Marruecos 2023 – Gara Medouar, Rissani y Erg Chebbi

Marruecos 2023 – Gara Medouar, Rissani y Erg Chebbi

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A lo largo de estos artículos he hablado varias veces de que este sería el viaje que en 2019 fue, pero no pudo ser como me hubiera gustado. Fue la primera incursión y la hice con las expectativas muy altas sobre la mesa.

El hecho es que, exceptuando algunas variaciones con respecto al de 2019, muchas otras cosas se repetirían. Una de ellas sería el desierto Erg Chebbi, situado a las faldas de Merzouga y Hassilabied.

¡Atención, spoiler, y no te va a gustar! Te recomiendo que te saltes el siguiente párrafo y los últimos de este artículo si no quieres llevarte una desilusión respecto del desierto.

Una de las variaciones fue cambiar Marrakech por Fez porque no nos gustó las aglomeraciones de Marrakech. Erg Chebbi no lo cambiamos por otra opción porque venían nuevos compañeros de ruta a los que les hacía ilusión, como no puede ser de otra manera para el primerizo que visita el país, ver el desierto y disfrutar de sus encantadoras dunas, así como del idílico atardecer y dormir a lo aventurero en unas jaimas en pleno desierto acompañado, después de cenar, de unos cánticos típicos bereberes a la luz de una hoguera y con las estrellas iluminando la noche. Hasta aquí todo lo que nos venden en las revistas y agencias de viajes. Estoy convencido de que si hay una tercera vez me pensaré la visita al desierto Erg Chebbi.

Hecho el inciso, volvamos al principio del día y el plan que habíamos decidido.

Al desierto se va por la tarde, eso es un hecho irrefutable. ¿Por qué? Pues porque hay que ver el atardecer desde lo alto de las dunas y porque realmente, so pena que vayas a pasar el día con un 4×4 haciendo el cafre por las dunas, tampoco es que haya mucho más que hacer allí.

Así pues, la mañana la teníamos entera para visitar la Cárcel Portuguesa (Gara Medouar) y Rissani. Y además teníamos tiempo de sobra para tomárnoslo con tranquilidad.

Antes de salir del hotel aprovechamos para echarnos unas fotos con las camisetas que el bueno de Gabriel había tenido el gusto de regalarnos y que reflejaban el espíritu del viaje.

El hotel al que nos habían enviado la noche anterior lo dejaríamos esta mañana para volver al primer hotel dónde deberíamos haber pasado la noche. Allí dejaríamos las maletas de la moto para hacer nuestras visitas menos cargados de peso. A la tarde volveríamos de nuevo para coger la ropa imprescindible para pasar la noche en el desierto, y las motos se quedarían en el hotel.

Desayunamos relajadamente, tortitas, miel, zumos, fruta, yogures. Con el estómago lleno nos fuimos al citado hotel, descargamos maletas y empezamos nuestra aventura de hoy.

Rissani

De Merzouga hasta Rissani hay unos 50km que haríamos pasando por Hassilabied, pequeña población que a la ida habíamos circunvalado por ahorrar tiempo.

Rissani es conocida por ser un importante centro histórico y cultural en la zona y es considerada la puerta de entrada al desierto del Sahara. Tiene una rica historia que se remonta a siglos atrás. Fue la capital del antiguo reino de Tafilalt y un importante centro de comercio en la antigua ruta de las caravanas transaharianas. La ciudad jugó un papel crucial en el comercio de oro, sal y esclavos en el pasado. Además, posee uno de los mercados más antiguos e interesantes de visitar para el turista. 

Por desgracia para nosotros el día que estuvimos allí no había mercado, al que por cierto tenía muchas ganas de volver y visitarlo con calma, por lo que tuvimos que saltarnos esa visita.

La entrada a la ciudad está marcada por El Bab el-Maader, que es un impresionante arco construido en adobe. El arco cuenta con una estructura sólida y presenta una decoración intrincada, con detalles en relieve y tallas en la superficie. Es un símbolo icónico de Rissani y representa su rica historia como antigua capital del reino de Tafilalt. Es un punto de referencia importante y un punto de inicio para explorar la medina de Rissani y sus encantadores callejones llenos de vida.

Para nosotros sería el lugar donde plasmar una de esas fotos que enseñar a familiares y amigos para demostrar que habíamos estado ahí, a las puertas del desierto del Sahara. 

