Marruecos 2023 – Gargantas de Todra y Dades
Cuando me levanté, algunos ya lo habían hecho antes para poder fotografiar el amanecer del desierto. Tanto encanto tiene el ocaso, como el alba, sobre esas tierras marrones al amanecer, rojizas al atardecer.
La ruta
Queríamos salir temprano porque el día hoy sí sería largo. Queríamos visitar las gargantas de Todra y Dades el mismo día.
El desayuno, como el resto de los que habíamos disfrutado durante el viaje, no defraudó. En la jaima comedor nos sirvieron café, leche, dulces, yogures, las típicas tortitas para untar con miel o mermelada, zumo de naranja recién exprimido y algunas cosas más.
Buche lleno volvimos a los 4×4 que ya nos estaban esperando en el campamento y otra vez a cruzar las dunas haciendo el cabra el chico que los conducía. Sí, es divertido, tengo que reconocerlo, y más allá de lo turístico que sea te lo pasas pipa.
Llegamos al hotel, nos equipamos para subir a las motos, cargamos las maletas y salimos dirección a nuestro destino dejando a nuestras espaldas la gran duna de Erg Chebbi que se despedía de nosotros hasta dios sabe cuándo.
Tendríamos que recorrer los mismos pasos que el día anterior hasta la Cárcel Portuguesa, a partir de allí, recorreríamos la N12 hasta el cruce con la R113, que cruza, dirección norte, con la N10 que es la que nos llevaría a las dos gargantas.
Recorremos el sur desértico de Marruecos. Apenas hay vegetación, algunos matorrales, arbustos pequeños y unas pocas Acacias esparcidas entre sí dejan ver montañas a izquierda y derecha completamente despobladas de vegetación. Entre tanto, algún pastor con sus cuatro corderos contados a orillas de la carretera te saluda al pasar. Vehículos, los justos.
Once de la mañana y el sol ya pegaba fuerte. Nos estábamos deshidratando y se hacía necesaria una parada de estirar las piernas y refrescar el gaznate. Llevábamos unos 122km que, al ritmo al que puedes circular por esas carreteras, se habían hecho eternos.
Paramos en el poblado de Achbarou. Tan solitario y despoblado, como en ruinas. A orillas de la carretera encontramos un pequeño bar cuya terraza estaba colmada de otros moteros, nos lo saltamos. Más adelante una pequeña tienda dónde vendían bebidas, latas de conservas, dulces y poco más. Paramos.
Las calles colindantes, que no recorrimos, se apreciaban estrechas y sin asfaltar, mucho menos existían aceras. Las casas se apreciaban viejas y mal cuidadas. Parecía que el pueblo vivía unos cuantos siglos atrás respecto al resto de la civilización, aun así, encontramos en él lo que necesitábamos. Agua, Coca Cola, que a falta de cerveza abunda en el país, y algún dulce típico.
Tras el breve descanso continuamos y, de haberlo calculado bien, esta parada la hubiéramos hecho apenas diez kilómetros más adelante donde encontramos la ciudad de Alnif, con mejores signos de civilización.
Al entrar a ella encontramos una gasolinera de las de verdad, en condiciones, con tienda, aseos, lavadero y demás servicios. Era hora de repostar gasolina y vaciar líquidos.
Mientras uno de los dependientes echaba gasolina a algún compañero yo decidí servirme por mi cuenta mientras charlaba en el surtidor contiguo con otro de los integrantes del grupo cuando escuché a alguien gritar ¡CHAAAACHOOOOO ESTÁS TIRANDO LA GASOLINA!
¡Ostras! Cuando quise darme cuenta había tirado por toda la moto lo menos 10 pavos de gasolina. La manguera, como cabría esperar de cualquier surtidor, no corto la entrada de gasolina cuando esta llegó a rebosar el depósito. Yo que estaba charlando de la ruta emocionado no me había percatado de la que estaba liando y cuando nos dimos cuenta se me había puesto la moto perdida, y en el suelo un charquerío que pa qué. Pufff, menudo marrón. Afortunadamente la gasolinera tenía lavadero y aproveché para echarle un agua y limpiar algo el estropicio.
En el lavadero otro currito de la gasolinera se empeñó en lavarla él mismo a lo que tuve que aceptar con resignación. ¡Mi moto es mía y la lavo yo!
El hombre hizo lo que pudo y me sacó 3€ al cambio por su trabajo. Pensé que mucha falta tenía y no rechisté.
Ya no solo sería la K75 de Joaquín quién tirara un chorrito de gasolina cada día. Al menos yo tiré todos los litros de golpe.
