Sombras del Sahara: Un viaje por las huellas perdidas de España – 10/10
Hoy tocaba bajar el Tizi N’Test y ver hasta dónde éramos capaces de llegar ese día. Barajábamos cuarenta alternativas para llegar a destino pero no teníamos ni idea del tiempo que nos llevaría atravesar la zona devastada por el terremoto así que…….ya se vería sobre la marcha.
Durante la subida el día anterior pensábamos que habíamos visto todo respecto a los destrozos del seísmo de 2023. Algunas casas caídas y unas pocas tiendas de campaña y casetas tipo contenedor de las obras en algunas aldeas para dar refugio a los que perdieron todo. No nos imaginábamos que la bajada, que eran muchos más kilómetros, iba a ser mas dantesco.
Nos levantamos temprano como todos los días. Nos pegamos un buen desayuno en el hotel. Hacía fresco, mucho. Calculo que andábamos sobre los 9º o 10º.
Las motos las teníamos a resguardo en el porche de la entrada. Este miraba al lado sur del Atlas, por donde habíamos subido. Un mar de nubes a menos altura que el hotel bañaba por completo todo el paisaje. Por suerte, esta niebla espesa no llegó al lado norte por donde rodaríamos este día.
El terremoto de 2023
Emprendimos la bajada y el paisaje empezó a tornarse en montones de escombros, un trazado destrozado por derrumbes. Aldeas en las que gran parte de ellas estaban completamente destrozadas, otras habían caído monte abajo aquellas construcciones pegadas a las laderas.
Habían zonas tan devastadas que las tiendas de campaña montadas por el ejército las convertían en auténticos campos de refugiados. Pedruscos enormes sobre vehículos completamente aplastados. La gente humilde intentando recomponer sus vidas como podían con pequeñas tiendecitas apañadas a los lados de la carretera con lo poco que tenían para ofrecer.
El asfalto, durante muchísimos kilómetros había desaparecido aunque, por suerte, estaban en marcha las obras de reconstrucción del trazado y había tramos con terracería bien compactada que facilitaba el tránsito de vehículos.
Esos kilómetros nos dejaron una sensación agridulce entre la inmensidad y majestuosidad del Atlas junto con tanta devastación.
Tenemos que tomar una decisión ¿para dónde vamos?
Sobre el medio día habíamos llegado a la circunvalación de Marrakech. Paramos entonces a decidir hacia dónde tirar.
Tras pensarlo detenidamente creímos oportuno ir dirección Azrú, pueblo en el que ya dormimos el año pasado, bien comunicado por carretera y que nos permitiría de forma fácil despedirnos de Gabriel al día siguiente, que tendría que volver a España por Ceuta, y nosotros continuar hasta Nador dos días después. Así que hasta allí tiramos y llegamos de noche dado que ya circulábamos por el interior, por carreteras comarcales atravesando multitud de pueblos.
La velocidad del desierto y las kilométricas autovías y nacionales habían desaparecido. Ahora el paisaje era más verde y las vacas y corderos habían sustituido a los camellos. El trazado más estrecho y revirado y el asfalto un poco maltrecho en algunas zonas rurales. Creo que tanto nosotros como las motos necesitábamos menos velocidad y más curvear.
El hotel Maison d’hôtes Duffal
De camino habíamos contactado con el hotel Maison d’hôtes Duffal, donde ya habíamos dormido el año pasado, y nos había confirmado que tenían habitaciones para nosotros, una doble y otra de una sola cama.
Sin embargo, cuando llegamos el tipo nos la había colado. No tenía las habitaciones que nos había prometido y nos alojó en lo que se supone que era la casa del propietario dentro del propio hotel. Pero nada de lujo, un espacio abierto con dos sofás y junto a este varias lavadoras y un tenderete. Una sola habitación y para suplir las dos camas que faltaban montó dos colchones en el suelo en la estancia principal que equipó con ropa de cama pero la estancia, además, tenía unos grandes ventanales sin cortinas que daba a la zona ajardinada del interior del hotel con zonas habilitadas para tomar algo junto al césped. Cutre no, lo siguiente. En vez de dormir en los colchones del suelo dormimos en los sofás. Eso sí, tenía una estufa de leña que encendió para que no pasáramos frío.
