Marruecos en moto 6/6
Tocaba volver a España y para ello habría que recorrer los casi 600 kilómetros que distaban desde Marrakech a Tánger donde habríamos de coger el ferry que nos devolviera de nuevo a Tarifa, España.
A las 16:00, teóricamente, debíamos estar en el puerto ya comidos para empezar a realizar todo el papeleo para subir al ferry las motos. Había que coger autopista de peaje, una tortura tras los cientos de kilómetros que habíamos realizado los días anteriores, y muchos kilómetros para hacerlos casi de un tirón y con prisas para no perder el ferry.
Salimos temprano de Marrakech lo cual facilitó que hubiera menos tráfico que la tarde anterior. Enfilamos la autopista A7 y tras unos incontables puestos de peaje llegamos al medio día a Asilah, allí paramos a comer.
Asilah está en el noroeste de Marruecos, en la costa Atlántica del país. Está a menos de 50 kilómetros de la ciudad de Tánger. El pueblo es pequeño, y casi toda la chicha de la ciudad está dentro de la medina amurallada. Desgraciadamente, el tiempo nos apremiaba y no llegaba para hacer turismo en este pueblo.
Aparcamos las motos junto a la playa y comimos justo enfrente en el restaurante La Place. Al ser un pueblo costero lo fácil era encontrar pescado y marisco, y este fue el único día en todo el viaje donde la dieta varió radicalmente.
Pescadito frito, gambas, alioli, ensaladas. La verdad es que se agradeció el menú después de tanto cordero y pollo. Este cambio lo cogimos con ansias y disfrutamos de una abundante comida en la que no faltó de nada. Tenían hasta cerveza y, en este caso, sin ocultarla como en el resto de Marruecos donde has de pedirla medio a escondidas y beberla también a escondidas.
Por cierto, la cerveza Casablanca de fabricación del país, está bastante rica, aunque no es barata como he comentado en artículos anteriores.
Se nos hacía tarde y aún nos quedaba más de media hora de carretera así que otra vez a las motos y dirección a Tánger.
¿Recordáis lo que contaba del tráfico en Marrakech? Tánger es mil veces peor en hora punta.
Llegamos a Tánger más tarde de lo previsto, sobre las 18:00. Entramos el grupo de unas 25 motos como endemoniados atravesando la ciudad. Y no es que solo nosotros fuéramos como locos, es que el tráfico excesivo que había a esa hora y con su caos circulatorio era, de por sí, endemoniado. Es como atravesar Madrid o Valencia en hora punta, pero donde la gente conduce como le sale de los cojones, no se dan intermitentes, los coches se cruzan cuando les da la gana sin avisar, los semáforos se respetan a medias, los policías están de adorno, la gente se mete en los pasos de peatones, o fuera de ellos sin mirar, un caos que consiguió subirme la tensión en los quince minutos que tardamos en llegar al puerto.
En la vida me había sentido tan intimidado por el tráfico como lo fue en Marrakech y Tánger. O te andas avispado o estás expuesto a que te tiren de la moto. Cuánto antes se salga de este caos, mejor.
Por fin estábamos en el puerto y tocaba volver a pasar todo el papeleo, pasar la inspección de los perros por si llevábamos droga, mostrar pasaportes, esperar largas colas con las motos de un lado a otro del puerto según nos disponían el personal de servicio para subir al ferry. El ferry que habría de llevarnos estaba aún en el puerto, llevaba retraso, y pensamos que estábamos de suerte y lo cogeríamos a tiempo. Pero las cosas allí no funcionan así.
El barco zarpó sin nosotros y tuvimos que esperar al siguiente que acababa de llegar.
Aproximadamente sobre las 19:30 creo que embarcamos las motos en el nuevo ferri y pensábamos que saldríamos enseguida. Nos acomodamos en el barco a esperar que zarpara, pero las horas pasaban y el barco no se movía. Luego nos contaron que el barco no se movería hasta que no estuvieran todas sus plazas ocupadas así que tuvimos que esperar unas interminables horas hasta que todo el barco estuviera completo de pasaje.
Y por fin zarpó, casi a las 23:00 de la noche. Sabía que ese era el final del viaje. Agotado por el largo recorrido y satisfecho por haber conseguido lo que, para mí, era no solo un viaje de placer sino un reto personal que me había propuesto superar para demostrarme a mi mismo que aún tengo edad de superar estas aventuras que permiten romper la monotonía del trabajo diario. ¿Quizás la crisis de los 40? 😉
Durante el trayecto a España realizamos el evento protocolario de entrega de diplomas y fotos con Manuel Hoyos, nuestro guía y propietario de Kalandra-k, y el resto del equipo que nos acompañaban:
Ya de madrugada desembarcamos en Tarifa, nos despedimos del grupo con el que habíamos convivido toda la semana y, algunos, los que aún nos esperaba una larga jornada de vuelta a casa, buscamos un hotel a esas horas donde poder dormir y reponer fuerzas para afrontar la jornada del lunes que nos devolvería a casa sanos y salvos.
He de agradecer en este final la dedicación del equipo de Kalandra-k que nos hizo pasar una semana espectacular con sus virtudes, y también con sus defectos, que los hubieron aunque en menor medida, pero en un viaje de aventura pueden surgir imprevistos y lo importante es la capacidad de la agencia para dar solución a ellos y que el viaje pueda continuar para todo el mundo, por lo que al final el balance de la semana es positivo con creces.
Sería injusto despedir el artículo sin agradecer también al equipo de Suzuki Málaga SKMotos que nos acompañaba y que patrocinaba el viaje con un pequeño descuento para los que llevábamos V-Strom.