Continuamos nuestro camino dejando la N12 para emprender ruta hacia el norte. El paisaje seguía siendo el mismo y aún nos quedaban como unos 80km para llegar a Todra. A partir de ese momento a la moto empezó a encendérsele uno de los testigos del cuadro, el de avería de motor, lo que empezó a mosquearme. Intenté prestar atención al comportamiento de la moto, pero esta no hacía nada raro así que decidí continuar. Durante un par de días más el testigo se encendería y apagaría aleatoriamente, pero la japonesa no me dejó tirado ni atisbo de querer hacerlo.
Garganta de Todra
Para llegar a la Garganta de Todra tienes que atravesar Tinerhir, situada en el valle del río Todgha y rodeada por las montañas del Alto Atlas. A la entrada de esta te encuentras con AÏt-Boujane, un pueblo cercano al Valle de Todra donde se tienen unas vistas de los palmerales exquisitas. La singularidad de este lugar es debido a la forma de vida que se lleva, casas hechas de barro inclusive la mezquita principal.
Hay algunas zonas para parar a contemplar el palmeral, zonas de parada obligatoria de autobuses llenos de turistas, y esto ya sabe a qué lleva. Una horda de vendedores ambulantes te sale de debajo de las piedras en cuánto paras la moto y se te echan encima impertinentemente para que les compres algunos de sus suvenires. En esta ocasión, como también lo fue en Fez, llegan a ponerse tan pesados que incluso agobian. Les dices que no quieres nada cien veces y otras tantas se te vuelven a echar encima para venderte algo. Cuánta más turística es una zona más vendedores de estos te vas a encontrar.
Un par de fotos y atravesamos la ciudad para adentrarnos en el valle que nos llevaría a adentrarnos en la mismísima garganta.
La garganta del Todra es conocida por sus altas paredes de roca, que alcanzan alturas de hasta 300 metros, y su estrecho cañón tallado por el río Todgha a lo largo de miles de años. Estas paredes de piedra caliza rojiza y naranja crean un espectáculo impresionante y ofrecen un escenario dramático conforme te vas adentrando en ella.
El casco de la moto no da para poder visualizar la parte más alta de sus muros. Allí también nos encontramos a los vendedores ambulantes “furtivos” aunque en esta ocasión fueron menos persistentes. Paramos las motos y nos dejamos embaucar por la inmensidad del entorno.
Miguel Ángel y Andrea aprovecharon para bajar al río, que llevaba poca agua, a refrescarse un poco. Joaquín hacía sus cábalas para echar la foto del día en la garganta. El resto echábamos algunas fotos mientras comentábamos el escenario que teníamos ante nuestros ojos a la vez que estudiábamos cómo comeríamos ya que era la hora.
No había plan previsto así que tiraríamos de las provisiones que llevábamos en las maletas, pero en esas que vimos a Gabriel hablando con un tipo que se le acababa de acercar.
Tras lo que parecía una negociación en toda regla nos dice que el chico tiene un restaurante saliendo de la garganta y que nos ofrece un menú muy variado a precios asequibles.
Cómo siempre, Gabriel que tiene dotes para negociar, había resuelto el problema, y los demás nos dejamos llevar por su buen criterio durante todo el viaje.
Así pues, nos subimos a las motos y fuimos tras el coche del chico que nos guió hacia su alojamiento.
Muy cerca de la garganta, un pequeño y muy acogedor restaurante familiar (Happy Nomad), dónde los hijos pequeños de los dueños correteaban de un lado a otro, nos dio la bienvenida.
Tenían pescado, tajines de verdura, berenjenas horneadas con queso fundido y otros preparados caseros a cuál más difícil de decidirse.
Comimos tranquilos mientras los críos nos miraban con cara de asombro a la vez que jugaban, pero sin armar escándalo ni molestar.
Durante la preparación del viaje fueron muchas las veces que dudábamos de que pudiésemos comer todos los días dado el Ramadán. Nos habían comentado en más de una ocasión que quizás al medio día sería más complicado, pero durante todo el viaje y, pese a su penitencia que aguantarían durante horas hasta el atardecer, allá donde había comida nos servían sin ningún problema.
No alargamos la sobremesa pues aún quedaba volver a la Garganta a echar la foto de grupo y regresar hasta la N10 para encarar la Garganta del Dades.
Garganta de Dades
Subimos otra vez a las motos y tiramos echando leches hasta Dades pues la tarde se nos echaba encima y temíamos que no llegáramos a tiempo de ver esta garganta.
Unos 85km separaban una de otra.
