería difícil comunicarnos.

El guardia, muy educado, me hizo bajar de la moto y me llevó hasta una señal de prohibido el paso cercana, señalándola. Yo le indiqué que entendía la señal pero que nosotros no nos habíamos metido por ahí. Entonces me señaló justo por dónde habíamos salido con las motos y… ¡voilà!, señal de prohibido pasar. Nada, me eché las manos a la cabeza, le di la razón y me dijo que tendría que multarnos. Sacó su móvil y en la calculadora me indicó la cuantía: 400 dirhams, unos 40 euros al cambio, me dijo que por los dos, ya que ambos habíamos infringido. Menuda faena para ser el segundo día. Le puse cara de pena e imploré que no nos multara, que había sido un despiste. Después de varios gestos, el hombre se apiadó de nosotros al no haber cámaras que nos hubieran grabado y nos dejó continuar, evidenciando que los tiempos en que la policía marroquí extorsionaba a los turistas quedaron atrás. El país está cambiando mucho.

Continuamos el camino y enlazamos con la autopista A3 hasta Agadir. La abandonamos y circunvalamos la ciudad. Habíamos entrado en plena hora punta y las avenidas estaban a reventar de gente. El aroma a comida y brasas de barbacoa que inunda todas las poblaciones marroquíes a esa hora despertaba un hambre tremenda. Rodamos con mucho tráfico, multitudes en la calle, todos los comercios abiertos y en plena ebullición. Casi todos los locales de comida disponen de brasas humeantes listas para prepararte lo que pidas, pero nosotros debíamos encontrarnos primero con Gabriel, que ya nos esperaba cerca.

Saliendo de aquel tumulto, en una estación de servicio cercana, llevaba una hora aguardando nuestra llegada. La alegría de haber arribado al punto de encuentro sin incidentes y estar el equipo por fin reunido fue inmensa.

Tras los abrazos pertinentes y el típico cruce de preguntas sobre nuestros respectivos trayectos, decidimos que, aun siendo la hora de comer, la zona desde la que veníamos estaba atestada, por lo que sería complicado encontrar un sitio para sentarnos. Así que, aprovechando que traíamos pan y comida, optamos por avanzar y montar un picnic cómodo y tranquilo, lejos del bullicio citadino.

Una hora y pico más tarde aproximadamente, tras abandonar la N1 y pasar Tiznit ya por carreteras más relajadas, encontramos un lugar idóneo donde comer con calma y descansar un poco.

Algo que me sorprendió gratamente fue que, una vez dejamos las autopistas, las carreteras nacionales no eran estrechas ni estaban en mal estado como esperaba. Todo lo contrario, Marruecos está haciendo una enorme inversión en mejorar sus vías de comunicación. Muchas carreteras nacionales están como nuevas, permitiendo avanzar a buen ritmo aunque estuviéramos lejos de cualquier parte, si bien tanta buena carretera durante tantísimos kilómetros le resta encanto al trayecto.

Tras la parada para reponer fuerzas, continuamos rumbo a Sidi Ifni por carreteras comarcales, disfrutando de algunas curvas que ya reclamaban las motos y de paisajes siempre acompañados del Atlántico a nuestra derecha, con ese olor a mar que más adelante se mezclaría con las dunas del desierto.

La entrada a Sidi Ifni nos la dieron dos gigantescas estatuas de caballos en pie de guerra apostillados a ambos lados de la carretera. Paramos a inmortalizarlos con nuestras cámaras. Se estaba haciendo tarde. Como es habitual en todas las poblaciones de Marruecos, unos metros más adelante había un típico control policial que nos dejó pasar sin pedirnos la documentación.

Al llegar fuimos directos al hotel La Suerte Loca, uno de esos establecimientos clásicos de la época española que aún mantiene su nombre original, pero desde fuera tenía apariencia de un poco descuidado y decidimos buscar otra opción para esa noche.

De ahí encaramos una calle empinada que nos llevó directamente a la plaza Hassan II, antigua plaza de España, donde se encuentran algunos de los edificios más emblemáticos que los españoles construyeron en esta población.

Nos hicimos fotos con la antigua catedral, en el antiguo consulado de España, junto a las enormes letras en la misma plaza que rezaban “I Love Sidi Ifni”, evidencias inequívocas de que nos encontrábamos en una antigua población española a miles de kilómetros de nuestra tierra natal.

En la misma plaza preguntamos en el hotel La Belle Vue. Estábamos cansados, el precio nos pareció razonable y decidimos que allí nos alojaríamos esa noche.

Más tarde, ya duchados y con ropa cómoda, deambulamos por las calles hasta el pequeño mercado donde había un cajero para sacar efectivo. De camino nos topamos también con el mítico Cine Avenida, otro de los vestigios de nuestro pasado hispano que, aunque cerrado, mantenía su nombre intacto para deleite de nuestros recuerdos.

Luego bajamos al hotel restaurante Ait Baamrane a pie de playa a cenar, donde sabíamos que vendían cerveza. Desde la terraza podíamos contemplar toda la extensión de la playa. Unos calamares que se hicieron esperar mientras disfrutábamos de unas cervezas San Miguel que nos supieron a gloria fueron los encargados de rematar el día.

Después, de vuelta al hotel y a dormir, pues al día siguiente nos esperaban más kilómetros por delante en esta aventura que apenas comenzaba a cobrar verdadero sentido.

Continúa la historia en el siguiente capítulo…

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