Antes de atravesar el arco y sabiendo que íbamos directos a la Cárcel Portuguesa, que estaba un poco más allá en una zona muy aislada y con un calor que ya se hacía insoportable, paramos en algunos comercios de Rissani buscando algunas botellas de agua fresca para el camino.

He de decir, como dato curioso y anecdótico, que muchas de las entradas a estas ciudades te las vas a encontrar con controles policiales ávidos de pillar a cualquier infractor. En 2019 ya los había visto por doquier pero a diferencia de entonces, donde sí que sufrimos un intento de soborno por parte de la policía por una supuesta infracción, en esta ocasión, quizás porque estaban esperando a los turistas desde hacía tres años y no era plan de andar puteándonos de buenas a primeras, todos los controles que pasamos fueron todo amabilidad, saludos militares, gestos de que pasásemos y hasta incluso, en más de una ocasión, paraban el tráfico con preferencia del cruce dónde estaban apostillados para darnos paso a nosotros, que supuestamente éramos a los que deberían de controlar. 

Obviamente en Rissani había apostillado uno de tantos controles que nos cedió el paso sin problemas las veces que pasamos por él.

Cruzamos el arco y salimos de la ciudad.

Cárcel Portuguesa (Gara Medouar)

El nombre ya de por sí llama la atención, como si fuésemos a visitar algún edificio histórico tipo Alcatraz o similar. Nada más lejos de la realidad.

Gara Medouar, también conocida como “La Cárcel Portuguesa“, es una formación natural de color ocre que se asemeja a una fortaleza o una prisión tallada en la roca. Esta estructura ha capturado la imaginación de los visitantes debido a su apariencia única y misteriosa.

Hay muchas leyendas escritas sobre ella, la que da su nombre cuenta que allí almacenaban a los esclavos vendidos a los portugueses en su trayecto hacia la costa atlántica para trasladarlos al país luso.

En cualquier caso, la formación rocosa tiene un no sé qué, que invita a visitarla. Lu ubicación, así como su altura y las vistas que ofrece una vez subes a lo más alto de los muros naturales de la misma son motivos de sobra para pasarse a verla, por no decir que, además, hay que hacer como unos tres kilómetros y medio de pista que era música para nuestras motos.

Y, por cierto, si eres amante del cine allí se ha rodado alguna que otra película como por ejemplo “Spectre” protagonizada por Daniel Craig haciendo de James Bond.

Pues allí estábamos sobre las once menos cuarto, ya con un calor considerable. La entrada se hace a través de una pequeña abertura sobre un muro construido en piedra por el hombre que da paso al interior de la formación. Desde el exterior parece como si un meteorito hubiera impactado sobre la montaña dejando un enorme cráter en su interior.

Una vez dentro apenas dos minúsculos árboles te ofrecen una pequeña sombra dónde cobijarte. Además, como hasta en el último rincón de Marruecos, no faltan los vendedores de suvenires, pulseras, collares, amuletos, etc. Sin embargo, y en contra de otros muchos con los que tuvimos que lidiar durante el viaje, los chicos que había allí apostillados, un par bajo la sombra de un árbol, y otro par en lo alto de la formación rocosa, no se pusieron impertinentes nada más llegar intentando atracarnos para vendernos algo, lo que fue de agradecer.

Para llegar hasta arriba de la Cárcel Portuguesa hay una pista de tierra con una pendiente importante. Arriba del todo el espacio para aparcar las motos y vehículos que se atreven a subir es escaso, en pendiente, con mucha piedra suelta y peligroso como haya acumulación de vehículos. Recuerdo que un utilitario que nos encontramos arriba, a la hora de dar la vuelta para bajar, empezó a patinarle el coche hasta el punto de que lo veíamos rodando ladera abajo paralela a la pista. Tuvo suerte en esta ocasión, pero le faltó poco.

Si subes hasta lo alto te esperan unas vistas donde podrás contemplar las dunas del Sahara en la distancia, con su característica forma ondulada y tonos cambiantes según la luz del sol. La inmensidad del desierto, con su paisaje arenoso y su belleza agreste, se despliega frente a ti.

Además de las dunas, podrás disfrutar de vistas panorámicas de la región desértica circundante, con su característica vegetación árida y los relieves ondulantes de las montañas cercanas. La combinación de tonos ocres, amarillos y rojizos crea un paisaje impresionante que se extiende hasta donde alcanza la vista.

