
Kilómetro a kilómetro: Descubriendo Portugal por la legendaria N2 – 2/5
Hoy marcaba el inicio oficial de nuestra aventura. Nuestro rumbo inicial nos llevaría hacia Faro, hogar de la icónica rotonda que señala el kilómetro 738, el punto final (o inicial, según nuestra peculiar hoja de ruta de sur a norte) de la legendaria N2. Terminaríamos nuestro recorrido portugués en el kilómetro cero, en el extremo opuesto del país.
El cielo amenazaba con cumplir los peores pronósticos. La lluvia se cernía sobre la mitad de nuestro viaje, así que salimos de Huelva mentalizados para lidiar con el agua, con todo lo que ello implicaba. Por suerte, al dar el primer golpe de gas, el asfalto aún permanecía seco, una pequeña victoria inicial.
Dejamos atrás Huelva en dirección al Puente Internacional del Guadiana, esa línea divisoria natural que discurre entre España y Portugal en esta zona de la península. Una vez cruzado el puente, y sabiendo que la N2 en su tramo inicial hacia Faro es predominantemente llana y aburrida, Gabriel había trazado un desvío inteligente por la sierra (ver mapa). Este primer contacto con el país vecino nos regaló una sinfonía de curvas y paisajes que ya comenzaban a sorprendernos.
Tras un buen puñado de kilómetros de disfrute en las reviradas carreteras portuguesas, llegamos a la tranquila pedanía de Santa Catarina da Fonte do Bispo. La primera gasolinera que encontramos fue nuestra excusa perfecta para repostar nuestras máquinas y recargar energías con un tentempié. Un detalle que no pasó inadvertido: el precio de la gasolina 95 era, en todo el país luso, unos 20 céntimos por litro más caro que en España. ¡Un dato a tener en cuenta para futuros viajeros!
Con los depósitos llenos, tanto de combustible como de provisiones, pusimos rumbo a Olhão y, desde allí, en un abrir y cerrar de ojos, alcanzamos Faro. Nuestro objetivo prioritario era cazar esa foto de rigor en el kilómetro 738 de la N2, el testimonio gráfico de nuestro paso por esta rotonda tan emblemática para los amantes de la carretera.


Ahora sí, la N2 se abría ante nosotros en dirección a Évora, nuestro destino para pasar la noche. El tramo inicial, tal como anticipaban las guías y relatos de otros viajeros, carecía de un encanto especial. Largas llanuras se extendían hasta el horizonte, aunque el verde intenso que nos rodeó durante todo el trayecto era hipnótico, un regalo de las abundantes lluvias que habían empapado la región en estas fechas. Y como era de esperar, a mitad de camino, el cielo cumplió su amenaza y la lluvia comenzó a caer, obligándonos a detenernos para ponernos nuestros impermeables.

A mitad de este monótono pero verde tramo, cerca de Castro Verde, nuestros estómagos comenzaron a rugir. Nos detuvimos en la vía principal de esta localidad, atraídos por la gente que disfrutaba de la terraza del bar Casa do Alentejo. El bullicio sugería que era un buen lugar, pero estaba abarrotado y no encontramos mesa. Tuvimos que explorar las calles aledañas hasta dar con el Restaurante Pizzeria Villa Itália, que en ese momento estaba completamente vacío. Sin muchas más opciones a la vista, y a pesar de la poca afluencia que no inspiraba mucha confianza, decidimos probar suerte. Afortunadamente, el local superó con creces nuestras expectativas, ofreciéndonos una comida deliciosa y abundante a un precio razonable. ¡Una pena que la taberna principal se llevara toda la atención!
Continuamos nuestro viaje a través de estas extensas llanuras alentejanas hasta Évora. El sol comenzaba su lento descenso, tiñendo el paisaje de tonos cálidos, pero aun así llegamos con tiempo suficiente para una ducha reparadora y un paseo por el casco antiguo de la ciudad, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Paseamos por el Jardín público de Évora, hogar de algunos palacetes y ruinas cuya historia desconocía. Curiosamente, varios pavos reales campaban a sus anchas por el parque. Luego nos perdimos por las laberínticas calles del centro histórico hasta desembocar en la imponente Praça do Giraldo, presidida por la elegante Igreja de Santo Antão. En una terraza de la plaza, brindamos con unas cervezas por el primer día de nuestra aventura. De vuelta hacia el hotel, encontramos un restaurante cercano donde cenamos para recuperar las fuerzas perdidas durante la jornada.

El descanso era necesario para afrontar la siguiente etapa de nuestro viaje por la legendaria N2.