Marruecos en moto 2/6

Marruecos en moto 2/6

El desayuno, al igual que la cena de la noche anterior, no fue gran cosa en el albergue, aunque no faltó de nada. Té, leche, zumos, mermeladas, pan tostado y dulces sobraron para empezar el día con buen pie.

Desde Azrou ya no habría más autopistas ni peajes así que nos dispusimos a recorrer el trayecto hasta el desierto del Erg Chebbi, junto al pueblo de Merzouga. He de decir que este, con diferencia, fue el mejor día de todos los que estuvimos recorriendo estas tierras.

Nada más salir de Azrou atravesamos su gran bosque de cedros, y en medio de este paraje paramos en unos puestos de suvenires, bebidas y cacahuetes. Estos puestos han creado su negocio gracias a los cientos de monos de Gibraltar que habitan la zona, ya que a la gente le encanta ir a “jugar” con los macacos y darles de comer. Los monos andan por la zona a sus anchas y se te acercan a ver si pillan algo de comida.

Zona aparcamiento: https://goo.gl/maps/zgHAXNLDodn2Rqmz5

El trayecto que teníamos a continuación por la carretera N13 nos iba a sorprender sobremanera, entre otras cosas porque íbamos a dejar atrás el verde paisaje que nos había acompañado desde que desembarcamos en Tánger para dar paso a un paisaje árido y desértico atravesando por el camino el medio Atlas. Esta ruta iba a ser una delicia para nuestras motos por el buen estado de la carretera junto a su trazado de curvas y su paisaje, parte del cual se hace vadeando un río y que merece la pena recorrer a velocidad moderada para deleitarse con las vistas.

Entre Errachidia y Erfoud paramos a visitar el valle del Ziz. Es un gran palmeral que comienza en Errachidia y termina pasado Rissani con las dunas de Merzouga al fondo. Según sales de Errachidia y ves el paisaje tan árido, que presagia la llegada al desierto, no te imaginas que exista este vergel en un gran cañón excavado por el río Ziz en la gran llanura.

Nuestra parada la hicimos sobre un mirador que nos permite contemplar el esplendor del verde valle entre el árido paisaje. Junto al mirador hay una tienda de souvenirs típicos de la zona donde también pudimos reponer líquido y comprar algo de picoteo.

Mirador del valle: https://goo.gl/maps/JcjfDPtpz5ruNELa6

Voy a dejar esta anotación por si algún día vuelvo a visitar este país. Según he leído por internet a través de otros viajeros el encanto de este lugar es precisamente bajar al valle y visitar su palmeral, cosa que con las motos no hicimos.

Nuestra siguiente parada al medio día para comer la realizaríamos en Rissani, un lugar de leyenda a las puertas del desierto.

Rissani fue la capital comercial del país durante el siglo XIV y esa tradición se mantiene hoy en día. El mayor atractivo de la localidad es su mercado que se celebra los martes, jueves y domingos desde tiempos inmemoriales.

Rissani lo visitamos de pasada este día porque nuestro objetivo estaba en llegar al desierto antes del atardecer, así que paramos aquí para comer y al día siguiente volveríamos para poder mezclarnos con sus gentes, en su mercado y en su gastronomía más intensamente.

La comida la realizamos en el restaurante Menzeh, a un kilómetro a sur del centro de la ciudad, frente a una fortificación que, según he podido indagar, construían los militares a modo de cuartel.

Ubicación: https://goo.gl/maps/dBuYpX6Jz9iptgaz5

 

En toda esta zona del país, desde que dejamos Arzou, la arquitectura también cambió a unas construcciones con revestimientos de adobe y paja y colores marrones o salmón por lo general. Tras sufrir los vientos del lugar y una tormenta de arena que nos pilló al día siguiente se entiende que las construcciones tengan ese color.

El restaurante era amplio y limpio comparado con otros sitios donde habíamos estado en ruta. La comida fue más mediterránea que la del día anterior con unas cazuelas llenas de patatas y huevos fritos, el típico pan de pita y unos productos españoles que traían los organizadores en la furgoneta de apoyo. Productos que, evidentemente, no hay en Marruecos pero que, tras la panzá de kilómetros que llevábamos a las espaldas agradecimos y degustamos como si no hubiera un mañana.

El siguiente tramo tras reponer fuerzas nos llevaría a Merzouga, a unos 40 kilómetros aproximadamente. En Merzouga nos tenían preparada una sorpresa muy grata. Dejamos las motos en un hotel en el que haríamos noche al día siguiente. El gran desierto de Erg Chebbi quedaba a la espalda de este hotel. Cogimos lo imprescindible para asearnos y ponernos cómodos y partimos en unos todoterreno hasta la entrada de Erg Chebbi dónde nos esperaban unos camellos sobre los que atravesaríamos las dunas hasta un campamento de jaimas dónde cenaríamos y cantaríamos hasta las tantas de la madrugada tomándonos algunas bebidas “espirituosas”.

Ver el atardecer montado en un camello sobre las dunas del desierto no tiene precio. Es una sensación indescriptible de paz, tranquilidad y armonía junto con la parsimonia de los camellos. El rojizo en el que se torna la arena según anochece es embriagador. Hay que estar allí, ni contándolo soy capaz de expresar las sensaciones que se viven allí.

Llegamos de noche al campamento sobre los camellos con una temperatura agradable, el viento que nos acompañó en el trayecto había amainado y el cielo estaba despejado. Os aseguro que tras dos horas de camello la estampa mereció la pena. Las jaimas, que nos pensábamos eran otra cosa, eran unas tiendas de campaña amplias muy bien montadas con todo lujo de detalles. Unas buenas camas, un aseo en condiciones, y agua calentita para la ducha, y 4G para el móvil lo cual me dejó mas que sorprendido. En medio del desierto, en medio de la nada, allí teníamos internet para comunicarnos con los familiares.

Según nos explicaron allí es fácil que haya agua ya que cuando llueve el agua se filtra por la arena hasta los acuíferos subterráneos y, la propia arena, los protege del calor del sol actuando de aislante para que no se evapore.

La tienda más grande, que hacía de salón comedor, disponía de una mesa rectangular con unas sillas toscas y amplias de madera, en un ambiente con poca luz. Fue sorprendente encontrarnos con una mesa decorada con todo lujo de detalles. Su mantelería y su vajilla como si estuviéramos en un hotel. Hay que reconocer que la agencia de viajes se lo había trabajado muchísimo en este sentido. Era el punto más lejos de nuestro viaje y debía ser especial. 

La cena fue copiosa y no faltó de nada. Entrantes, verduras, carne, tajín, frutas y dulces. Hasta vino pudimos degustar que la organización se había traído de casa para la ocasión.

Tras la sesión de tambores y cánticos bereberes bajo la noche del desierto y al amparo de una fogata, y del algún Gin-tonic que otro, y tras un día que se tornó largo pero muy gratificante en cuanto sensaciones donde todo lo malo del día anterior quedó en el olvido, fuimos a la cama a descansar y prepararnos para la siguiente jornada.

En la siguiente entrada os contaré la visita a Rissani y nuestra pequeña aventura en plena tormenta de arena.

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