¡Habrá que subir! ¿no? En 2019 no lo habíamos hecho porque al llegar allí nos pilló una tormenta de arena impresionante que nos complicó la visita, echarnos las fotos, e incluso volver por la pista con algunas caídas, incluida la mía dónde me hice un esguince y un desgarro muscular intentando levantar la moto que me acompañaron durante el resto del viaje, así que hoy, aquí y ahora, era el momento de quitarme otra de esas espinitas que tenía clavadas.

Solo Gabriel y yo decidimos dar el paso para subir. El resto del equipo se quedaron abajo disfrutando de la poca sombra que daba el solitario árbol de la entrada.

Gabriel es una antítesis en sí mismo. Afinador de pianos, Heavy, pelo largo, argentino de nacimiento y español desde hace décadas. Hombre de mundo, de experiencias, se defiende con varios idiomas lo que nos facilitó el viaje, predispuesto a organizar hasta el último detalle de este, y una gran persona en sí. 

Como motero, su moto es su principal medio de transporte, pero es que, además, a pesar de los años que me saca, unos cuántos, es valiente en cuánto a meterse en fregaos con la moto, evidencia de ello fue cuando nos meo en los pantalones a Fernando y a mí en el primer viaje a Cantabria consiguiendo hacer la complicada pista desde Sotres a Espinama mientras nosotros, con el rabo entre las piernas tras varias caídas, tuvimos que darnos la vuelta. Tema este espinoso que nos lleva acompañando desde entonces y que nos ha dado juego en infinidad de ocasiones para echarnos unas risas.

La subida hasta arriba no fue complicada para nuestras motos, sin embargo, para mí que soy más torpe y de patas cortas, y dado que había un par de vehículos parados en la zona más plana, me quedé atascado a unos metros sin poder controlar la moto. No veía claro donde pararla, frené un poco, perdí tracción, la detuve en pendiente, horrible para recuperar la tracción y allí me quedé sobre la moto que no podía ni bajarme de ella, ni recorrer un par de metros para pararla estable, ni na, de na. Menos mal que Gabriel que, una vez más me meó en los pantalones, tomó el control de mi moto una vez aparcó la suya. Me pude bajar y se subió a ella para resolver la situación con un poco de ayuda del chico marroquí que había allí vendiendo suvenires y mía que, sujetándola por detrás por si se iba junto a la pericia de Gabriel, pudimos dejarla en su sitio. Maniobra que tuvo que repetir cuando quisimos bajar para poder darle la vuelta y dejármela en una posición cómoda. ¡Grande Gabriel!

 

Hecha toda la operación subimos al pedrusco más alto a deleitarnos con el paisaje. El chico joven que vendía suvenires se acercó a charlar con nosotros en un perfecto español sobre el interés de la Cárcel Portuguesa, sobre que acababan de rodar días atrás otra película allí y habían subido con grúas un barco que hicieron explotar por los aires, que ya no quedaba nada de del set de rodaje ni del barco reventado pero que aún había restos de conchas de mar que había llevado hasta allí arriba para el decorado de la película.

Hablamos de lo dura que es la vida, de cómo tenía que recorrer todos los días los veinte kilómetros desde Rissani hasta allí en una vieja bicicleta hiciese frío o calor con tal de sacar algún dinero con el que vivir. Hablamos de como ayudaba en casa, de su familia, del futuro que le gustaría tener fuera de esa vida de vendedor ambulante, del Ramadán y de cómo la gente joven cada vez le cuesta más seguir estas tradiciones y que muchos de ellos lo hacen por no enojar a sus progenitores, y de lo duro del ayuno estando allí aislado de todo, lo que para ellos se convierte en una prueba de fuerza y voluntad. Hablamos un rato largo de todo menos de lo que vendía y sólo cuándo ya nos íbamos nos preguntó si queríamos algo. Nos había ganado el corazón y decidimos, esta vez sí, comprarle algunas baratijas.

Desde lo alto de la Cárcel Portuguesa veíamos, a lo lejos, aún al resto del equipo bajo la sombra del árbol. Emprendimos la bajada, nos reunimos con ellos y aprovechamos para echar unas fotos de postureo a la vez que también le comprábamos unas pulseritas al hermano del de arriba, que estaba con el resto del equipo.

A pesar de que llevábamos agua fresca y le ofrecimos beber para pasar el calor no consintieron. Las cosas como son, hay que tener mucha fuerza de voluntad para superar esa prueba diaria durante un mes. 