Para compensar y para nuestra sorpresa, en la cena nos regaló una botella de vino que, con el frío que hacía, apaciguó nuestros ánimos y nos calentó el cuerpo aunque eso no evitó las reseñas negativas que seguro le dimos. Un tajine de cordero hizo el resto. De ahí a la cama que, esta vez sí, ya necesitábamos descansar un poco y aunque tuviésemos que dormir de aquella manera al menos yo dormí como un lirón que falta me hacía, sabiendo además que el día siguiente no cogería la moto y podría descansar aún más.
El día, nuevamente, había sido una experiencia de unos 530 km aproximadamente a excepción de la putada que nos hizo el tío del hotel.
A Miguel y a mí nos quedaban aún un par de días para coger el Ferry y Gabriel, sin embargo, había cumplido todos sus objetivos por lo que ya tenía ganas de llegar a casa. Al día siguiente nos despedimos, Gabriel tiró para Ceuta y nosotros decidimos que, como nos sobraba un día y estábamos agotados, nos quedaríamos en el hotel a descansar y a hacer algunas pequeñas compras. Por suerte, este segundo día sí tenía una habitación decente con dos camas donde nos realojó.
Por la mañana paseamos por su pequeña medina, compramos algunas cosas, comimos en un restaurante y volvimos para echar una siesta que nos hacía falta. Después de esta volvimos a bajar a la medina donde aproveché para pelarme por un “artista” del oficio.
Por la mañana nos enteramos de que a la noche se celebraba una boda en el salón comedor por lo que decidimos comprar pan y unos dulces típicos para cenar de los embutidos que aún nos quedaban en la habitación, pensamos que mejor cenábamos tranquilos apartados del jolgorio del salón y a descansar que aún íbamos muertos.
Le preguntamos al dueño que sobre qué hora terminaba la fiesta temiendo que nos dieran la noche, máxime cuando nuestra habitación daba a la zona de ocio de césped, que por suerte por la noche empezó a llover y nadie se arrimó por allí, y nos dijo que sobre la 1:00, y ciertamente no falló, sobre esa hora dejó de oírse música. Como no hay alcohol se ahorran la barra libre y el desmadre que nos acompaña a los españoles después así que, a pesar de todo, pudimos descansar.
Volvemos a casa
El último día, como en cualquier viaje, es el más desagradable. Los ánimos por los suelos, el cansancio parece que se hace notar más pese a que habíamos recuperado fuerzas y, sabiendo que además la vuelta no incluía visita turística alguna, pues………vamos a hacer un esfuerzo para el último empujón.
Este día tendría unos 360km hasta el puerto de Nador. Muchos de ellos por autopista de peaje. El ferry saldría a las 23:30 por lo que además podríamos ir relajados.
Nos levantamos sin prisa, estaba lloviendo y hacia un frío de mil demonios. Desayunamos tranquilamente en el hotel. El desayuno en este establecimiento fue mediocre. Una pena porque lo elegimos dado que el año pasado habíamos estado alojados aquí y todo fue más que correcto.
Nos enfundamos los trajes de agua y, entre el frío, el desayuno mediocre, el agua que caía y el desánimo que llevábamos, tiramos carretera y manta. Pasando por Ifran el termómetro bajó a los 3⁰ y las botas ya recalaban por dentro. Marruecos nos despedía igual que nos había recibido.
Paramos un par de veces a tomar té en áreas de servicio para entrar en calor. Al mediodía estábamos en Nador, compramos pan y en un parque, ya había parado de llover, nos sentamos a terminar con los embutidos que nos quedaban en la recámara.
De allí fuimos al puerto, nos esclafamos en una cafetería cercana a tomar más té y a esperar la hora a la que empezasen a dejarnos entrar a la terminal y hacer el papeleo y embarque de las motos, aduana, controles y demás. Ni cenamos, sólo teníamos ganas de embarcar y dormir.
A las 23:00 estábamos en el camarote, una ducha caliente sirvió para templar el ánimo y a dormir toda la noche. Por suerte la travesía con la mar en calma permitió un sueño reparador y sobre las 9:00 de la mañana estábamos en Almería.
Ye esta es la cara que teníamos a punto de pisar la península de nuevo. La felicidad de haber hecho un viaje histórico para nosotros.
Desembarcamos los primeros dejando atrás una bodega llena de vehículos, la aduana española, que debieron de vernos la cara de vuelta, nos dejaron pasar sin registrarnos. Lo primero fue parar a desayunar en el mismo bar que cenamos el día de partida.
De ahí carretera y al mediodía en casa con la familia habiendo disfrutado de una experiencia inolvidable.
Y colorín colorado, esta aventura ha acabado.
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