
Kilómetro a kilómetro: Descubriendo Portugal por la legendaria N2 – 3/5
La tercera jornada de nuestro viaje prometía ser un desafío, cortesía de una lluvia que parecía decidida a ser nuestra compañera de ruta. El parte meteorológico no ofrecía muchas esperanzas, augurando precipitaciones sin importar el camino que eligiéramos. Además, el paisaje sureño de llanuras debía dar paso a un emocionante despliegue de curvas y montañas.
Antes de siquiera pensar en encender los motores, tocaba desayunar. En el mismo hotel de Évora, el recepcionista, además de ofrecernos el buffet, nos señaló una pequeña panadería-cafetería a pocos metros. Un local diminuto, con apenas un par de mesas en su interior, pero cuyo aroma a café recién hecho y dulces era un imán. Pedimos nuestros cafés y tostadas. He de reconocer que el idioma fue un pequeño escollo durante todo el viaje, y cuando la chica nos señaló dos tipos de pan para tostar, ante nuestra incomprensión, asentimos al azar. Nos indicó un pan redondo de aspecto rústico, y asumimos que nuestras tostadas serían de ese mismo pan. Se dirigió a la trastienda y comenzó a cortar rebanadas de un grosor considerable, para luego untarlas generosamente con jamón York y queso. Media hora después, teníamos ante nosotros unas «tostadas» que bien podrían haber sido nuestra comida para toda la mañana. Lástima que no inmortalizamos con una foto semejante banquete. Ya nos estábamos haciendo a la idea de que en Portugal la generosidad en la mesa no es un mito.
Salimos del hotel con la incertidumbre pintada en nuestros rostros, preguntándonos qué nos depararía la ruta y barajando mentalmente posibles planes de contingencia si la temida tormenta decidía alcanzarnos. La mayoría de estas alternativas implicaban desviarnos considerablemente de la N2 y, por ende, alterar los tiempos previstos para llegar a Coimbra, nuestro destino final del día.
Así, con más dudas que certezas y soluciones precarias en mente, nos pusimos en marcha, encomendándonos a la benevolencia del clima. Por suerte, nada más dejar Évora, el cielo nos concedió una tregua, permitiéndonos devorar algunos kilómetros sin sentir el azote del agua.
Tomamos la carretera en dirección a Montemor-o-Novo, el punto donde volveríamos a abrazar la N2, una vez más con rumbo norte. Sin embargo, la calma fue efímera. No tardó mucho la lluvia en hacer acto de presencia, obligándonos a detenernos para enfundarnos nuestros trajes de agua. A mitad de camino, en Abrantes, a orillas del majestuoso río Tajo, decidimos hacer una parada técnica para entrar en calor con un café.
Vimos el letrero de «Paragem do Motorista» y no dudamos en que ese era nuestro el lugar a parar. El agua seguía golpeando con fuerza el paisaje, y la ruta comenzaba a complicarse por momentos.

Tras templar nuestros cuerpos con la bebida caliente, volvimos a la carretera. Por momentos, la lluvia nos daba un respiro, solo para volver a arreciar con obstinación. Así fuimos avanzando por la N2 hasta que, alrededor del mediodía, empapados hasta los huesos, decidimos que era hora de buscar un lugar para comer. Llegamos a Pedrógão Grande, y allí encontramos un restaurante dentro de la misma estación de autobuses, que nos pareció una opción práctica para detenernos. Intentamos resguardar nuestras motos del agua bajo el escaso techo disponible y nos dispusimos a probar el menú del día.
Otra costumbre culinaria que ya habíamos descubierto en Portugal es que el «menu do dia» suele consistir en un único plato, eso sí, contundente. En esta ocasión, ofrecían un reconfortante guiso de pollo con verduras que nos ayudó a recuperar algo de calor corporal.

Con el estómago lleno y algo más relajados, nos enfrentamos a la decisión de cómo abordar los aproximadamente 60 kilómetros que nos separaban de Coimbra. A partir de Pedrógão Grande, la N2 comenzaba a mostrar su lado más sinuoso y atractivo, pero el cielo seguía encapotado, la lluvia había sido intensa y no nos fiábamos de lanzarnos a un tramo de curvas en esas condiciones. Así que nos tocó sopesar la opción de seguir por la N2 o tomar un tramo de autovía. Finalmente, la sensatez (y el deseo de llegar secos) nos llevó a optar por la autovía para alcanzar Coimbra lo antes posible. Nuestro equipo de moto estaba empapado, y lo único que anhelábamos era llegar, cambiarnos de ropa y descansar un poco.
Así fue como completamos el tramo de hoy con más resignación que entusiasmo. Llegamos a Coimbra con el cielo ya despejado, buscamos un aparcamiento cerca de nuestro alojamiento, ubicado en pleno casco histórico, donde los vehículos no tienen acceso. Descargamos el equipaje, encontramos el apartamento y, tras un merecido descanso, una ducha caliente y un intento de secar nuestro equipo mojado, salimos a dar un pequeño paseo por la zona, a tomar algo y a buscar un lugar para cenar.

Al final, las penas del día, cortesía de la persistente lluvia, se diluyeron en una terraza cercana al apartamento, con el sereno fluir del río Mondego como telón de fondo y unas cervezas que dieron paso a unos cócteles de composición misteriosa pero sabor delicioso.
El día siguiente sería de descanso para nuestras motos. Teníamos previsto explorar con calma la histórica ciudad de Coimbra de la mano de un guía local, recargando fuerzas no solo de los kilómetros recorridos, sino también del mal tiempo que nos había acompañado y que, esperábamos, se esfumaría para el resto de nuestra aventura.
La visita a Coimbra continuará en el siguiente artículo.