Me había quitado la espinita de 2019. Habíamos disfrutado de la Cárcel, sin prisa. Charlado con los lugareños había conocido otro poco más de su cultura y costumbres, había hecho la pista sin incidencias tanto a la ida como a la vuelta. Para mí, esta visita ya era más que suficiente para cubrir el día. Me hubiera ahorrado la noche del desierto y hubiera sido igual de feliz. 

Volviendo a Rissani

Volvimos a Rissani. Nos habíamos dejado pendiente la foto de grupo bajo el arco de la puerta de entrada a la misma, pero al mismo tiempo teníamos que echar gasolina pues llevábamos los depósitos justos para volver a Merzouga y regresar al día siguiente.

Junto al arco de entrada había una gasolinera medio decente, paramos, no les quedaba gasolina, sólo gasoil. 

¿Y ahora qué hacemos? Había otra unos metros más atrás, pero con una pinta que no inspiraba mucha confianza. Surtidores del año de la polca con más mierda que el rabo de una vaca, los gasolineros sin uniforme, el piso de tierra. A saber, la calidad de la gasolina que, si ya de por sí por todo el país es regulera, en esa gasolinera sería peor aún. 

Recordé que saliendo de Rissani hacia la Cárcel Portuguesa vi lo que parecía otra gasolinera a lo lejos. Volvimos nuestros pasos para buscarla, pasamos de nuevo el control policial pensando que al final de tantos vernos ir y venir se iban a mosquear y nos terminarían pasando por un interminable interrogatorio. Llegamos y efectivamente era una gasolinera, pero cerrada, con pinta de estarlo desde hace años, en ruinas.

No nos quedaba otra opción. Volvimos a la cutre gasolinera y repostamos.

Era la hora de comer y habíamos reservado, hoy sí, en un restaurante de Rissani, a las afueras de este y dónde ya habíamos comido en 2019 por lo que fuimos a lo seguro. Llegamos y estábamos solos. Una vez más teníamos todo el establecimiento para nosotros. En apenas unos días estaría hasta las trancas de turistas.

El Gîte Café Restaurant Menzeh, con platos típicos marroquíes y, en particular, una especialidad en el centro de atención: ¡la medfouna! Esta es la “pizza marroquí”, que es más como un calzone con carne molida, cebolla y especias. ¡Y la está buenísima!

Restaurante muy bien mantenido, hermosa decoración, cálida bienvenida y una atención que tuvimos por parte de una chica marroquí joven, muy bien arreglada, curiosamente sin velo, y con una educación exquisita que nos hicieron de la comida un momento único para disfrutar. 

Por cierto, también hablaban español. Cuando veo estas cosas echo la mirada a nuestro país y a esa expresión que yo, que no domino más que el español y mal, siempre encuentro en mi boca para con los extranjeros, ¡coño, pues que aprendan nuestro idioma! En fin, cosas del viajar y ver mundo que te hacen poner los pies en la tierra.

Tras la misma, y como aún nos quedaba un poco de tiempo para llegar al hotel y cruzar el desierto en 4×4, decidimos parar en las tiendas de Rissani a comprar alguna pegatina para las motos. 

El dueño del restaurante escuchó nuestras intenciones y se ofreció a llevarnos a una “cooperativa” cercana dónde ver antigüedades y otras cosas del lugar. Pensamos que nos llevaría a un museo, pero realmente la “cooperativa” no dejaba de ser una tienda más de suvenires. En cualquier caso, como no encontrábamos las pegatinas que queríamos entre ellos mismos fueron a otra tienda del centro del pueblo y volvieron al rato con más pegatinas. No pierden la oportunidad de ganar un dirham. Por suerte entre las que trajeron nos acomodaron algunas, se las compramos y volvimos al hotel.

Err Chebbi

Aparcamos las motos en el hotel de Merzouga y nos dispusimos a ponernos ropa cómoda y a coger lo imprescindible para ducharnos en la jaima y dormir en ella.

Dos 4×4 nos tenían preparados en el hotel para llevarnos, dunas a través, hasta el campamento de jaimas. El paseo fue corto pero intenso. Atravesamos algunas pequeñas dunas mientras los coches se deslizaban sobre ellas, derrapaban o tiraban millas para poder subirlas. Fue un momento divertido.

Como dije al principio de este artículo, si no quieres llevarte una desilusión, no sigas leyendo y ve directamente al siguiente. Lo que aquí escribo es mi opinión personal, igual no la comparte el lector así que haz lo que quieras, pero avisado estás.

