La Transpirenaica: Del Mediterráneo al Cantábrico – 2/5

La Transpirenaica: Del Mediterráneo al Cantábrico – 2/5

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De Figueres al Cap de Creus

Domingo 24 de agosto. El día comenzó antes del amanecer. A las seis en punto dejábamos el hotel de Figueres rumbo al Cap de Creus, el punto más oriental de la península y nuestro kilómetro cero de la Transpirenaica. El acceso al faro está restringido durante el día, pero llegar temprano nos permitió alcanzarlo sin problemas. Y allí, justo al llegar, a las 7:00 en punto, la naturaleza nos regaló un momento único: el sol apareciendo en el horizonte, bañando de luz el Mediterráneo y las rocas retorcidas del parque natural. No habíamos previsto ese espectáculo, pero lo vivimos como una auténtica bendición para iniciar la ruta.

Fotos rápidas y de vuelta a la carretera.

No habíamos desayunado para poder llegar a tiempo al faro antes de las restricciones que nos lo hubieran impedido así que, al volver del mismo, en la primera gasolinera que encontramos para repostar las motos aprovechamos para tomar un café de máquina con la intención de desayunar más contundentemente más adelante.

Desayuno en La Canya

Por la N-260 dejamos Figueres a un lado y seguimos dirección oeste. El tramo no ofrecía grandes alardes moteros, pero poco después de Olot, en La Canya, el hambre nos hizo detenernos. Eran ya pasadas las n deueve de la mañana y encontramos el Ventolà Bar, con terraza amplia y aparcamiento perfecto para las motos.

El local estaba lleno de paisanos desayunando, y no éramos los únicos moteros: varias motos pasaban frente al bar en nuestra misma dirección. Nos sentamos en la terraza y pedimos café y tostas de pan con tomate con jamón y queso. Caro, sí, pero de calidad excelente. Con el estómago satisfecho y el ánimo renovado, emprendimos de nuevo la marcha.

El Pont Vell y el primer gran puerto

De camino hacia Ripoll, en Sant Joan de les Abadesses, un puente medieval nos obligó a parar. El Pont Vell, levantado en 1138 y reconstruido en gótico tras el terremoto de 1428, luce con orgullo sobre el río Ter. Fue una de las pocas veces en el viaje que nos detuvimos a contemplar arquitectura, y valió la pena.

Desde allí continuamos hasta Puigcerdà, donde cruzamos a Francia para encarar el Col de Puymorens. Casi 19 km de ascenso hasta los 1 920 metros. El tráfico existía, pero no era excesivo; lo justo para no olvidarte de que compartes carretera. El calor, en cambio, sí apretaba: a mediodía rondábamos los 34 °C, incluso en la cima. Aun así, las curvas se disfrutaban, y la sensación de ir ganando altura entre picos cada vez más afilados justificaba el esfuerzo.

En lo alto hicimos una parada en el mirador, desde donde pudimos contemplar el trazado recién recorrido, con sus curvas enlazadas serpenteando valle arriba. Fue nuestro primer gran hito en la montaña.

Pocos kilómetros más adelante entramos en Andorra por Pas de la Casa. Allí nos esperaba otro gigante: el Port d’Envalira, con sus 2.409 metros, el paso asfaltado más alto de todos los Pirineos. Coronamos sin detenernos demasiado, más que para las fotos de rigor, y enseguida comenzamos el descenso por la CG-2, rumbo al interior del Principado.

Andorra y La Seu d’Urgell

El descenso nos llevó directo a Andorra, pero no hubo tiempo ni calma para parar. La hora, el tráfico denso, las calles abarrotadas y el calor lo hicieron imposible. Cada intento de detenernos a comer se convirtió en un suplicio. Así que decidimos lo más sensato: seguir adelante.

La frontera quedó atrás sin problemas y pronto llegamos a La Seu d’Urgell, donde ya pasaban de las dos de la tarde. El pueblo estaba casi vacío, con persianas bajadas y calles silenciosas, hasta que un paseo arbolado nos ofreció la salvación: el Restaurant La Mina. Allí, en la terraza, nos sirvieron cervezas frías y buena comida. El servicio no fue gran cosa y el precio, alto, pero nos repuso lo suficiente como para continuar.

La Bonaigua y Baqueira Beret

Por fin llegó lo que esperábamos: montaña de verdad. Pasamos por Sort para refrescarnos y continuamos hacia el Puerto de la Bonaigua, a 2 072 metros, uno de los grandes pasos pirenaicos. La carretera se elevaba con curvas amplias, regalando vistas espectaculares en cada giro.

En plena subida, un claro nos permitió contemplar la Cascada del Gerber a lo lejos. Una parada breve junto a la carretera, lo justo para admirar la caída de agua enmarcada por el verde de las laderas.

La cima de la Bonaigua nos dejó un recuerdo imborrable: montañas inmensas, valles que se abrían a nuestros pies y un horizonte que parecía no acabar nunca. Y, poco después, la estación de Baqueira Beret, silenciosa en verano, fue la guinda del tramo.

Llegada a Vielha

Hacia las 19:30 entrábamos en Vielha. El calor había cedido, la temperatura era agradable y el ambiente del pueblo nos dio la bienvenida. Nos alojamos en el hotel Riu Nere Mountain, en pleno centro junto al río. Guardamos las motos en el garaje, nos duchamos y, ya cómodos, salimos a buscar cena.

Cena en Vielha

No fue difícil: el centro de Vielha está lleno de bares y restaurantes. Tras callejear un poco encontramos un bar acogedor, donde lo primero en llegar fueron unas cañas de cerveza bien frías. Pedimos varios entrantes para compartir y seguimos con una cena correcta, aunque nada memorable. El precio, nuevamente, elevado, algo que ya era tónica en el viaje.

Después de cenar dimos un paseo por el centro, disfrutando del ambiente y contemplando el río que atraviesa la localidad. La jornada terminó con un gintonic en el hotel, brindando por lo conseguido: una primera etapa pirenaica que nos había llevado desde el Mediterráneo hasta el corazón del Valle de Arán, entre paisajes majestuosos y un día cargado de kilómetros.

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