Aventura de Otoño en la Serranía de Cuenca
Con el otoño en pleno apogeo, decidimos lanzarnos a recorrer la Serranía de Cuenca. La previsión del tiempo no estaba de nuestro lado: una DANA amenazaba con lluvias y frío, lo cual podría arruinar los planes. Pero, como buenos moteros, optamos por una actitud desafiante y, bien preparados para lo que pudiera venir, nos dispusimos a vivir el viaje.
La aventura empezó el viernes, ya que sería imposible hacer toda la travesía en un solo día. Partimos en dirección a Cuenca, donde pasaríamos la noche. La ciudad nos recibió con su casco antiguo iluminado y calles llenas de historia, un preludio perfecto para lo que sería la gran ruta del sábado. Esa noche, la temperatura era fresca pero soportable, aunque el sábado nos depararía un cambio brusco: amanecimos a solo 5ºC.
Nos habíamos alojado en una antigua casa restaurada, situada en lo alto del casco histórico, con un balcón que miraba hacia el valle donde se unen el río Júcar y el Huécar. Gabriel, nuestro experto en alojamientos, había dado en el clavo al elegir este lugar; las vistas al amanecer, con el parador al fondo y la neblina de la mañana, nos llenaron de energía. La calma del lugar contrastaba con la emoción que nos aguardaba.
Tras un desayuno simple pero efectivo de café y magdalenas, nos dirigimos a las motos. Las habíamos dejado en un parking cercano, y tras equiparnos para el frío, arrancamos el recorrido en dirección al norte, subiendo la calle adoquinada y dejando atrás el casco antiguo. Solo unos kilómetros adelante, Joaquín, el fotógrafo del grupo, nos llevó hasta un mirador desde donde pudimos admirar el cañón del río Júcar serpenteando a través del paisaje.
Empezamos a adentrarnos en la serranía por la CM-2105. La carretera se llenaba de curvas y vistas espectaculares, y a la altura de Villalba de la Sierra nos desviamos por la CUV-9113, un trazado lleno de encanto que nos condujo hasta Las Majadas. Allí, el frío de la sierra nos obligó a hacer una parada en el acogedor Bar La Morena, donde un café caliente nos devolvió la calidez y el ánimo.
Continuamos nuestra marcha hacia el interior del parque natural hasta llegar a Poyatos. Allí, como si fuera una parada estratégica, dimos con el Bar El Horno. La parada se convirtió en un pequeño festín, pues los bocadillos de este lugar, de un tamaño que superaba las expectativas, fueron toda una sorpresa. Al acabar, estábamos bien alimentados y listos para continuar.
Nuestro próximo destino era la Puerta del Infierno, un túnel excavado en roca por el que el río Escabas sigue su camino, una de esas paradas obligadas de la Serranía. La estrecha carretera y el entorno hicieron de este tramo un punto ideal para detenernos y sacar algunas fotos, aunque con cautela, dado lo ajustado del espacio.
Estos túneles tienen gran parecido con los que te encuentras dirección a Pitarque, en la ruta del silencio, Teruel, de los que ya hemos mostrado en un par de ocasiones en el blog.
El nivel de gasolina de Gabriel se iba agotando, así que enfilamos hacia Beteta, donde teníamos la certeza de encontrar una gasolinera. Tras repostar, nos dirigimos hacia Tragacete, tomando la CM-2106 para ganar altura y disfrutar de la vista del valle desde lo alto. Pasamos cerca del Nacimiento del río Cuervo, pero una leve lluvia y el tiempo en contra nos hicieron renunciar a la caminata que habría que hacer desde el parking hasta el nacimiento. Seguimos adelante, confiando en encontrar un lugar donde descansar y tomar algo más adelante.
Llegando a Tragacete, un sitio que ya conocíamos de la vuelta del viaje a Picos de Europa, nos dirigimos directamente al Restaurante El Gamo. Aunque no pensábamos comer mucho dado el almuerzo reciente, la carta nos tentó, y decidimos que merecía la pena darse un buen homenaje. El lugar estaba regentado por un señor demasiado mayor que parecía parte inseparable del restaurante, y la atención, a pesar de ser extranjeros muchos de los empleados, fue impecable.
Al salir, la tarde avanzaba rápidamente y el cambio de hora a horario de invierno nos recordó que oscurecería antes. Cerca de las cinco retomamos la carretera y nos dirigimos hacia el embalse de La Toba. Aunque el agua era escasa, el paisaje circundante, con sus montañas y tonos otoñales, resultaba tranquilizador y digno de apreciarse.
El regreso a Cuenca lo hicimos sin más paradas, pues la llovizna volvía a amenazar y el día se oscurecía. Al llegar, guardamos las motos, nos dimos una ducha caliente y salimos a cenar por el casco antiguo. Guiados por la recomendación de Joaquín, cenamos en la Bodeguita Capuz, un lugar donde la atención y la comida fueron impecables. Con un ambiente inmejorable y el buen sabor de la cena, cerramos el día.
No faltó una última parada en el bar motero “Pícaro”, donde las fotos y los brindis cerraron la jornada, y nos retiramos para descansar antes del regreso a casa al día siguiente.
La vuelta fue un cierre tranquilo para un fin de semana memorable. Antes de despedirnos de Cuenca, bajamos al Parador, desde donde las vistas de las Casas Colgadas nos brindaron una última postal del viaje. Con esa imagen en mente y las últimas fotos, tomamos la autovía, listos para regresar a casa y dejar la aventura grabada en la memoria.