El desierto de Erg Chebbi es como un Disneyland Paris. Lo tengo claro. Todo lo que te encuentras desde que llegas a Merzouga hasta que te trasladan a las jaimas es un puto parque aventura. 

Los hoteles muy bien decorados y similares, estilo desierto, estucados de adobe y paja, aunque debajo de esta hay ladrillos normales y corrientes. Todos te alquilan 4×4, o el viaje en el 4×4 por las inmensas dunas, o quads, o buggys, o te venden el paseo en camello parando a ver el atardecer en medio de las dunas bajo un paisaje idílico mientras, sobre la arena, unos “bereberes” disfrazados para la ocasión te tienden unas mantas para venderte baratijas y pequeños frascos de cristal de llamativos colores para que te lleves tu poquito de arena del desierto de recuerdo y, cuando el sol cae, los camellos continúan hasta las jaimas a las que llegas casi de noche y te encuentras en un campamento Deluxe con unas instalaciones que más que jaimas se asemejan a hoteles de lujo y que parece, y sólo parece, que sois los únicos turistas que disfrutan de tan magnífico espectáculo. Así lo percibimos en el 2019 pero la cosa empeoró en este 2023.

A ver, si le pagas al del hotel para que te de una vuelta en el 4×4 por las dunas, y además le pagas el extra para que te suba a la duna más alta, vas a disfrutar tanto como montarte en una montaña rusa. El tío te va a dar una vuelta a toda leche por las dunas que vas a flipar y el atardecer sobre la gran duna no dudo de que es un espectáculo, pero está hecho para sacarte la pasta como turista, aunque lo disfrutes, queda muy artificial.

Luego te venden que dormirás en medio del desierto, pero resulta que todos los campamentos de jaimas, por orden del Rey que veía que aquello se le iba de las manos, se tuvieron que trasladar hace unos años a la otra punta del desierto. Digamos que están como los hoteles, al borde del desierto y no sobre el desierto. Sí que están pegados a las dunas, pero no inmersos en ellas. Sí que, si andas un poquito sobre el campamento, subes unas pequeñas dunas, poco más altas que las propias jaimas, dónde tienes colocadas unas sillas mirando al ocaso y puedes contemplar la gran duna y el atardecer. Y sí, si es la primera vez vas a alucinar.

Y también si miras a izquierda y derecha verás que junto a tu campamento hay otro, y otro, y otro, y otro, y otro más y te darás cuenta en lo que se ha convertido aquello, además, si miras en sentido contrario verás que a pocos kilómetros pasa la carretera. Vamos, que lo de dormir en medio del desierto está sobrevalorado. En 2019 había campamentos, pero me da a mí que aprovecharon los años de pandemia y fronteras cerradas para aumentar el negocio del siglo. Para mí, ha dejado de tener su encanto.

Vale, la foto es preciosa, la estampa bonita, pero porque estábamos solos una vez más en esas fechas. No me imagino que es lo que sería aquello unos días después con todos los turistas europeos invadiendo la zona. Con cientos de 4×4 subiendo y bajando dunas como si de una atracción se tratase. Reconozco que me dio mucha pena encontrar aquello así.

De noche, después de una suculenta cena en la jaima comedor, te encienden una hoguera, los camareros se vuelven a “disfrazar” de auténticos bereberes del desierto y a la luz de las estrellas te empiezan a tocar unos timbales acompañados de esos cánticos que te transportan a otros tiempos, bueno, eso si tienes la sensibilidad de apreciarlo porque para mí, esta segunda vez, no fue más que un paripé que no me llenó tanto como en el primer viaje. En 2019 llevábamos algo de alcohol en la recámara y los cánticos bereberes tuvieron otra perspectiva, pero este año, sin alcohol , cansados como íbamos, aquello no dio mucho de sí.

Sobre la duna que dejaba ver el resto de los campamentos se apreciaban algunos, a lo lejos, cuya iluminación con corazoncitos de neón parecían más un puticlub que un campamento en el desierto, igual ya se estaban pasando con el decorado.

Cuando el cansancio nos venció nos fuimos a dormir a las jaimas hasta el día siguiente.

Sí, lo siento, Err Chebbi ya no es la estampa de las revistas que todo el mundo vende. Ha perdido la esencia. Hay otras zonas desérticas menos explotadas que tendré que visitar si algún día vuelvo al país vecino.

Continúa en el capítulo 7 de este viaje…..

Un comentario en «Marruecos 2023 – Gara Medouar, Rissani y Erg Chebbi»

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