Llegamos a Boumalne Dadès, un pueblo encantador que sirve como punto de partida para explorar la garganta de Dadès. Desde allí dejamos la N10 para seguir por la carretera R704, que nos llevaría directamente a la garganta.
El camino a la garganta de Dadès es increíblemente pintoresco, con paisajes impresionantes en cada paso del camino. A medida que te adentras en la garganta, serás recibido por altos acantilados de roca arenisca rojiza y naranja, esculpidos a lo largo de los siglos por el río Dadès.
A medio camino te encuentras también unas formaciones rocosas con forma de dedos gigantes, se les conoce como “Los de dos de mono”. Son una serie de pilares de roca erosionados que se elevan desde el suelo del valle. Estas formaciones han sido moldeadas a lo largo de millones de años por la erosión causada por el viento y el agua. La roca sedimentaria ha sido tallada en formas esbeltas y puntiagudas, creando una imagen impresionante y distintiva.
Y, como no, te impacta tanto conforme te las encuentras que debes de parar a contemplarlos.
Hechas las fotos se nos venía la tarde encima y continuamos hasta la garganta. Pasamos por delante del Riad donde haríamos noche, pero continuamos para volver tras la visita a la garganta.
A medida que rodábamos por la carretera nos adentrábamos más en el desfiladero y pudimos disfrutar de vistas cada vez más impresionantes. Los acantilados de roca rojiza y naranja se alzan a ambos lados de la carretera. Es otro paisaje majestuoso.
Llega un momento en que empieza un ascenso en ziz zag hasta lo alto del desfiladero.
La carretera es tan famosa por el mundo motero que te la vas a encontrar en todos los reportajes fotográficos. Es un ascenso con curvas de 180º una tras otra hasta llegar arriba donde tienes un restaurante con un mirador desde el que puedes contemplar la impresionante hendidura que el río Dades lleva tallando durante siglos sobre la roca, a parte de tener la perspectiva completa de la serpenteante carretera.
Habíamos hecho cumbre y cumplido el segundo objetivo del día. Si hubiéramos seguido adelante unos kilómetros más en vez de volvernos al hotel aún podríamos habernos adentrado, tras descender de nuevo, en otra garganta, pero tanto Gabriel como yo sabíamos que no era ni por asomo tan impresionante como Todra así que decidimos dar por concluida la visita a Dades.
El Riad Des Vielles Charrues nos estaba esperando a pocos kilómetros.
Elegimos este Riad porque en 2019 y atuvimos una muy buena experiencia en él, y este año, sus anfitriones Aziza y Said nos brindaron la misma experiencia que entonces.
Nos tenían preparado sitio de sobra en el pequeño parking contiguo para nuestras motos. Mientras descargábamos los equipajes pudimos explicarle a Said que tanto Gabriel como yo habíamos estado allí con anterioridad a lo que hizo memoria y se acordaba perfectamente del grupo en el que fuimos.
Este fue uno de los sitios más acogedores dónde nos alojamos en todo el viaje.
Tras el reparto de habitaciones y una ducha reparadora nos dispusimos a cenar en el pequeño comedor a la luz de unas velas que tenían sobre las mesas. El ambiente tranquilo y sosegado junto con la luz tenue de las estancias que forma parte de su cultura hizo de la cena una delicia.
La velada culminó en el pequeño salón interior con una de esas conversaciones con Said en las que aprendes sobre su cultura, sus costumbres y, sobre todo, su humanidad.
Said nos estuvo contando el cómo y el por qué en la antigüedad se construían las casas tipo Kasbahs y de cómo estas iban ganando terreno según las familias iban creciendo, terminando por convertirse en auténticos guetos gestionados por varias generaciones de la misma familia.
Nos contó como había levantado con sus manos la parte superior del Riad, que había heredado de su padre, a base de mucho esfuerzo.
Y también aprendimos curiosidades sobre la ingente cantidad de controles policiales que te encuentras a las entradas de las ciudades y que, no sólo hacen de agentes de tráfico, sino que te comprueban la documentación por si tienes deudas pendientes con el estado y cómo, gracias a eso y por desgracia para los más desfavorecidos, es casi imposible defraudar al estado. Vamos que, en un control policial de esos, si te pillan, te quedas hasta sin coche o, si la deuda es gorda, hasta te llevan preso.
La charla con Said llegaba a su fin, era muy tarde y ellos también tenían que descansar. Nosotros estábamos agotados tras un largo día disfrutando del país así que nos despedimos y nos dejamos llevar por Morfeo hasta la mañana siguiente.
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